Como si protagonizáramos un apocalipsis fílmico, el coronavirus está ganando terreno. Mientras la OMS declara la pandemia, la canciller alemana Ángela Merkel pronostica que “entre el 60 y el 70 por ciento” de sus conciudadanos contraerá la enfermedad. Y, como si fuera la líder política del drama, ante el Parlamento germano, reconoce que “el virus está aquí y no hay vacuna ni tratamiento”. En tanto, los medios aportan el suspenso con siniestros conteos, imágenes de pánico y entrevistas a especialistas en nada. Hasta ahora, la peli se desarrolla dentro de una trama convencional: falta la heroína científica que descubra la cura y el investigador curioso que vislumbre el complot de un laboratorio transnacional que, en connivencia con alguna agencia internacional, propague el virus para ganar fortunas con el antídoto.
Claro que no es una película como muchas que hemos visto, donde un virus convierte a la desprevenida población en zombis, vampiros o padecientes agonizantes. Nada de eso, sino la vida misma: un virus que nos convierte en engripados y nos muestra lo vulnerables que somos. También, que hay muchos inescrupulosos, como los que explotan el coronavirus para incrementar sus ganancias con el precio de los barbijos o el alcohol en gel, aunque no sirvan para mucho. La TV se apropia del tema para convertirlo en único y las redes aportan confusión con consejos ineficaces, memes ingeniosos, carteles xenófobos y demás delicias de los eclécticos usuarios.
Como en 2009, nadie se acerca, el saludo es parco y la distancia se hace norma porque el otro puede ser un posible contagiante. El que tose o estornuda es mirado como si tuviera explosivos en el cinturón. Algunos paranoicos andan con el barbijo adosado, aunque se lo bajan cada tanto para fumar un cigarrillo, como si en esos minutos fueran inmunes a la proliferación del virus tan temido. El pañuelo que desagota la nariz es tratado como desecho radiactivo hasta que cae en la papelera y aún ahí, sigue generando terror. Algunos alucinan con el tan postergado fin del mundo, con la certeza de que formarán parte del grupo encargado de repoblar la Tierra. Los que pueden, colman las alacenas con mercancías para meses de encierro y buscan en internet los más esenciales consejos de supervivencia para cuando todo se desmorone. Los que no pueden, como siempre, sólo piensan en el día a día.
Pero que el coronavirus no tape el bosque, que la vida sigue, por ahora. Aunque los viajeros que vengan de los países afectados deban guardar cuarentena y nuestras manos se desgasten de tanto lavarlas a conciencia; aunque desaconsejen las aglomeraciones y los encuentros masivos; aunque recomienden el aislamiento en caso de presentarse algún síntoma; aunque nos parezca que el caos está pronto a adueñarse del mundo, siempre debemos vivir confiados en que tendremos futuro y que tenemos un presente que no debemos descuidar. Quizá no sea este bichito el que extinga a la especie humana; o tal vez la reduzca de manera drástica a menos de la mitad. Si, como decían los abuelos “no hay mal que por bien no venga”, tal vez estemos a las puertas de una nueva humanidad, compuesta por seres más solidarios, cuidadosos, compresivos y conscientes. Entonces sí, protagonizaríamos una película de las que valen la pena.
Apuntes discontinuos
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