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Parásitos

En la película ganadora de la última edición de los premios Oscar, Corea del Sur queda retratada: la desigualdad de esa nación invita a pensar que todo su desarrollo no alcanza para resolver problemas profundos de su economía ni para la redistribución de su enorme riqueza, como bien podría ser el espejo en el que se miren varias naciones y ciudades de América Latina. Según el coeficiente de Gini, que mide el índice de desigualdad de un país, "Corea del Sur se ubica en el 0,35, según la OCDE. Es decir, por debajo del 0,46 de Chile y México, o incluso del 0,39 de Estados Unidos; aunque lejos aún del 0,29 de Francia o el 0,26 de Dinamarca", como indica una nota de la BBC. Y siendo así, en "Parásitos" se refleja la realidad de nuestro planeta, de ese mundo creado por el capitalismo, por las corporaciones omnipotentes, por los grupos mediáticos hegemónicos que están convencidos de que la extrema riqueza es sinónimo de desarrollo y bienestar, creando países como los latinoamericanos, países que no son países, son sistemas feudales del experimento neoliberal.


"¿Qué es neoliberalismo? Un programa de destrucción de estructuras colectivas capaces de entorpecer la lógica del mercado puro".
P. Bourdieu.

"Parásitos" sirve muy bien para entender lo ocurrido en Chile, donde Cecilia Morel, esposa del presidente Sebastián Piñera, dijo, a propósito de la desobediencia social en ese país, que se verían obligados a "reducir sus privilegios". La familia Kim, en la película coreana, es también el vivo retrato de familias, como las Piñera o Macri, que en naciones como Chile y Argentina se han enriquecido desvergonzadamente, con la diferencia del modelo coreano de industrialización y desarrollo tecnológico intensivo.
Si en ese país asiático tres de cuatro jóvenes quieren irse al extranjero, ¿se puede considerar ese como un modelo exitoso para anidar una nación y convocar a las nuevas generaciones a una participación activa en el futuro de sus conciudadanos?
La realidad de Parásitos es simplemente la de países como Ecuador, donde tenemos en las mismas ciudades extremos de riqueza y pobreza a un kilómetro o dos de distancia: así lo demuestran el cantón guayasense Samborondón o, dentro Quito, Cumbayá y sus alrededores. Lo mismo sucede en ciudades como Lima, Bogotá, México o Río de Janeiro.



Guia para comprender lo que ocurre en Chile: 

Por Rossana Montalbán

Marcha multitudinaria en Chile, a vista de dron en la plaza Baquedano.
Chile no es un pais, es solo un "paisaje", administrado como un fundo.

La noticia resonó en los timelines de las redes sociales desencadenando un rechazo total. Los titulares de los medios de comunicación ponían el acento en la medida inesperada y su impacto en la economía doméstica de millones de chilenos cuyos salarios no superan los 300 o, como máximo, 400.000 pesos (el peso chileno, la segunda moneda más depreciada del mundo, equivalía a principios de 2020 a 0,0012€). Después de días de críticas y molestias, llegarían las polémicas declaraciones de los actuales funcionarios y autoridades gubernamentales implicadas en la decisión. Uno de ellos, el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, respondía el 8 de octubre señalando una curiosa solución: «Por ejemplo, se está reduciendo el coste en horas valle, de manera que si alguien sale antes y coge el metro a las siete de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que hoy. Ahí se abrió un espacio para que quien madruga pueda ser ayudado. Cuando los costes suben no hay muchas opciones».
Entre toda esta sarta de barbaridades, llama la atención el lenguaje empleado por el ministro para conjugar la palabra «ayudar» referida al hecho de tener que salir de casa a primera hora de la mañana para llegar al metro, a menudo lejos de los barrios residenciales, con el fin de utilizar el horario de las tarifas «económicas» y no incurrir en el gasto que supone la subida, proponiendo recorrer la ciudad de punta a punta con menos sueño y más fatiga en el cuerpo para empezar la jornada laboral de nueve horas.
Entrada a la estación de la Plaza de Armas del Metro de Santiago cerrada. Una pintada llama a la evasión, “No más abuso". – Carlos Figueroa (WikiCommons).
Entrada a la estación de la Plaza de Armas
del Metro de Santiago cerrada.
Una pintada llama a la evasión, "No más abuso".
Así llegamos al viernes 11 de octubre, el día en el que se registra la primera gran evasión masiva, convocada por la Coordinadora Nacional de Estudiantes de Secundaria (CONES); una llamada protagonizada ese día por estudiantes del Instituto Nacional de Santiago –de las pocas escuelas públicas de excedencia académica, reconocida en la historia de Chile por ser el vivero de presidentes y políticos–, emblemático por mantener un papel de participación social permanente en la esfera pública a través de sus centros estudiantiles, dirigiendo movilizaciones y huelgas de estudiantes. Al mismo tiempo, representa el lado más conservador de un Chile machista y patriarcal en el que los colegios de excelencia son solo para hombres, y que en el siglo XXI se sigue negando rotundamente a integrar mujeres en sus aulas.

