Un interludio de dos minutos en clave de vida, aquí está. El efecto inmediato que producen algunas obras musicales es emocional; el que producen otras es intelectual; y otras producen un efecto físico. Puede parecer fantasioso, porque no sabría explicarlo con términos racionales, pero el efecto que me produce esta obra es de carácter físico inmediato.
Desde el primer compás siento que los arpegios (acordes punteados) de la viola da gamba me producen una especie de gravitación musical benigna que me inclina los hombros hacia el suelo, me distiende la columna y me permite respirar más hondo. Es de locos.
Supongo que es lo que le ocurre a la gente que practica asiduamente yoga o cualquier otro ejercicio. Yo no hago yoga, pero escucho esto y siento que la música me produce una especie de actividad que no es solo el «aire sonoro», por utilizar la memorable expresión con que Busoni describió la música.
Abel falleció este día del año 1787. Sabemos que fue alumno de J.S. Bach, fue gran amigo del hijo de este, Johann Christian, y que organizó con él en Londres una serie de conciertos que se celebraron durante mucho tiempo. Pero hoy está fuera del canon; si se conoce es porque durante años una sinfonía suya se atribuyó erróneamente a Mozart, cuando lo cierto es que este se limitó a copiarla, ya que por entonces el joven Wolfgang era un adolescente entusiasta.
Hoy apenas se oye su música, aunque si se presta atención, se advierte que sus embriagadoras progresiones de acordes han sido imitadas (conscientemente o no) por toda clase de artistas pop del siglo XX. En cierto modo sigue vivo.
Clemency Burton-Hill
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