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El Virus de la Revolución (II) Los Engendros del Capitalismo

El miedo es más peligroso que el propio virus. Sorprendentemente y por absurdo que parezca, muchos países han optado por aumentar el gasto militar frente a la pandemia, mientras que aumentó el gasto armamentístico de los ciudadanos de EEUU ¿pensarán matar al virus con balas?. Bombas atómicas. Misiles teledirigidos. Aviones sin pilotos. Drones. Toda la farmacopea bélica resulta inútil ante una pandemia. Al mismo tiempo, se oculta la negativa constante que reciberon investigadores estadounidenses para estudiar el impacto del virus y su prevención, y permitiendo que se expanda una catástrofe que pone al descubierto todos los profundos fallos de un sistema injusto: la salud despedazada por años de políticas de recortes y ahorros. Somos parte de un sistema listo para hacer la guerra con sus drones, misiles, cazabombarderos y Terminators civiles comprando armas, pero que no puede luchar contra un puto virus de gripe. Y entonces no se tiene más remedio que convertir a toda la sociedad en una prisión, atacando las libertades más elementales en nombre de la seguridad y la protección -que son el último recurso después de haber hundido los caminos de la prevención, la investigación y la educación-. En este momento se están experimentando peligrosas medidas de control social totalitarias, inevitables en este estadío de pandemia, pero que demuestran que la miserabilidad está en sintonía con los intereses de los grandes laboratorios.


Cuestionar el peligro del coronavirus es seguramente absurdo. Por otra parte, ¿no es igual de absurdo que una interrupción en el curso habitual de las enfermedades sea objeto de tal explotación emocional por parte de intereses poco santos? La formidable máquina mediática sólo repite la vieja mentira del impenetrable e ineludible decreto celestial donde el dinero loco ha suplantado a los sanguinarios y caprichosos dioses del pasado.
Como analizó René Girard, los estragos de la vieja peste negra en Europa tuvieron como reacción frecuente las matanzas de población judía, a la que se acusaba de envenenar las aguas, a través del mecanismo social de búsqueda del chivo expiatorio.
El miedo es un mal consejero, pero la epidemia deja aparecer con claridad es que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han acostumbrado desde hace mucho tiempo, se ha convertido realmente en la condición normal, como dice en esta nota el controvertido pensador italiano Giorgio Agamben: "No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad nos obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible que puede acechar a cualquier otro hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una guerra civil. El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros. Lo que preocupa es no tanto o no sólo el presente, sino lo que sigue. Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, incluso después de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: que las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos".