Ese viernes, 80 de sus estudiantes asaltaron tres estaciones centrales de línea 1 ignorando los tornos y consiguiendo el desajuste completo del servicio en tan solo unos minutos, provocando paradas de tren y el cierre de las estaciones. El lunes siguiente, 14 de octubre –la semana decisiva de la movilización–, la acción se repitió y se multiplicó cubriendo cinco nuevas estaciones, esta vez en la línea 5, en dos horas diferentes: las 12 del mediodía y las 16 horas, encabezadas por agrupaciones de estudiantes de todo Santiago. El miércoles, 16 de octubre, adquiere aún más fuerza, pero los atrevidos uniformes escolares ya no están solos, los acompañan ahora también los adultos, estudiantes universitarios, amas de casa, secretarios, profesores y otros trabajadores que usan todos los días el tren subterráneo. Ese día, la evasión se llevó a cabo en las horas puntas de la mañana y de la tarde, se expandió a otras comunas de la capital y logró arrancar barras de acceso con la fuerza de la marea humana ejercida por los usuarios, hasta que llegaron las fuerzas especiales. Vigilaban cada estación.
Algunos de los numerosos carteles de las protestas en Santiago de Chile. – Carlos Figueroa (WikiCommons).
Las imágenes de cada evasión se viralizan y se celebran, probablemente todas querríamos ser parte de esos escolares enfadados y decididos, dispuestos a derrumbar todo con la claridad de saber que, en un país en donde todo se paga, no pagar un billete escolar transgredía el principio básico de reino neoliberal. «¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!». Este fue el eslogan de los estudiantes de bachillerato, haciendo lo que muchas veces fantaseamos en secreto, de casa al trabajo o del trabajo a casa, enfadadas, angustiadas por un servicio sobrecargado, por un día largo de trabajo, por estar a mediados de mes y no tener un peso en el bolsillo, por la tensión de que un salario de 45 horas semanales como licenciada en la universidad –pagada con el esfuerzo de los padres– no permita el acceso a una calidad de vida básica. No digamos ya para adquirir una vivienda. Mi caso no fue el único. Este compendio de realidad me vino a la mente al ver esas imágenes simples llenas de valentía y rebelión. No fue solo mi problema, no fui yo quien no consiguió rendir y ser rentable durante estos años, nada de esto tenía que ver con identificarse con la revuelta de la juventud. Los estudiantes de secundaria estaban encarnando algo poderoso y doloroso que hacía tiempo que fue reprimido.



