A principios de año conocimos a la dotada e innovadora hija de Giulio, Francesca Caccini, que generalmente se considera la primera mujer de la historia que escribió una ópera (3 de febrero). Es indudable que recibió la influencia de su padre, un músico de la corte florentina de los Medici que escribió tres óperas que se cuentan entre las más antiguas que se conocen. (Dos se basaron en la leyenda de Orfeo, que inspiró a muchos compositores que han pasado ya por estas páginas, como Monteverdi, Gluck, Telemann, Milhaud y Birtwistle.)
Caccini fue enterrado este día en la basílica de la Santissima Annunziata de Florencia, pero su dramática y conmovedora puesta en música del avemaría no se conoció hasta el siglo XX, gracias a un músico ruso relativamente desconocido, Vladímir Vavilov; el contexto de la composición está envuelto en el misterio e incluso hay cuestiones sin resolver acerca de su autoría. Pero generalmente se atribuye a Caccini, y de todos modos, cuando se escucha, casi todas las incógnitas se disuelven en la pura belleza de la obra. Quién escribiera la música es ya otra historia.
Clemency Burton-Hill
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