En 1843, los administradores del célebre Conservatorio de París, la universidad musical de Francia por excelencia, se encontraron en un brete cuando les presentaron al joven violinista polaco Henryk Wieniawski.
A pesar de no ser francés y de tener solo nueve años, tenía tanto talento que pensaron que era inevitable admitirlo como estudiante. La decisión estuvo justificada: en dos años completó los estudios y otros dos más tarde empezó a publicar composiciones propias.
Wieniawski escribe música para deleitar, para convencer. Se enamoró de una muchacha llamada Isabel y se le declaró, pero los padres de ella impidieron el enlace. Entonces escribió Légénde, la tocó ante los padres recalcitrantes y estos cambiaron de actitud (véase el 16 de octubre).
La Polonesa de concierto tuvo varias versiones. La que conocemos actualmente data de 1852 y se estrenó en Viena al año siguiente. Por entonces compuso también el Adagio elegíaco, op. 5. En 1856 el compositor dedicó el manuscrito de ambas obras —la Polonesa y el Adagio— al rey Guillermo III de Holanda. El propio Wieniawski interpretó ambas obras en Ámsterdam el 18 de marzo de aquel año. Tuvo que ser una velada deslumbrante.
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