Jueves, 17 de octubre

Ese día, en los medios de comunicación se habla ya de una ola de evasión y de jornadas tensas. El sindicato de trabajadores del Metro de Santiago, con las declaraciones contundentes, explica el contexto de la protesta ciudadana y su descontento por la subida responsabilizando al Ministerio de Transportes. Lo achaca a sus malas decisiones a la hora de comprar autobuses eléctricos, sin licitar nuevas bases de Transantiago, lo que contribuyó a encarecer excesivamente el servicio. Por su parte, la compañía rechaza la actuación de estudiantes y usuarios, cerrando las estaciones en los horarios de mayor afluencia y de posible evasión. Paralelamente, ese mismo día también se pudo leer en el periódico de circulación nacional La Tercera otra curiosa declaración del presidente del panel de expertos, Juan Enrique Coeymans: «Cuando los tomates suben, el pan, todo, no hay ninguna protesta». La noche del jueves 17 se cierra con escolares detenidos y heridos por perdigones en violentos enfrentamientos con las fuerzas policiales en el interior de las estaciones, y con una nueva llamada a la evasión al día siguiente, la última producida de manera masiva registrada durante la semana. Como todas, la jornada del viernes la terminé sobre las 18:30, después de nueve horas en la editorial. De aquella ya se informaba, a través de las redes sociales, del cierre brusco de las principales estaciones del Metro de Santiago, las que conectan con toda la ciudad, como respuesta a las evasiones masivas registradas en diferentes puntos del servicio, en el medio de una violenta represión de los usuarios.
Al moverme por las calles del barrio donde trabajo y vivo, por suerte pudiendo prescindir del transporte público, el sonido de las caceroladas emerge en un eco permanente e insistente rebotando en cada esquina, diciéndome que esta tarde sería diferente de todas las anteriores y de todas las siguientes. Quien logra llegar a sus casas antes de la hora crítica sale a golpear las cazuelas, ¿pero el resto? Los demás tienen que caminar y caminar, manzanas y kilómetros, muchos de ellos del otro lado de la ciudad, algunos en camino de citas con el médico, de los turnos de trabajo, de las citas o de los compromisos sociales, abandonados en el medio de una jornada interrumpida por la compañía Metro. Su única actuación ante la contingencia de una legítima demostración fue dejar millones de ciudadanos después de largas horas de trabajo –jornadas que desde hace unos meses buscan reducir en un proyecto de Ley llamado 40 horas– sin medio de transporte colectivo desde las 19 horas de esa noche interminable.
Un manifestante durante una protesta en Chile el pasado 25 de octubre. – Carlos Figueroa (WikiCommons).
Un manifestante durante una protesta en Chile el pasado 25 de octubre.


Cena y noche

La noche cae en Santiago, y el servicio de trenes subterráneos de la ciudad permanece suspendido por completo. Hay usuarios y trabajadores encerrados por las torpes acciones de la compañía. También manifestantes en cada una de las estaciones cerradas frente a la Policía, observando y gritando. Las barricadas están iluminadas, hay caos por entradas y paseos. Son las diez de la noche y hay quien, después de tres horas, aún no pudo llegar a su destino, pero «preferimos el caos a esta realidad tan charca», escribió el poeta y músico Mauricio Redolés.
La noche continúa, furiosa y oscura. La televisión y la radio agudizan sus discursos de terror. Informan sobre incendios en las estaciones de metro, grandes y dramáticos incendios emitidos en las pantallas llamativas por su alcance. El empresario Piñera brilla por su ausencia, horas antes había sido visto en una exclusiva pizzería del llamado ‘barrio superior’ celebrando el aniversario de un nieto. A medida que pasaban las horas, finalmente, en la madrugada de 19 de octubre el empresario vuelve al pazo de gobierno y se decreta el estado de emergencia. Tras el recorrido acelerado de los acontecimientos de ese sábado –masivas caceroladas y concentraciones desde Arica hasta Punta Arenas, enfrentamientos con fuerzas especiales y saqueos violentos en las cadenas de supermercados–, el estado de excepción se extiende a prácticamente todo el país, declarando también un toque de queda a partir de las 22 horas, para extenderse en los días posteriores desde las nueve, e incluso después de las ocho de la noche.

