Si el fascismo actual se ha naturalizado, hay que decir, también, que se ha desnaturalizado la crítica política a la ultraderecha. El neofascismo avanza como posibilidad política dentro del cuerpo de la propia sociedad, sin que sus simpatizantes sepan de qué se trata, o directamente, no conocen los verdaderos alcances. A su vez, uno puede observar la falta de una crítica política a la propia situación que imponen estos movimientos de ultraderecha. No existe un estado crítico que profundice el análisis de este fenómeno más allá de los análisis clásicos sobre el fascismo. Y cuando hablo de clásicos, no lo digo subestimando, para nada, el aprendizaje histórico, digo que no hay reactualización de una nueva crítica política a la derecha que permita comprender los nuevos procesos de regionalización que se van proyectando en Nuestra América, con identidades y estilos muy propios.
Por Juano Villafañe para Con Fervor
Dentro de los procesos de precarización social y sin arraigos políticos fuertes, los nuevos emergentes desclasados apuestan a estos movimientos de radicalización política. Una radicalización política que parece ser más emocional que consiente, donde un sector importante de la juventud se deslumbra por las exuberantes gestualidades de algunos dirigentes, que se presentan como grandes combatientes contra la casta política, pero, que se nutren de la propia casta política para organizar partidos y movimientos reaccionarios. Lo notable radica en que el goce político, en un sector de la juventud, se asocia a estos nuevos fenómenos neofascistas. Es un goce político sin tradición, sin sentido de la historia. Procesos de radicalización política que, aparentemente, nacen sin historia.
Creo que esta aparente falta de tradición (no aparecen reivindicando, como en otras épocas, lógicas antisemitas, cruces esvásticas o marchas sobre Roma) hace que los movimientos de ultraderecha aparezcan como estados políticos que confrontan contra todo lo establecido, habiendo nacido desde la nada. Aunque, sabemos que, justamente, la ultraderecha apuesta a remachar los privilegios más concentrados del poder económico.
José Carlos Mariátegui, en su libro La Escena Contemporánea, editado en 1925, narra su experiencia ante el nacimiento del fascismo en Europa. En el primer capítulo, escribe sobre Biología del fascismo. El libro, también, incluye notas sobra la crisis de la democracia y el socialismo. Resulta interesante cómo un intelectual latinoamericano trata de meterse en un fenómeno euro-centrista muy particular y se anima, de alguna forma, también, a tomar distancia, a partir de la idea de que el irracionalismo europeo no era, necesariamente, nuestro irracionalismo y que el racionalismo europeo, tampoco, era nuestro racionalismo. Tomo esta lectura para considerar, también, que el nuevo fenómeno de la ultraderecha latinoamericana, si bien, tiene constantes fascistas clásicas, se desarrolla de manera particular en nuestro continente. Propongo tomar el ejemplo de Mariátegui como referencia de un momento histórico donde la intelectualidad latinoamericana se hizo cargo, profundamente, del fenómeno fascista en Europa.
Hoy, tenemos dificultades, dentro del campo intelectual y político, para abordar una nueva crítica política dentro de las propias acciones y prácticas contemporáneas ante este fenómeno tan particular de rápidos crecimientos. Por eso, creo que estamos frente a una suerte de desnaturalización de la tradición crítica al fascismo, porque, no nos alcanza sólo la tradición crítica europea para atender este nuevo fenómeno, que comienza a proyectarse, transversalmente, en las sociedades latinoamericanas, sin necesidad de contar necesariamente con partidos fascistas fuertes o movimientos de ultraderecha hegemónicos.
Por eso, resulta necesario retomar la crítica política desde nuevos análisis que nos permitan salir de la precariedad, de la lógica moralista y del criterio generalizado de que el fascismo es algo muy malo y que no se transformará en poder político, porque cuenta con ciertas limitaciones instrumentales e ideológicas para conducir a las masas.
Tuve la oportunidad de estar presente en San Salvador en el año 2005, en el Segundo Encuentro Internacional de Poetas titulado: “El Turno del Ofendido”, en homenaje al gran poeta Roque Dalton. En aquella oportunidad, presencié una asamblea de la cultura donde se discutían distintos temas dentro del Frente Farabundo Martí. Nuevas estrategias políticas para las post-guerra y la nueva etapa de participación política que se abría para el Farabundo Martí dentro del sistema de elecciones oficiales. Aquel debate, sobre el cual no me voy a extender ahora, no dejaba de ser interesante en la medida en que se ponía en discusión al propio sistema electoral salvadoreño y la capacidad de que la política siguiera siendo un proceso de transformación integral de la sociedad.
