El último concierto para piano de Beethoven es un coloso, no puede describirse con otra palabra. Lanza a la acción al instrumento solista con un solo acorde de apoyo de la orquesta y básicamente grita: «¡Adelante!» No se me ocurren muchas cabalgadas musicales tan emocionantes.
Hay muchísimas razones técnicas para afirmar que este concierto, a caballo entre el Clasicismo y el Romanticismo, es una hazaña monumental; hay toneladas de tesis académicas que analizan cada una de las ideas radicales de Beethoven, desde las divertidas locuras que hace con las octavas hasta las estremecedoras armonías con que nos trastorna en el sublime movimiento segundo.
Por valiosos que sean estos análisis, creo sinceramente que son un valor añadido y en buena medida secundarios para el oyente en general. Esta obra es un tremendo ejemplo de alegría desbordante, una pieza clásica de marca mayor que contiene multitud de cosas y puede conectar con todo el mundo.
Este primer movimiento dura veinte electrizantes minutos, así que hoy quizá no, pero otro día, si pueden permitirse el lujo de sumergirse en él, de escucharlo atentamente, se darán cuenta de que tienen tanto derecho a esta música como cualquiera. Escúchenlo y perciban lo que opera en su ánimo, lo que les dice. Esta música es de ustedes, está ahí para abrazarla, para enamorarse de ella, para descartarla, para rechazarla, para hacer con ella lo que quieran. Pero es suya.
Clemency Burton-Hill
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