Matar al pobre

Marcha multitudinaria de protesta en la Plaza Ñuñoa en Santiago de Chile (21 de octubre de 2019). – Crilling (WikiCommons).
Marcha multitudinaria de protesta en la Plaza Ñuñoa
en Santiago de Chile (21 de octubre de 2019).
Marcados por una serie de hechos confusos y posibles masacres encubiertas, las primeras horas y días del estado de excepción/emergencia y toque de queda son los más terroríficos. Se producen incendios en por lo menos dos fábricas donde mueren civiles, trabajadores y colonos. Uno de ellos, en el almacén de la fábrica de ropa interior de Kayser, situada en la comuna de Renca. Otra, en una cadena llamada Construmart en la también humilde comuna de la Pintana. En los dos casos solo hablamos de saqueos. En la primera, mueren cinco personas aparentemente quemadas, todas ellas delincuentes comunes de los que no se aporta información ninguna y permanecen sin identificar más de 24 horas. En Pedro Aguirre Cerda, otra área periférica y humilde, se encuentra golpeado y colgado en una valla el cuerpo de la artista de calle Daniela Carrasco, La Mimo. Testigos confirman que fue arrestada durante la cacerolada. En Maipú, tras ser golpeado brutalmente por la Policía delante de su familia y vecinos, muere el técnico mecánico Alex Nuñez.

Por lo menos 16 personas fueron asesinadas entre la mañana del 20 y el 23 de octubre y se confirmaron 269 heridas en ‘manifestaciones’. La información oficial es incorrecta e incompleta, se sabe con el paso de los días y se confirma que hay 23 muertos y por lo menos 600 heridos. Ninguno de los asesinados había participado en marchas masivas en la ciudad; al contrario, testimonios y vídeos describen la llegada de policías y militares a concentraciones en barrios con caceroladas pacíficas y marchas nocturnas de caminar a casa. Detenciones ilegales en los recintos en llamas, golpes, disparos a poca distancia y a espaldas. Aún no se comentan las graves lesiones oculares provocadas en las marchas masivas. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y su director, miembro del Partido Demócrata Cristiano, Sergio Micco, son llamados a facilitar nombres y hacer transparentes las circunstancias de las muertes. Desde los partidos de la oposición piden a la ONU que envíe observadores de derechos humanos. Las familias sin cobertura mediática alegan un tratamiento indigno en los procesos de identificación de los cuerpos. Las muertes se clasifican en tres tipos de causas: por delitos comunes, desórdenes públicos y por agentes del Estado. No hay responsables. Los informes oficiales del Gobierno y las palabras del presidente empresario y su primo, el ministro del Interior, Andrés Chadwick, denotan indiferencia y desprecio. Solo hablan de números, mientras que los medios de comunicación transmiten el pesar por la pérdida de tiendas, bancos y centros comerciales. Las vidas humanas valen menos que la propiedad privada. Hay personas desaparecidas, detenidas y no identificadas. La herida y la rabia crecen.
La noche cae en la capital de este país… la noche cae en todo el territorio. Las calles ya no son nuestras, son suyas, de los disparos, gritos y helicópteros. De pronto, volvemos a estar en una nueva dictadura sin ni siquiera lograr curar ni reparar la anterior, si eso es posible. Aparecen la tortura y la muerte, el terror de Estado se extiende durante una semana y un día en las comunas y ciudades menos acomodadas y de mayor actividad social, ubicadas, en su mayoría, en la periferia. De nuevo, como en los años 70 y 80, la clase trabajadora sangra.
DenLesDen (Creativecommons).
Hasta el lunes 4 de noviembre, el promedio de lesiones oculares graves ascendía a 160 en 18 días de manifestaciones, una cantidad significativamente mayor en comparación con cualquier otro conflicto en 2019, incluidas las protestas de Hong Kong. Pero la violencia estatal insiste y ataca, enviando un mensaje claro a todo el movimiento el viernes 8 de noviembre, durante la tercera marcha más grande del país, disparando perdigones ante un chico universitario, Gustavo Gatica, de 21 años, con el fin de dejarlo ciego para siempre jamás, rompiendo, en teoría, con los ‘protocolos’ de disparar solo en caso de ser atacado, o de no usar escopeta antidisturbios. La segunda ola de violencia estatal, dirigida para acabar con el movimiento, se ejecuta a partir de 15 de noviembre. Después del repudio y las quejas generadas por el atentado de Gustavo, las fuerzas especiales de los policías ‘disminuyen’ la agresividad en la plaza Ex Italia, ahora denominada por el poder popular Plaza de la Dignidad. Su objetivo es casi un renacimiento, pavimentar las poblaciones, detener, matar o cegar sus residentes y líderes de los barrios. Así lo informan a los vecinos de la población Cinco Pendientes de Sano Bernardo. Allí es donde Fabiola Campillay de 36 años, madre de tres hijos, recibe el impacto en la cara de una bomba lacrimal de gasolina lanzada por carabineros a menos de 15 metros. Conocida por su papel activo en la población de Cinco Pendientes como líder de barrio, Fabiola pierde la vista de los dos ojos y su vida cambia para siempre.



