Compartimos la traducción de un artículo sobre las repercusiones del sistema capitalista mundial en otra epidemia viral, y dada la situación que vivimos en latinoamérica, es oportuna esta nota que revive los momentos del control del coronavirus en la población china. Fue publicado el 6 de febrero de 2020 en el sitio web de Chuang (que puede traducirse aproximadamente como "libérate; ataca, carga; rompe las líneas enemigas; actúa impetuosamente"), un grupo de comunistas chinos que critican tanto el "capitalismo de Estado" del Partido Comunista Chino como la versión neoliberal de los movimientos de "liberación" de Hong Kong. En su sitio web publican, además de los artículos de su blog, una revista temática que ya tiene una edición en inglés, todo lo cual puede consultarse aquí. Les recomiendo esta nota tan larga como interesante, sobretodo porque aquí vamos a pasar por algunos de los estadíos descritos aquí, y deja en claro la responsabilidad del sistema social tanto en esta pandemia como todas las que vivió la humanidad hasta el presente.
Notas
El horno
Wuhan
es conocido coloquialmente como uno de los «cuatro hornos» (四大火炉) de
China por su verano húmedo y caluroso y opresivo, compartido con
Chongqing, Nankín y alternativamente con Nanchang o Changsha, todas
ciudades bulliciosas con largas historias a lo largo o cerca del valle
del río Yangtsé. Sin embargo, de las cuatro, Wuhan también está
salpicada de hornos en sentido estricto: el enorme complejo urbano actúa
como una especie de núcleo para el acero, el concreto y otras
industrias relacionadas con la construcción de China. Su paisaje está
salpicado de altos hornos de enfriamiento lento de las restantes
fundiciones de hierro y acero de propiedad estatal, ahora plagado de
sobreproducción y obligado a una nueva y polémica ronda de reducción,
privatización y reestructuración general, que ha dado lugar a varias
huelgas y protestas de gran envergadura en los últimos cinco años. La
ciudad es esencialmente la capital de la construcción de China, lo que
significa que ha desempeñado un papel especialmente importante en el
período posterior a la crisis económica mundial, ya que ésos fueron los
años en que el crecimiento chino se vio impulsado por la canalización de
los fondos de inversión hacia proyectos estatales reales de
infraestructura e inmobiliarios. Wuhan no sólo alimentó esta burbuja con
su exceso de oferta de materiales de construcción e ingenieros civiles,
sino que también, al hacerlo, se convirtió en la ciudad del boom
inmobiliario por parte del Estado. Según nuestros propios cálculos, en
2018-2019 la superficie total dedicada a obras de construcción en Wuhan
equivalía al tamaño de la isla de Hong Kong en su conjunto.
Pero
ahora este horno que impulsa la economía china después de la crisis
parece, al igual que los hornos que se encuentran en sus fundiciones de
hierro y acero, estar enfriándose. Aunque este proceso ya estaba en
marcha, la metáfora ya no es simplemente económica, ya que la ciudad,
antaño bulliciosa, ha estado sellada durante más de un mes y sus calles
han sido vaciadas por mandato del gobierno: «La mayor contribución que
pueden hacer es: no se reúnan, no causen caos», decía un titular del
diario Guangming, dirigido por el departamento de propaganda
del Partido Comunista Chino (PCCh). Hoy en día, las nuevas y amplias
avenidas de Wuhan y los relucientes edificios de acero y cristal que las
coronan están todos enfriados y huecos, ya que el invierno disminuye
durante el Año Nuevo Lunar y la ciudad se estanca bajo la constricción
de la amplia cuarentena. Aislarse es un buen consejo para cualquier
persona en China, donde el brote del nuevo coronavirus (recientemente
rebautizado como «SARS-CoV-2» y su enfermedad «COVID-19») ha matado a
más de dos mil personas; más que su predecesora, la epidemia de SARS de
2003. El país entero está encerrado, como lo estuvo durante el SARS. Las
escuelas están cerradas y la gente está encerrada en sus casas en todo
el país. Casi toda la actividad económica se detuvo por el feriado del
Año Nuevo Lunar, el 25 de enero, pero la pausa se extendió por un mes
para frenar la propagación de la epidemia. Los hornos de China parecen
haber dejado de arder, o por lo menos se han reducido a brasas de suave
brillo. En cierto modo, sin embargo, la ciudad se ha convertido en otro
tipo de horno, ya que el coronavirus arde a través de su población
masiva como una fiebre enorme.
El
brote ha sido culpado incorrectamente de todo, desde la conspiración y/o
la liberación accidental de una cepa de virus del Instituto de
Virología de Wuhan —una afirmación dudosa difundida por los medios
sociales, particularmente a través de publicaciones paranoicas en
Facebook de Hong Kong y Taiwán, pero ahora impulsada por medios de
comunicación conservadores e intereses militares en Occidente— hasta la
propensión de los chinos a consumir tipos de alimentos «sucios» o
«extraños», ya que el brote de virus está relacionado con murciélagos o
serpientes vendidas en un «mercado mojado» semilegal especializado en
vida silvestre y otros animales raros (aunque ésta no fue la fuente
definitiva). Ambos temas principales exhiben el evidente belicismo y
orientalismo común en los reportajes sobre China, y varios artículos han
señalado este hecho básico. