Richard Wagner escribió a su futuro suegro Franz Liszt a mediados del siglo XIX: «Permítame decirle ante todo, a usted, que es el mejor hombre que hay sobre la tierra, que me asombra su enorme productividad. Cuando repaso sus actividades de los últimos años, se me figura usted sobrehumano, así de simple. Me maravilla que pueda crear tanto […] es usted el músico más grande que ha existido».
Wagner no era conocido precisamente por su modestia y su humildad ni por apoyar generosamente a otros, así que hay que tomar esto por un elogio sin precedentes. Porque Liszt era realmente un prodigio, de eso no hay duda: el pianista más famoso de su época —el primer «famoso» de la historia musical, por así decirlo—, tan reconocido como pianista y compositor de música para piano que a menudo olvidamos que también compuso canciones soberbias.
En el campo de los Lieder («canciones» en alemán), suele pasar inadvertido al lado de gigantes como Schubert, Schumann, Hugo Wolf, Richard Strauss y otros. Sin embargo, sus canciones, que son vehículo de expresiones emocionales directas y de narración dramática, pueden verse como un tejido que los conecta a todos. Las corrigió sin cesar, haciéndoles pequeños ajustes y publicándolas una y otra vez, con una dedicación que sugiere que ponía el alma entera tanto en estas pequeñas gemas intimistas como en sus obras pianísticas más célebres.
La presente canción pone música a la balada que recita un pescador al principio del Acto I del drama de Friedrich Schiller y nos trae el aire fresco de las alturas alpinas. Júbilo total.
Clemency Burton-Hill
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