Han pasado algunos años y, hoy en día, el nuevo presidente salvadoreño, Nayib Bukele, presentó a la sociedad y al mundo el controvertido centro penitenciario de máxima seguridad, el más grande América Latina, un centro de confinamiento habitado, hoy, por más de 4 mil personas. Resulta patético ver este centro de detención como si fuera un campo de concentración, pero con un orden especial, disciplinado y a la luz del día. Algo que aparece, totalmente naturalizado, más allá de las controversiales críticas que ha provocado este centro penitenciario en el mundo. Además, Nayib Bukele tiene un respaldo electoral, por el momento, muy importante.
Otro ejemplo que se puede considerar, fueron las elecciones de Brasil en el año 2018. Que se caracterizaron por la toma del poder de la ultraderecha, encabezada por Jair Bolsonaro. De esta forma, se modificó el mapa político del país. El triunfo, no sólo, fue a nivel presidencial, también, Bolsonaro ganó en el Congreso Federal, en los gobiernos y en los órganos estaduales y municipales. Algo asombroso por el breve tiempo que tuvo Bolsonaro para instalarse.
Podemos ofrecer otro ejemplo totalmente distinto, pero, también, provocador por otros motivos: en Chile, el edil Rodolfo Carter de La Florida, una de las comunas más pobladas del Gran Santiago, se propone terminar con el narcotráfico y, para ello, ha promovido una serie de demoliciones de supuestas “narco casas”, transmitidas en vivo por TV y con amplio despliegue policial. En la Argentina, causó impacto el discurso de Javier Milei ante la ultraderecha de España, donde arengó “contra los zurdos”, compartiendo la tribuna con VOX, que tiene un fuerte discurso anti migrantes. Reivindican el achicamiento del Estado y hasta celebran lo que fue la conquista de América.
El intento de asesinato de la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se tomó por parte de la derecha política con gran displicencia y negación de la gravedad institucional que representa un acto de violencia política de tal magnitud. Hasta el momento la investigación no se ha profundizado por parte de la justicia todo lo que corresponde. Se han naturalizado estos hechos aberrantes, se los considera “respuestas comprensibles” de ciertos exaltados por la confrontación política irracional. ¿Y si estos exaltados solitarios tienen vínculos con sectores del poder económico, qué sería lo que deberíamos hacer y decir?
En la Provincia de Buenos Aires, Joaquín de la Torre, que es un dirigente muy relevante de Juntos por el Cambio, celebró el triunfo electoral de Giorgia Meloni, la candidata de origen fascista. Se pueden seguir dando ejemplos de estos posicionamientos políticos, que no aparecen de manera orgánica tradicional en nuestras sociedades. El tema reviste cierta complejidad, porque, si bien, todo se manifiesta en respuestas coyunturales, pareciera que la población comienza a desencantarse de las formas políticas tradicionales ante las crisis políticas que tienen larga data. Las alternancias y los cambios se van acortando, pero, también, se van desgastando esas representaciones que integran esas propias alternancias, lo que hace que vastos sectores de la sociedad opten por expresiones políticas más radicales que las tradicionales. Y es aquí donde se cuelan las posiciones de ultraderecha. Quizás, dentro de las alternancias, los modelos que proponen sólo “administrar prolijamente” el Estado parecen ser, ahora, las antesalas para estas soluciones de derecha y ultraderecha. Si las transformaciones no se radicalizan con objetivos populares y democráticos, los “progresismos livianos” terminan defraudando a los sectores populares.
Resulta interesante detenerse a pensar a qué se debe que los jóvenes apuesten a una dolarización de la economía, se trata únicamente de un oportunismo ingenuo que supone pensar que el ingreso económico será más grande si se gana en dólares, o se trata de formas sutiles del neocolonialismo que han penetrado más allá de lo que suponemos o quizás las dos cosas a la vez. Pensar que sería positivo para el país que la educación no sea obligatoria, o que el Estado debe desaparecer como debe desaparecer el Banco Central, ¿Tiene el consenso que parece que tiene? ¿Cómo se comprende que esta precarización o disloque político despierte valorizaciones positivas?
