Leoš Janáček no escribió mucha música para piano, pero la que escribió es maravillosa y muy característica. Más que exhibir las cabriolas técnicas que muchos compositores se sienten obligados a vender en un teclado (gracias al ejemplo establecido por Liszt y compañía), Janáček busca el máximo efecto atmosférico. A mí, por ejemplo, me encanta el inicio meditabundo y evocativo de su última obra pianística, el ciclo de En la niebla, cuya primera ejecución pública tuvo lugar este día del año 1913.
Esta es una música meditabunda e invernal cuyo sentimiento está a la altura de la ruidosa y brillante Sinfonietta del mismo Janáček que oímos hace unos meses (26 de junio). Refleja un aspecto más introspectivo del carácter musical de este fascinante compositor, dado que acababa de superar un período difícil, tanto a nivel personal —su hija Olga había muerto en 1903— como a nivel profesional: su frustración no hacía más que aumentar a causa del fracaso de sus óperas.
Aunque al final consiguió que algunas óperas suyas triunfaran, sobre todo La zorrita astuta (1921-1923), en el intervalo se refugió en la música pianística y de cámara, que se publicaban y ejecutaban con más facilidad. En enero de 1912 asistió a un concierto en el que interpretaban «Doctor Gradus ad Parnassum» de Debussy (1 de mayo), obra que pudo haberlo incitado a componer el ciclo que recomendamos ahora. En efecto, este lleva la huella del impresionismo debussyano, aunque como sucede siempre en el caso de Janáček, el lenguaje es exclusivamente suyo.
Clemency Burton-Hill
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