Nos salvamos todos o no se salva nadie

La pandemia de gripe de 1918 mató al menos 40 millones de habitantes en todo el mundo (aunque algunos cómputos elevan bastante más esa cifra, en todo caso mató a más gente que la primera guerra mundial). La autoridades impulsaron entonces medidas urgentes que ahora nos resultan familiares. Se cerraron teatros, centros de enseñanza y recintos deportivos. Se acordaron aislamientos y cuarentenas. Las calles fueron regadas periódicamente. Se impartieron consejos sobre higiene e instrucciones para impedir el contagio. Se prohibieron las aglomeraciones y los cortejos fúnebres. Todas estas prevenciones tuvieron cierto seguimiento en los sectores sociales más acomodados. Sin embargo, fracasaron por completo en los barrios más humildes de numerosas ciudades: analfabetismo,condiciones insalubres, hacinados en covachas minúsculas, sin agua potable ni alcantarillado, ni tampoco recursos para pagar servicios médicos.
El contagio llegó incesantemente desde los barrios más desfavorecidos a los más ricos, sin que la muerte diferenciara entre clases sociales. Hubo quienes culpaban con enorme dureza a los pobres, sin notar que la responsabilidad era de quienes habían permitido la subsistencia en esas condiciones de miseria. La insolidaridad social previa de los más privilegiados había imposibilitado la contención de la enfermedad y les había estallado trágicamente en sus propias carnes.
En las edades oscuras de la historia, el terror causado por la peste bubónica causó más daño que la enfermedad misma. Por ejemplo, en la Europa medieval, el miedo a los vistos como causantes de la peste era mucho más dañino y letal que la peste misma que segó millones de vidas. Los testimonios que Boccaccio y Manzoni nos dejaron en sus obras (El Decameron y la Historia de la Columna Infame ) nos transmiten enseñanzas muy valiosas. Pero, como suele suceder y decía Antonio Gramsni, la historia enseña, pero no tiene quien quiera aprender de ella.
Los eventos relacionados con el nuevo virus, Covid-19, mejor conocido como Coronavirus, confirman que el miedo es mucho más sutil y más pernicioso que cualquier enfermedad epidémica, sin embargo, al mismo tiempo, puede resultar rentable para aquellos que, de manera cínica y sin escrúpulos, logran sacar provecho de ello. La histeria colectiva generada por el nuevo virus es un fenómeno de proporciones inmensas y aterradoras. Nuestra hipótesis, dictada por experiencias históricas, es que las actuales campañas mediáticas de alarmismo y terrorismo psicológico masivo, servirán para justificar y alentar a la futura carrera a comprar millones de dosis de vacuna a título de precaución y prevención, lo que hará el beneficio de los principales gigantes farmacéuticos multinacionales.
Texto original en italiano en https://umanitanova.org/?p=11742. Traducido por la Redacción de El Libertario.

Experiencias como la gripe de 1918, entre otras, llevaron a apostar por un sistema público de salud, desde la perspectiva de que todos estamos interconectados y de que la vertebración social es fundamental para afrontar estos problemas. La crisis generada por la irrupción del coronavirus vuelve a demostrar la trascendencia de una sanidad pública eficaz y con instrumentos adecuados. Las proclamas de la insolidaridad social han vuelto a quedar en evidencia. Observamos a multitud de neoliberales económicos (los mismos que siempre han reclamado recortes públicos y Estado mínimo) que, al sentirse en situación de peligro, ahora exigen la máxima intervención estatal y se quejan de la insuficiencia de recursos, en muestras de incoherencia estúpida.
Por suerte, nadie defiende que el virus pueda circular a sus anchas, igual que el libre mercado.
Es momento de recordar todos los movimientos que frenaron el desmantelamiento de nuestra sanidad pública. Macrismo incluído.

Hay lecciones que podemos extraer. Algunas las había anticipado Albert Camus en su novela "La peste", al mostrarnos que en la respuesta existencial ante toda epidemia surgirá la heroicidad de las personas corrientes: la única manera de combatir la plaga es la decencia, ejercida desde los lazos de solidaridad que unen a todos los seres humanos. La embestida del coronavirus vuelve a revelar lo peor y lo mejor de la condición humana, pero más a favor de todo lo que nos eleva moralmente.


El virus del miedo

Te despertás por la mañana y el primer pensamiento que te viene a la mente es que algo está mal y luego piensas en la cuarentena, la epidemia, las restricciones. Ves el sol que pasa por entre las persianas y quieres salir a pasear y charlar con los amigos, pero no puedes. Entonces recuerdas que tienes que inventarte el día de una manera completamente nueva. Es como si siempre fuera un día de vacaciones, un día raro de fin de semana.
Históricamente, nos han enseñado a esquivar la solidaridad y la reconstrucción del tejido social. No hay virus tan fulminante como el de la competencia con el prójimo, el cinismo y la no solidaridad.  Pero la pandemia ha exigido cambios drásticos, imposibles que se convierten en realidad: quedarse en casa, tener tiempo para leer un libro o ver una película, pasar más tiempo con la familia, consumir menos y, sobre todo, huir de los centros comerciales en las grandes ciudades. Se desmorona el imaginario colectivo impuesto por el hípercapitalismo y obliga a discutir alternativas. La pandemia, al igual que la crisis ambiental demuestra otra vez que el neoliberalismo mata.
Esta epidemia nos ha dejado al descubierto, nos ha privado de nuestros hábitos más simples, nos ha quitado nuestras certezas, pero también nos ha hecho descubrir una nueva emoción al reconocernos en nuestro prójimo, en nuestros vecinos, nuestros conciudadanos.