Fenómenos nuevos de la derecha y ultraderecha, más generales, más parciales, más extraños, más asombrosos, que indican cierta aceptación en la sociedad civil. Y podríamos seguir recorriendo, en cada país latinoamericano, las distintas formas macro políticas o micro políticas en que se expresan estas nuevas tendencias ultraderechistas y encontraremos diferencias y similitudes en sus metamorfosis.
Se trata de nuevas derechas que se van instalando en el cuerpo social y se animan a expresarse dentro de los propios sistemas democráticos. Pueden surgir de partidos reaccionarios tradicionales o de desprendimientos y sus animadores suelen ser jóvenes que desconocen lo que implicó el fascismo en el mundo (o quizás no lo desconozcan del todo).
Estas nuevas expresiones de la ultraderecha se naturalizan en la sociedad y no existen críticas políticas profundas entre los propios partidos democráticos. Inclusive, todo se analiza en el campo de los oficialismos y las oposiciones, dentro de las grietas. Hay que encontrar miradas críticas que superen las lógicas maniqueas de oficialismo y oposición, la ultraderecha no se puede calificar solo como un modelo opositor dentro del juego democrático. Se me ocurre que hay que comenzar a pensar que, si triunfan estos modelos, no serán ya sólo gobiernos liberales con voluntad de alternancias políticas. Creo que estas nuevas formaciones políticas de ultraderecha vienen por todo, sin respetar ninguna tradición democrática ni popular.
Dentro de las lógicas y la necesidad de una nueva crítica política, hay que decir que, desde ciertas formas tradicionales o de miradas sólo económicas o desde cierto darwinismo social, la crítica no alcanza. Pensando en Mariátegui, a propósito de aquel reconocimiento sobre la racionalidad e irracionalidad europea y sus desajustes entre nuestras realidades, hace falta reconsiderar el juego de las subjetividades en las que se construyen las ideologías de las/os ciudadanas/os. El sentido clasista es importante, la mirada económica fundamental, pero, hay que pensar con inteligencia, por qué la descomposición social, la desilusión política, conducen a una “nueva irracionalidad latinoamericana” por derecha y no a una radicalización política por izquierda, nacional, popular, democrática y transformadora.
Hay que pensar más en los proyectos políticos alternativos no solo en el juego pragmático del hoy por hoy. Hay que invertir en la historia, en programas políticos de gobierno que expliquen a la sociedad que se hará con la deuda externa, con el litio, con los medios de comunicación, con la salud, la vivienda, la educación, con los contratos de trabajo, con las jubilaciones, con las empresas estatales, con el propio Estado. Hay que tener un programa que explique la tenencia de la tierra, el tema de las nacionalidades indígenas, los proyectos culturales federales. Esta idea de que ganamos una elección y después vamos viendo demuestra que es un camino que no conduce a ningún lado. Estamos pagando caro la falta de definiciones sobre los cambios estructurales, sobre cómo distribuiremos la riqueza, inclusive la falta de convocatorias para discutir una reforma judicial.
A las tradiciones políticas del nacionalismo popular, de la izquierda, del progresismo hay que agregar valorizaciones sobre el factor subjetivo, para integrar pensamientos con un mayor volumen crítico, para enriquecer las tradiciones desde los nuevos avances de la psicología social. Estamos a la vez dentro de nuevos procesos particulares, dentro de recambios tecnológicos, que nos obligan a reconsiderar el uso de las inteligencias artificiales, las redes digitales, y todo esto, dentro del poderoso mundo de la comunicación hegemónica.
Entiendo que hay que reactivar la crítica política y comenzar a desnudar estos movimientos reaccionarios. Explicar, claramente, para qué vienen y cuáles son sus objetivos. Darle visibilidad a la crítica política, encontrar nuevos afluentes teóricos y promover la movilización popular en las calles. Desde la crítica de la praxis y desde la visibilidad de los cuerpos, actuando, plenamente, para volver a reconocer, una vez más, la totalidad de “la escena contemporánea” en este presente.
Juano Villafañe - Poeta y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación.
Comentarios
Publicar un comentario