Bien. Si Pauline y Richard Strauss personificaron ayer el ideal del matrimonio feliz y para toda la vida, aquí Teresa Carreño nos devuelve a la tierra y a las complicadas y confusas aventuras del corazón humano.
La virtuosa del piano y compositora venezolana se casó tres veces, convivió maritalmente con el hermano de su tercer marido y tuvo hijos de tres de sus cuatro compañeros, un varón y cuatro mujeres, una de las cuales, Teresita, también fue una pianista famosa, como su madre. Este breve vals recibe su nombre por ella.
Nacida en Caracas, se trasladó a Nueva York y viajó por Europa, donde causó sensación. Henry Wood, director y leyenda musical que fundó los conciertos estivales londinenses que hoy se conocen como los «Proms», observó en cierta ocasión: «Cuesta expresar con propiedad lo que todos los músicos pensaban de esta gran mujer que parecía la reina de las pianistas y tocaba como una diosa.
En cuanto llegaba al estrado, su noble dignidad cautivaba al público, que la observaba con atención mientras se arreglaba la larga cola del vestido que solía llevar. La energía masculina perceptible en su tono y habilidad y su maravillosa precisión a la hora de ejecutar octavas entusiasmaban a todo el mundo». (Sí, es muy lamentable que tuviera que introducirse el adjetivo «masculina» en el elogio, pero creo que captamos la imagen.)
Carreño también fue muy estimada como compositora: escribió al menos cuarenta obras para piano, además de música de cámara, obras orquestales y canciones, entre ellas el gran éxito «Tandeur». Falleció este día del año 1917 y, al igual que Lili Boulanger y su asteroide, Carreño también tuvo un objeto celeste con su nombre: un cráter de Venus. Francamente, ningún otro planeta habría valido.
Clemency Burton-Hill
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