Un hueco como señal. La bala ha entrado por la cabeza, pero no se sabe quién es el responsable. La bruma aún no se disipa y la duda está ahí. Todos creen, esperan, que haya sido un asesinato, los menos afirman que no fue un crimen lo que acabó con la vida del tecladista Keith Emerson. Fue él, con su propia mano, quien canceló cualquier posibilidad de un mañana al suicidarse. Tendinitis, artritis, cáncer de colon, depresión. Alguna de esas fue la causa o un coctel de todo ello, lo cierto es que la vida se le volvió insoportable al músico, tal vez uno de los cinco tecladistas más grandes que ha dado el rock en toda su historia, para algunos el número uno.
Por David Cortés
Keith Emerson nació el 2 de noviembre de 1944 en Todmorden, Yorkshire, Inglaterra, y contaba con ocho años cuando comenzó a tomar sus primeras lecciones de piano de su padre, porque, sorprendentemente, el tecladista nunca tuvo un entrenamiento formal. Él creció en años de turbulencia sonora y luego de 1965, una vez que los Beatles abrieron los caminos de la experimentación con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, formó The Nice, grupo soporte del cantante P. P. Arnold, pero que pronto ganó autonomía y se destacó porque en sus filas se encontraba un tecladista que mezclaba el rock con la música de concierto, tocaba y, literalmente, maltrataba el órgano Hammond para extraerle sonidos.
Una de las obras más aclamadas con este grupo fue Ars Longa Vita Brevis, donde él incluyó un arreglo del “Intermezzo” de la Suite Karelia de Sibelius y un movimiento del Concierto No. 3 de Brandenburgo de Bach.
Fue en The Nice cuando por primera vez escuchó el sonido del moog. La leyenda dice que esto sucedió cuando el dueño de una tienda puso en la tornamesa Switched-On Bach de Walter Carlos (ahora Wendy Carlos) y al ver la portada peguntó, extrañado, qué era eso en la cubierta. Impresionado por el sonido, el tecladista consiguió que un amigo le prestara el instrumento para un concierto que The Nice ofreció en el Royal Festival Hall al lado de la Real Orquesta Filarmónica. Allí, él interpretó Also Sprach Zaratustra con total aceptación por lo que prácticamente salió decidido a comprarse uno.
Lo que hacía con el Hammond, Emerson lo extendió al moog. De entonces data esa “rutina” que incluía golpear el instrumento con un látigo, montarse sobre él cual si fuera un corcel, zarandearlo y apuñalarlo, movimientos que si bien estaban diseñados para crear un impacto visual, poco a poco también se convirtieron en otra manera de crear sonidos bastante inusuales para su autor.
Esa turbulencia en la que se vivía en aquellos años llevó a Emerson a cruzar caminos con Greg Lake (King Crimson) y Carl Palmer (Atomic Rooster) para fundar uno de los grupos de rock progresivo más exitosos e influyentes de toda la historia del rock: Emerson, Lake and Palmer (EL&P). La naciente agrupación registró su primer álbum en 1970 y su aparición en el festival de la Isle of Wight los propulsó al estrellato, aunque no todos coincidían en su calidad, pues un escéptico John Peel dijo entonces que su concierto había sido “un desperdicio de electricidad”.
¿Cuánto debe hacer un ser humano para pasar a la historia? Siendo estrictos, a Keith Emerson le bastó el trabajo en el disco Tarkus (1971) para volverse un indispensable del progresivo y un referente mundial. En 20 minutos y siete movimientos el tecladista (ayudado por Greg Lake), edificó una obra contundente, megalítica, rimbombante si se quiere, épica, pero muy sólida que terminó por cimentar, para bien y para mal, las directrices del progresivo. Es el teclado de Emerson y la cauda de sonidos emanados de él, algunos de ellos bastante increíbles, sobre todo en ese momento, lo que impulsa el álbum, una obra cuya aura no desaparece y que se mantiene vigente y vigorosa a pesar de tener ya 45 años.
Después el trío grabó Pictures at an Exhibition, una adaptación de la obra de Mussorgsky en la cual nuevamente se asentó la tendencia del tecladista por acercar los compositores de música de concierto a las arenas de rock, sin saber que su trabajo funcionaría como catalizador para llevar el rock a las untuosas salas de conciertos.
Si bien posteriormente EL&P alumbró Brian Salad Surgery (1973), otro disco maravilloso, no logró superar lo perpetrado en trabajos previos. El grupo vivió sus mejores momentos en esa primera mitad de los 70, y otra muestra brillante del trabajo de Keith Emerson al teclado se encuentra en el doble Works volume 1, donde tres caras del vinilo se destinaron a trabajos en solitario y la cuarta a la labor de conjunto. El tecladista grabó “Piano Concerto No. 1”, un concierto en tres movimientos acompañado por orquesta en donde, una vez más, dejó plasmada una prueba de su talento. También se incluyó un arreglo a “Fanfare for the Common Man”, una original del compositor estadounidense Aaron Copland que le significó al trío su mayor éxito al posicionarse en el número dos de las listas británicas de popularidad en donde fue lanzado como sencillo.
Sin embargo, luego de ese disco el grupo entró en una pendiente. En 1978 ya estaban ahogados por su propias pretensiones. Un disco como Love beach no tiene nada en la cartuchera y solo habla de cómo la fama y el éxito mellaron las ambiciones del que fuera uno de los primeros supergrupos del rock.
No obstante la maestría, desde ese momento la carrera de Emerson no volvió a tener el mismo gas. Ni en su paso por Emerson, Lake and Powell, ni en sus trabajos en solitario (seis discos en estudio, tres en vivo, siete soundtracks) consiguió crear algo igualmente impactante a lo alcanzado en los primeros años de EL&P. Incluso el regreso del trío en 1992 con Black Moon, aunque con momentos destacados, no es equiparable a esos años de oro.
Sin embargo, la bestia en vivo se comportaba de manera diferente. Armado de un repertorio de temas clásicos, el trío era impresionante en directo (el 19 de marzo de 1993 estuvieron en el Auditorio Nacional y ya antes se habían presentado en el Cine Ópera de la Ciudad de México).
Ciertamente cuando Emerson tocaba su moog, este se convertía en un trapo: lo vejaba, azotaba, montaba. Se daba a los excesos y la rutina podía ser cansada si no se llegaba en el mood adecuado, pero cuando esta parte del show acababa, cuando el trío regresaba a lo básico, no había quien lo detuviera. Estar allí fue como presenciar el arribo de los dioses y eran los sonidos del sintetizador de Emerson los que proporcionaban ese soundtrack futurista, único.
De eso quedan recuerdos. Muchas almas fuero las que se vieron tocadas por la música del trío, muchos fueron lo que tuvieron su iniciación en las entretelas del rock con la música de estos tres. Muchas quijadas se trabaron por el asombro de escuchar la vorágine sonora creada por Keith Emerson, sin duda un virtuoso de los teclados, un músico que imprimió una perspectiva diferente a la música de rock y cuyo legado sonoro permanece incólume y vigente.
David Cortés
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