Virus van y virus vienen, pero cómo manejan la información los medios de comunicación y los gobiernos es lo que hace la enorme diferencia. Para ejemplo el dengue; mueren millones de personas y seguirán muriendo, no se ve a gobiernos ni a medios de comunicación poniendo luces rojas de emergencia.Con el virus estrella la cosa es distinta...
"Llegan a la consulta por síntomas que, en general, nada tienen que ver con el coronavirus. Registramos un clima de locura generalizada, voy a verlos o ellos me vienen a ver, aterrorizados, descontrolados. Los esfuerzos para tranquilizar a esos pacientes nos demandan casi más tiempo que otras tareas propias de la contingencia. Reiterar una y otra vez que el coronavirus es algo serio, que hay que acatar todas las instrucciones sanitarias para impedir que la cadena de contagios se expanda. Que hay que estar alertas, pero sin miedo. Que los cuidados especiales deben ir dirigidos a las poblaciones de mayor riesgo, los llamados adultos mayores con afecciones preexistentes. Que la inmensa mayoría de los casos ni siquiera requiere de internación. Que sí, estemos alertas porque se trata de una pandemia pero no todos vamos a morir, ni mucho menos. Todo eso hay que repetirlo y los haremos cuánto haga falta, pero también sugiero otra medida de prevención: por favor no vean televisión, no sintonicen los canales de noticias; son algo así como un virus letal que desinforma y aterroriza".
Médica anónima de hospitales públicos en la ciudad de Buenos Aires.


Transitó el mundo occidental años de haber dejado de financiar la salud pública y haber transformado a los hospitales en empresas médicas, y la pandemia muestra los resultados inevitables.
El neoliberalismo, desde la década del 1970, centró su penetración ideológica en un discurso simple pero atractivo: la "libertad de elegir", es decir  una economía de mercado sin restricciones  guarda todos los secretos de eficiencia y justicia distributiva. En forma complementaria el discurso neoliberal refirió otra simplificación explicativa: todos los crecientes problemas de las economías (desocupación, marginación, diferencias, polución,  abismales de ingresos, injusticias, inmovilidad social, sobre endeudamiento, etc.) serían debido a la presencia activa  del Estado en actividades.
Todas las actividades  "podrían ser hechas  mejor y con mejores resultados" por el sector  privado, sin pensar la existencia de contradicción alguna entre su afán de mayor lucro y los resultados sociales injustos o desbalanceados. Una de las áreas en las cuales puso la mira vehemente pie la inversión privada en los últimos años fue el de la salud.
La campaña sistemática a contra el derecho  a acceder a la atención médica garantizada tuvo otra arista siniestra y perversa no casual: la caída sistemática de los presupuestos de salud y de los ingresos y condiciones de trabajo de los profesionales y auxiliares de la salud, con la intencionalidad también de demostrar que la salud privada era mejor, al menos en apariencia 
La última década dejó los sistemas sanitarios de Europa, otrora orgullosas joyas de la corona del Estado de bienestar en un estado muy precario: según la Organización Mundial de la Salud, las camas para casos agudos y cuidados intensivos en Italia se redujo a la mitad: en los últimos 25 años de políticas neoliberales, de 575 lugares cada 100.000 habitantes a 275 en la actualidad.

Los grandes medios de comunicación y los gobiernos insisten sobre las diferencias en el porcentaje de letalidad debido a la edad. Sin embargo, no quieren atraer la atención sobre las diferencias de clase y sobre como la mortalidad debido a esta pandemia afectará a la gente según sus ingresos y su patrimonio.

El coronavirus ha dejado a la intemperie el drama social producto de años de neoliberalismo. La profunda crisis del sistema ha desempeñado su papel en la salud pública socavada por la política de austeridad que simplemente no puede con la enfermedad.