En Chile se violan los derechos humanos

Amnistía Internacional documentó, recopiló pruebas e investigó las denuncias de violaciones de los derechos humanos cometidas entre el 19 de octubre y el 11 de noviembre concluyendo categóricamente que «la decisión del presidente Piñera de sacar el Ejército a la calle, después de imponer el estado de la emergencia, tuvo consecuencias catastróficas sobre la ciudadanía, ya que se constataron cinco personas asesinadas por agentes del Estado, más de 2.300 heridos y 220 con traumatismo ocular grave». También entregan recomendaciones a las autoridades, como exigir el cese de la «represión de manera urgente» y emprender «una reforma seria y profunda de los carabineros».
El proceso político social más complejo desde la llegada de la neo-democracia se puso en marcha trayendo al presente una historia inacabada, la de un pueblo que a lo largo de sus dos siglos de vida intentó de manera fallida autodeterminarse mediante utopías político-sociales intervenidas de manera dramática en esta tierra explotada y colonizada que continúa siendo Chile.
La batalla por la dignidad, comenzó en ese tipo de purgatorio urbano llamado transporte público articulado por los nietos de los abuelos que la dictadura no podía matar, los jubilados que hoy no mueren de hambre sino que se suicidan –las estadísticas proporcionadas por el INE revelaron en mayo de este año que la tasa de suicidio en adultos mayores llega a 17,7 casos por cada 100 mil habitantes, esto supone 7 casos más que la tasa nacional–, agotados por la precariedad que genera una pensión de 128.000 pesos al mes, en el país más caro de la región y en el reino de la salud privada. Una batalla iniciada por los hijos de padres endeudados que no podrán pagar una futura universidad, en el caso de conseguir la puntuación requerida y si la educación lo permite, en una estructura clasista donde solo los sectores acomodados acceden a ella, a los mejores puestos de trabajo, y con los mejores salarios; una realidad descrita por el compositor Jorge González y su banda Los Prisioneros en 1986: «Nos dijeron cuando los niños / juegan a estudiar / Los hombres son hermanos y juntos deben trabajar / Escuchó el consejo / Los ojos del profesor / Había mucho sol / Por encima de las cabezas / Y no era cierto, porque esos juegos al final / Acabaron para otros con laureles y futuro / Y dejaron a mis amigos pateando piedras».
En clave de pop, La danza de los que quedan, retrata el drama social de generaciones enteras, el drama aún persistente y casi invariable treinta y tres años después, funcionando como un eco indestructible sobre las desigualdades en Chile, musicalizando desde el primer día las movilizaciones como el himno de la juventud estafada y derrotada que no tuvo más remedio que patear piedras mientras ladran los perros, como dice la canción. Y mientras marchamos, proyectamos nuestra imagen con la imagen del ‘quiltro’, el perro mestizo de calle abandonado que antes fue un compañero de manifestaciones estudiantiles, conocido como el Negro Matapacos, aguerrido mordedor de policías y carros lanza aguas como tantos otros perros invisibles. Como adolescente dormido, Chile madura por la fuerza, a golpe de golpe, pero encuentra a su guía espiritual, la nobleza y la sabiduría del ‘quiltro’ lo conducen, y se recrea en muros, pancartas, estatuas y lemas. El perro negro simboliza la lucha del ‘perraje’, finalmente vimos lo otro, el invisible, el oprimido.
Protestas en Chile el pasado 25 de octubre. – Carlos Figueroa (CC BY-SA 4.0)
Protestas en Chile el pasado 25 de octubre
Batalla, sí, porque la historia nos enseñó que la recuperación de derechos básicos como educación, salud, vivienda digna y pensiones, arrebatados por el sistema económico neoliberal hace tres décadas y convertidos en bienes comerciables, privatizados y gestionados bajo la lógica del beneficio, amenazan las estructuras de poder y las bases sobre las que se construyó un país oligárquico y colonialista como Chile, gestionado por el 1% de la población responsable de concentrar el 26,5% de la riqueza. Construcción que también determinó y atravesó nuestras formas de relación como sociedad, convirtiendo los valores en éxito, dinero e individualismo.

