Ya vimos (30 de marzo) que Delius, el hijo de Bradford, no había querido trabajar, como su padre, en la empresa textil de la familia, pues prefería dedicarse a la música.
En cierta ocasión dijo que componer era una «explosión del alma», y afirmó: «Lo único que vale la pena expresar con música es lo que no puede expresarse de otro modo».
Desde recoger naranjas en un campo de Florida hasta viajar por Europa, donde se empapó de los sonidos del continente y trabó amistad con colegas como Edvard Grieg y Percy Grainger, Delius atesoró experiencias e influencias y las concentró en su personalísimo estilo.
Este idilio etéreo y sin texto, escrito durante la Primera Guerra Mundial y que no se estrenó hasta 1920, evoca una atmósfera particularmente embriagadora. A mí me parece la banda sonora perfecta para una noche de verano.
Clemency Burton-Hill
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