En el primer trimestre del año oímos una alucinante interpretación actual de las imperecederas Cuatro estaciones de Vivaldi a cargo de Max Richter (22 de marzo). Aquí tenemos otra, aunque de estilo muy diferente, a cargo de la brillante pianista, compositora e improvisadora venezolana Gabriela Montero.
Cuando llamo a Montero improvisadora, lo digo muy en serio. De los artistas de jazz se espera invariablemente que creen algo nuevo a partir de un compás o una frase, pero es muy raro encontrar artistas clásicos que lo hagan con naturalidad. La caraqueña Montero es una excepción. Y lo que consigue es pura magia. Se sienta al piano, elige unas cuantas notas y se lanza: y nos arrastra a un magical mystery tour que lo mismo pasa por el tango que por el impresionismo y el blues, pero siempre nos presenta la melodía original de tal modo que parece que la oímos por primera vez.
Dice Montero que al principio de su trayectoria temía que los puristas clásicos no se tomasen en serio su capacidad, pero en la actualidad, gracias al apoyo de algunos colegas muy conocidos, lo celebra, incluso satisface peticiones del público al final del programa de sus conciertos. Nunca olvidaré cuando la vi en los Proms improvisando con Bach ni la exclamación ahogada que lanzamos todos los espectadores del Royal Albert Hall cuando nos dimos cuenta de lo que sucedía.
Montero no es solo una soberbia música polifacética, sino también un ser humano políticamente comprometido. Impulsada por la firme convicción de que la música favorece la solidaridad, hoy es una decidida y activa defensora de los derechos humanos, y lo expresa con su música y hablando en público, en Venezuela y fuera de su país. Fue la primera cónsul honoraria nombrada por Amnistía Internacional.
Clemency Burton-Hill
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