No solo coronavirus

El mundo globalizado de hoy está afectado no solo por el coronavirus sino por numerosas enfermedades de naturaleza económica y social, como las desproporciones desordenadas del "mercado libre", la pobreza en gran escala, la creciente desigualdad social, el atraso crónico en el desarrollo, las enormes lagunas en la educación e, incluso, los rudimentos del fundamentalismo religioso junto a una corrupción constante.
La Organización Internacional del Trabajo prevé aumento en los índices de pobreza, desempleo y subempleo, como impacto de la pandemia y señala que 25 millones de personas podrían perder sus trabajos, superando las cifras de la crisis financiera del 2008-2009, que significó un incremento de 22% de desempleados. El impacto será devastador para los trabajadores que ya se encuentran o están cerca del umbral de pobreza.

En Argentina y sólo de gripe, la agencia de noticias Telam informa que entre 3.000 y 4.000 personas fallecen al año. En las redes sociales, y sin evitar un comentario crítico, el sociólogo y doctor en Comunicación por la ULP Aritz Recalde citaba en las últimas horas datos de un informe del ministerio de Salud de la Nación, correspondiente a diciembre de 2019 y con datos de 2018: "En todo el país tuvieron lugar 633 decesos por tuberculosis, 156 por hepatitis viral, 1.339 por HIV y 280 por meningitis. Se produjeron 31.916 muertes por neumonía e influenza (gripe), con un promedio de 2.659 mensuales y 88 diarias, concentradas en los meses fríos. Cuando escucho el pánico frente a las estadísticas de Italia me convenzo de dos cosas: las personas no conocen los datos de salud del país y de qué realmente se pueden contagiar, y un sector importante de la dirigencia hace tiempo que instala agendas de salud que poco tienen que ver con el pueblo".


La TV aumenta el tono de sus ditirambos apocalípticos y charlatanerías, la obscenidad de los que pueden comprar y comprar se convierte en una sala de pantomimas vociferantes que tal vez ni Guy Debord pudo imaginar cuando aquél su notable texto de 1967, "La sociedad del espectáculo".
Vamos a los datos concretos de hace unos días (hoy por hoy, porque mañana pueden cambiar). Sin miedos ni alarmismos. Tampoco con ingenuidad boba de que "aquí no pasa nada". Solamente para tomar las cosas en su justa dimensión... para desterrar el miedo.
La situación del dengue es bastante grave, principalmente porque estamos teniendo circulación de cuatro serotipos de virus y eso está asociado con situaciones de progresión a formas más graves de la enfermedad.
Históricamente, los serotipos que circulaban en Argentina eran el 1 y el 2, y ya tenemos circulando los cuatro. La transmisión ocurre de manera exponencial. En el último parte que yo tenía, que estaba circulando desde el día 8, había 600 casos ya confirmados, y a esta altura debe haber más de 1.000 casos.
De todas maneras la situación del dengue ha sido crítica en toda Latinoamérica, no solo en Argentina; la situación de brote viene registrándose desde centroamérica. En Honduras hubo una tasa bastante alta de mortalidad, y en Brasil están notificando más de 50 mil casos mensuales de dengue.
Esta situación atraviesa toda la región. Es un virus transmitido por un mosquito, y ese mosquito posee tanto más actividad como una capacidad para multiplicarse mucho mayor, mucho más rápida, cuando aumentan las temperaturas, y por eso son enfermedades tropicales, asociadas con las altas temperaturas...
Enrique de la Calle - En Argentina convivimos con patologías prevalentes que son muy preocupantes y hacemos como si no existieran



Sin embargo son situaciones distintas, porque la diferencia sustancial es que el dengue y el sarampión pueden ser erradicados ya que la forma de erradicación es eliminando al vector en el caso del dengue y en el caso del sarampión es vacunando. Pero hablamos de que pueden ser erradicados, no que se lo esté haciendo. Hay mucho despliegue para el virus estrella y poco y nada para otras plagas no tan protagónicas pero incluso más mortífera. Otra vez volvemos la tema de la hipocresía...

