Este día de 1969 fue histórico, ya que fue entonces cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convirtieron en los primeros humanos que se paseaban por la luna. El canon clásico abunda en claros de luna musicales —me vienen a la cabeza el Clair de lune de Debussy y la Sonata 14 de Beethoven—, pero para celebrar este paso de gigante he preferido mirar con recelo a nuestro fiel satélite.
Recordemos que en primavera vimos a un Chopin enamorado que en 1829 volcaba sus sentimientos no correspondidos por su compañera de clase Konstancja Gladkowska en su primer (?) concierto para piano. En la primavera de 1830 seguía prendado de ella: su siguiente concierto (publicado como número 1, pese a haberse escrito después) está igualmente revestido de anhelo.
Escribe a su amigo Titus que «suele contar a su pianoforte» lo que no puede expresar con palabras y describe esta pieza como un «una romanza tranquila y melancólica; debería dar la impresión de que se mira con ternura un lugar que evoca mil recuerdos queridos. Es una especie de meditación […] al claro de luna».
Ninguna cantidad de larghetti celestiales iluminados por la luna bastó para doblegar el corazón de Konstancja. Su veredicto final sobre el compositor fue que era «impredecible, fantasioso y de poco fiar». Uf.
Clemency Burton-Hill
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