El verano de 1907 fue una experiencia horrible para Gustav Mahler. En medio de una sociedad envenenada y fracturada por el antisemitismo, se vio obligado a dimitir como director de la Ópera de Viena.
Su hija de cuatro años murió de escarlatina y difteria, y a él mismo le diagnosticaron problemas cardíacos que lo llevaron a la tumba unos años después. «Un solo golpe — escribió a su amigo, discípulo y anterior ayudante Bruno Walter—, me ha privado de todo lo que había conseguido por mi propio esfuerzo, y ahora tengo que aprender a andar otra vez, como si fuera un recién nacido.»
Mahler superó la tristeza con el trabajo, que le permitió no solo andar, sino además volar muy alto. A principios de aquel año un amigo le había regalado una colección de antiguas poesías chinas traducidas al alemán. Reencontrado el volumen por casualidad, y poseído por un frenesí creativo, quiso poner música a algunos poemas. El épico ciclo de canciones que surgió se considera a menudo su más grande «sinfonía». Pero ay, el compositor, que falleció este día de 1911, no vivió para oír su ejecución.
so schlaf’ ich wieder ein. caigo dormido otra vez.
Was geht mich denn der Frühling an!? ¿¡Qué me importa la primavera!?
Lasst mich betrunken sein! ¡Dejadme estar borracho!
Cuenta la leyenda que el poeta, Li Tai Po (hoy llamado Li Bai), murió una noche mientras remaba en un lago y quiso besar la luna. Está claro que es una fábula, pero nunca he conseguido quitarme la imagen de la cabeza. Desde entonces pienso en Mahler como en el músico que besó la luna.
Clemency Burton-Hill
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