La crueldad a la que hoy asistimos es producto de los discursos de odio de quienes están gobernando. Argentina atraviesa uno de los momentos más dolorosos y complejos de su historia. A partir de la llegada de Javier Milei a la presidencia se ha retrocedido enormemente en los derechos adquiridos por generaciones, ha subido brutalmente el nivel de pobreza e indigencia de cientos de miles de personas, se ha cercenado la vida de los más vulnerables y se han desmantelado instituciones de protección y comunicación de la democracia. Sin embargo, lo más preocupante es la instalación de un discurso de odio en una parte de la población que asombrosamente habilita y reclama al presidente más de sus espantosas decisiones.
Por Natalia Amatiello
Comprender las razones de este fenómeno es delicado, por la complejidad de las sociedades en sí mismas.
Ningún presidente democrático hasta hoy había ganado las elecciones con discursos de negacionismo y muerte. Discursividades violentas, misóginas y desequilibradas que en ocasiones hacen sentir a la población como ante una parodia. Eso debería ser preocupante ya que incluso Mauricio Macri debió inventar promesas de campaña con globos y bailes. Sin embargo, la sociedad hoy es arengada con motosierras y represión.
Hay que preguntarse qué le sucede a un pueblo que a pesar de haber sufrido una dictadura cruenta y tener 30.000 desaparecidos, supo condenarlos y sostener la consigna de NUNCA MÁS.
Es pertinente recordar que cuando un sujeto se construye en relación al otro/a, en intercambios de subjetividades se genera la vida y el deseo como motor. Sin embargo, si un individuo debe ocupar todo su tiempo vital en su subsistencia, se pierde en la urgencia de sus necesidades básicas y no queda resto para anudarse a la cultura, a la sociedad. Es decir, el impulso individual de autoconservación no alcanza para la vida, se necesita un contexto que garantice la ilusión del porvenir. Cuando esa ilusión es arrasada, la vida ya no tiene sentido. En una sociedad, los lazos colectivos sostienen la trama de la convivencia en función de la identidad y trascendencia generacional y es eso lo que le da sentido a la existencia.
Por ello Javier Milei sabe hablarle a ese sector de la sociedad que reniega de sus vínculos históricos y actuales, y desde allí promueve el individualismo neoliberal y genera la ley de la selva: se salva el más fuerte. Los más fuertes para Milei y sus socios son los jóvenes, sanos, hombres y blancos. El resto no debe existir y está en marcha el plan para eliminarlos simbólica y realmente. Esta afirmación puede rastrearse en muchos de sus dichos cuya reproducción excedería este texto.
Desde allí, una porción de la sociedad que cree identificarse con el sector de ganadores del premio mileista, sostiene su existencia por oposición y odio a lo distinto: el viejo/a, niño/a, mujer, disidencia, pobre, discapacitado, enfermo y marrón. Estos sectores lucharon durante décadas para ser incluidos en la sociedad, reconocidas sus potencialidades, equiparados sus derechos con políticas públicas y legislaciones. Hoy se destruyen sus conquistas a pasos agigantados, no sólo en lo concreto de los brutales actos de gobierno como el DNU, sino también en la mente de cada persona. Los/as excluidos son la casta. Pierden la categoría de semejante.
Esa es la verdadera peligrosidad de Milei, lograr a través de sus discursos de odio convencer a las personas para que piensen al otro como enemigo. Esa discursividad habilita la crueldad que la sociedad debería abandonar para convivir en la diversidad de sus integrantes.
Es así que, los discursos de amor que otros/as líderes pronunciaron en las plazas, que emocionaron y esperanzaron a multitudes, fueron reemplazados por palabras crueles, actos violentos y discriminatorios. Cuando Milei insulta, ofenden, da like a las peores publicaciones, estigmatiza a los/as que piensan distinto y hace comparaciones denigrantes con contenidos sexuales, está instalando una nueva forma de lazo social. Le está hablando a un sector de la sociedad que se identifica con esa ideología, los habilita a sentirse fuertes en esta selva y construye una realidad paralela donde la verdad no tiene importancia. También es escuchado por los que, aunque no adhieran totalmente a su pensamiento, no quieren quedar afuera, no quieren estar del lado de los malos.