El tema es como contener el avance del coronavirus; y entonces la palabra "ralentizar" la expansión del virus, surge como evidente, porque claro, nuestros sistemas de salud no están preparados para atender en caso de que el pico de contagiados crezca y colapce la capacidad instalada para pacientes con necesidad de hospitalización y de cuidados intensivos con respiración mecánica.

Y no estamos preparados porque todo porque el sistema actual está montado en base al lucro y los sistemas de salud pública con famélicos al lado de servicios de salud privados al que acceden solo quienes pueden pagar por ellos y que tampoco están preparados para atender situaciones de emergencia como los que enfrentamos porque esto no es rentable.


La sociedad de la hipocresía global
Durante el año 2019, se registraron en España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos morirán en un plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su vida un calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible. En una sociedad avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar el cáncer, las enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían ocupar un lugar preeminente, dedicándoles todos los medios económicos posibles. Del mismo modo, en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud, en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los tratamientos para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas estatales de salud, declarar la libertad de todos los países copiar cualquier medicamento que sirva para mejorar la vida de los enfermos y condenar el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de los grandes laboratorios. No lo hace, mira para otro lado, y la curación de esas enfermedades que tanto dolor causan a tantísima gente se pospone hasta que la mafia quiera.
El año 2019, murieron en España por accidente laboral casi setecientas personas, resultando heridos de gravedad o enfermos debido al trabajo varios miles de personas. Las causas están claras, precariedad laboral, jornadas interminables, destajo, escasas medidas de seguridad y explotación. Ningún organismo estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca inversión, abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.
En 2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión que mata todos los años a miles de personas en África sin que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas necesarias -que valen cuatro perras- para evitar ese genocidio silencioso. Al fin y al cabo, la mayoría son negros.
En 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma causa el fallecimiento de ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de vida.
En 2017 más de seis millones de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos. Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo, ningún periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo machaconamente en esa tragedia que martiriza a diario a media humanidad y amenaza con llevarnos a todos a condiciones de vida insufribles...
Pedro Luis Angosto - El coronavirus y la sociedad de la mentira global


La peste de las App

Sin desconocer la gravedad de la situación sanitaria global, la peste XXI, que ya tiene sus múltiples APP, debemos reconocer que se ensaña no solamente con los más débiles sino también con los más estúpidos. Y el sistema capitalista ensaya una nueva manera de consumismo, jaqueado por la nueva crisis. Netflix refuerza la oferta. Glove, Rappi y otras explotadoras del pebetaje en bici proveerá de escafandras y trajes aislantes a su gente para que colmen las necesidades de los confinados.

Pero más allá de la frivolidad, una crisis puede ser también una oportunidad para pensar a fondo en el futuro. El futuro que queremos como individuos y como sociedad. Miremos al futuro, más allá de esta crisis. Empecemos ya a imaginar el tipo de vida y de valores que nos inspiran y dan fuerza. Consideremos que la vida misma es una construcción.

Hemos contemplado con pasmo la estupidez de quienes roban mascarillas, la frivolidad de quienes acaparan papel higiénico o la estupidez de quienes confunden el cese de actividades con unas vacaciones para viajar a la costa. Sin embargo, por encima de todo eso, también hemos podido admirar el esfuerzo imponente de quienes trabajan en nuestro sistema sanitario, la organización espontánea de redes altruistas para los cuidados y el tesón de una gran parte de la ciudadanía (en cada gesto diario) para evitar la propagación del virus.
Somos muchos los que queremos un mundo más humano, esto es: Igualitario, libre y sin violencia. Pero ese mundo es una realidad posible en la medida de nuestra dirección mental y en consecuencia de nuestras acciones y valores.

"Cuando todas las puertas se cierran, los dioses que llevamos dentro siempre encuentran una ventana".




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Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.