Después de las gigas, tarantelas y chaconas que hemos oído, hoy toca otra danza clásica, popularísima en el Barroco. Vagamente relacionada con Sicilia, la «siciliana» se insertaba a veces como interludio en óperas, conciertos y obras instrumentales; la presente es una de sus muestras independientes más encantadoras.
Pianista vienesa muy celebrada en su época, Maria Theresia von Paradis tenía memoria de elefante y se sabía al dedillo más de sesenta conciertos. Entusiasmó con sus conciertos a la sociedad musical vienesa y gozaba de tan alta estima que estuvo en condiciones de encargar obras a compositores tan eminentes como Haydn, Salieri y Mozart, que al parecer escribió para ella su Concierto para piano n.º 18 en si bemol. Sabemos que compuso óperas, canciones y música de cámara, pero ay, apenas sobrevive de ella algo más que esta siciliana.
Sin embargo, hay una contribución suya que hizo historia y no se ha olvidado y que podría decirse que es más importante que su música. Ciega desde la más tierna infancia, a finales del siglo XVIII inventó un alfabeto táctil que empleaba para leer y escribir y que luego dio a conocer al políglota Valentin Haüy. Este averiguó que Von Paradis había empleado su método para comunicarse con un alemán ciego llamado Johann-Ludwig Weissenburg, que estaba enseñando a otros ciegos el alfabeto táctil de la compositora.
Estimulado por esta prueba de que los ciegos podían aprender leyendo con los dedos, Haüy fundó en París en 1784 la primera escuela para ciegos. Mejoró la versión del alfabeto de Maria Theresia y ese fue el modelo empleado durante los siguientes cincuenta años por los educadores de ciegos.
Clemency Burton-Hill
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