Curiosamente, resulta que la casta eran los/as humildes, los/as zurdos/as, las feministas, los/as viejos, los/as sin techo ni voz. Claro que nadie quiere estar en esos márgenes, pero ahora ni siquiera quieren reconocerles el derecho a la existencia. Ya sea por la sola crueldad o por miedo a quedar del lado de los débiles, la sociedad está volviendo a una etapa peligrosa donde la empatía no existe.
Esta creación de una posverdad polarizada en buenos y malos ayuda al actual gobierno en sus absurdos planteos desde la lógica fascista que los sostiene. Como ejemplo actual vemos la llana alocución de la ministra de seguridad Patricia Bullrich el 11 de marzo, acerca de los problemas de narco criminalidad en la ciudad de Rosario. ¿Desconoce acaso la ministra la complejidad del asunto y las décadas de su instalación o lo utiliza para dejar del lado de los culpables a socialistas y kirchneristas? El problema de la ciudad de Rosario, que lleva decenas de muertos, no es un problema lineal. Es un entramado complejo de corrupción policial, bandas millonarias y tráfico en nuestro puerto. Hace años se utilizan niños y adolescentes como soldaditos y hoy como sicarios. La interseccionalidad de la pobreza, la adicción y la caída del sistema de educación y salud de esos jóvenes los hacen presa fácil para ser compradas sus vidas para el campo de batalla. Es cierto, como dice la ministra, que esos niños/as tienen poca expectativa de vida. Lo que no es verdad es que la solución sea “llegar y tomar a los niños antes de que entren al delito” (SIC). No entran al delito, el delito los encuentra en su vulnerabilidad. La respuesta no puede ser por fuera de la democracia y sus leyes como la Nro. 26061 de protección integral de niños, niñas y adolescentes. Tampoco desfinanciando los espacios del Estado que brindan contención y sin políticas de justicia social. Menos aún con el incremento de la saturación de fuerzas de seguridad en la ciudad que doblan la apuesta “más fuerte, más a fondo”, “terminar con el hormiguero… hormiga por hormiga no ganamos nunca” (SIC). Cabe agregar que la ministra aprovechó la oportunidad para poner en el banquillo de los acusados a los/as diputados/as que no votaron la ley ómnibus.
Es claramente peligroso este tipo de discursos en una ciudad angustiada que se siente en la orfandad absoluta frente a las balaceras en las calles y muertes. Estigmatiza ciertos sectores de la sociedad e infunde más miedo aún del que reina a diario. Además, instala la naturalización de medidas de control sin límites legales por parte de las fuerzas de seguridad. Al entender de quien suscribe, las operaciones narco policiales son complejas y deben ser analizadas en la línea histórica de su aparición y en su objetivo político.
Del otro lado, los discursos de amor tejen lazos de resistencia. Las ollas populares, el feminismo en las calles, los colectivos de trabajadores/as defendiendo sus derechos. Miles de personas que buscan rumbo para sostenerse sin dejar caer al otre. Difícil tarea sin un líder y donde la supervivencia está en riesgo. Del lado del amor la unidad está amenazada. Porque cuando el sufrimiento es diario, la vida peligra, la incertidumbre gobierna la mente y la identidad está en riesgo, las energías psíquicas y físicas sólo alcanzan para cuidarse a uno mismo y a los propios.
La crueldad a la que hoy asistimos es producto de los discursos de odio de quienes están gobernando. La incertidumbre generada requiere una respuesta adecuada de los representantes de la oposición. Eso fortalecerá a quienes desde las bases sostenemos al otro/a para recuperar los lazos de identidad y empatía con el semejante.
Rosario, 14 de marzo de 2024.
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