Al menos nominalmente, el estudio es un ejercicio preparado para que el pianista perfeccione un aspecto concreto de su técnica. En realidad, tal como vimos en los casos de Chopin y Skriabin, los compositores se han servido del estudio para exhibir su maestría y su inventiva.
En 1852, por ejemplo, Franz Liszt publicó doce estudios tan endiablados que su ejecución se calificó expresamente de «trascendental». En otra serie de doce publicada en 1915,
Claude Debussy incluyó una nota advirtiendo a los pianistas que no se dedicaran a la música si no tenían buenas manos. Concretaba que cada estudio tenía un objeto —por ejemplo, la gradación cromática o los arpegios— y liberaba series de notas revolucionarias tanto a nivel personal como a nivel musical. (Se dijo que mientras los escribía oía caer las bombas alemanas sobre Francia; se consideran su última obra maestra.)
Así pues, hacen falta bemoles para que un pianista moderno se meta en esto de los estudio, pero es justo decir que Nikolái Kaputstin, compositor ruso influido por el jazz, supera la prueba satisfactoriamente.
Uf, menos mal.
Clemency Burton-Hill
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