Aunque hayan oído muy poca música clásica en su vida, es probable que hayan oído alguna vez Las cuatro estaciones de Vivaldi. Muy probable. Amada por los operadores de telefonía para las sintonías de espera, los restaurantes italianos, los anunciantes de televisión y los antólogos de música clásica de todo el mundo, esta es una de las obras musicales más famosas que se hayan escrito, sea cual sea el género.
Es tal su omnipresencia que olvidamos con frecuencia su radicalismo y su impresionante inventiva. Como la oímos continuamente, es fácil que nos olvidemos de escucharla.
Por eso me encanta lo que Max Richter, que nació este día, viene haciendo desde 2012 con su ingeniosa recomposición de las Estaciones. Ya hemos visto que los mejores compositores saquean desde siempre los tesoros del canon para hacer algo nuevo; que todos dialogan con todos por encima del tiempo y del espacio, picoteando ideas, inspiración e intuiciones para explotar al máximo lo que se puede conseguir con los doce semitonos que tienen a su disposición.
Este es un ejemplo particularmente inspirado. Con tanta irreverencia como respeto por el original —Richter habla de «introducir moléculas del Vivaldi original y un puñado de otras cosas en un tubo de ensayo y esperar a que explote»—, el autor encuentra su propio estilo en un paisaje sónico con el que estamos super familiarizados. En el proceso crea a la vez una obra maestra moderna y una forma nueva de oír a Vivaldi.
Clemency Burton-Hill
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