«No creo en ninguna clase de categoría», dijo en cierta ocasión Edward Ellington, llamado «Duke», y componía de acuerdo con este principio. Aunque inmortal por su contribución a todos los géneros del jazz americano, su inventiva armoniosa, melódica y formal lo convirtió en algo más que un hombre de jazz.
Entre las dos mil obras que compuso hay conciertos, oratorios, suites orquestales, poemas sinfónicos, solos instrumentales, ballets, baladas, óperas, músicas de cine y espectáculos, un musical de televisión y arreglos de importantes compositores clásicos.
A diferencia de su héroe, James P. Johnson, Ellington fue muy admirado en su época por figuras clásicas destacadas. Percy Grainger, entonces catedrático de música de la Universidad de Nueva York, era admirador suyo, al igual que Basil Cameron, de la Orquesta Sinfónica de Seatle, y Leopold Stokovski, de la Orquesta de Filadelfia. En enero de 1943 su conjunto fue la primera banda de swing afroamericano que apareció en el Carnegie Hall, donde interpretó su histórica suite sinfónica Black, brown and beige, una historia musical de los americanos negros.
Hasta el día de su muerte Ellington fue, con su música, un abanderado de la causa de los negros. Three Black Kings (1974) fue lo último que escribió, prácticamente en su lecho de muerte, con ayuda de su hijo Mercer. La obra tiene tres partes y cada una está dedicada a un «rey» negro: Martin Luther King, íntimo amigo de Ellington, que parece haberlo homenajeado en toda la obra; el rey Salomón en el tramo central; y Baltasar, el rey tradicionalmente mago, que aparece en esta primera sección que se inicia con invitadoras llamadas de tambores africanos.
El día del entierro de Ellington, el presidente norteamericano Richard Nixon dijo que era «el más importante compositor de Estados Unidos». Tal vez no pensaran lo mismo los puristas clásicos, pero seguramente era verdad.
Clemency Burton-Hill
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