Por primera vez en 46 años, los intereses económicos de esta clase dominante fueron cuestionados de forma inesperada y sin precedentes. A diferencia de lo sucedido en 1973, cuando Chile se convierte en el primer país socialista por medios democráticos. El profundo ‘éxito’ del modelo neoliberal chileno, y los estragos provocados por la dictadura en la psique social, garantizaron durante tres décadas la estabilidad del miedo y el engaño del boom económico, manteniendo sin preocupación los dueños de la propiedad sin poder ver, ni avanzar en una posible rearticulación del tejido social que, a pesar del duro exterminio, parece renacer poderosa y consistente en medio de la pereza y el conformismo.
Junto con la conciencia de clase, vuelven a aparecer también unos sindicatos atemorizados y perseguidos, sancionados en la mayoría de las empresas, micreros, barredores, consultores domésticos, etc. Con ellos, los pueblos originarios, el aguerrido e incansable pueblo Mapuche en la búsqueda de un Estado plurinacional, cuya historia de resistencia durante 500 años ante la pacificación de la Araucanía es probablemente la prueba más fuerte de que las luchas de esta naturaleza no finalizan. La disidencia sexual, el LGTB y el feminismo radical en la búsqueda constante de la reivindicación de los derechos y de la paridad, que a partir del segundo mes de movilizaciones consiguió transformar y despenalizar la protesta con una intervención artística reflexiva llamada Un violador en tu camino –realizada por el colectivo feminista de Valparaíso, Las Tesis–, replicado en todo el mundo y que sigue llamando a intervenciones en los lugares más emblemáticos de Santiago y en otras regiones con una participación intergeneracional masiva.
Después de 49 días sin tregua en las calles de Chile, donde fuimos asesinadas, detenidas, violadas, indignadas y cegadas por agentes del Estado, traicionadas por la ‘oposición’ en un acuerdo de paz social que niega un proceso constituyente como tal, sin intermediarios y solo con la ciudadanía, el Gobierno anuncia un plan de recuperación económica que contiene una miniagenda social cuya premisa central es que el ‘modelo’ no se toca. Parece que alguien nos está evitando, pero, al mismo tempo y porque nada cambió y el proceso de caída del sistema es a largo plazo, nosotros seguimos evadiendo. Evadiendo las balas, la ‘normalidad’ en 10 cuotas, la ‘pacificación’ implementada a través del terror de Estado. Evadiendo la desesperación y la decepción de las trampas políticas. Evadiendo, hasta que valga la pena vivir.

Nota: El 5 de noviembre de 2019 había 5.012 personas detenidas –549 de ellas niñas, niños y adolescentes incriminadas–, 1.778 personas heridas en los hospitales y 177 personas con heridas graves en los ojos.

Rossana Montalbán




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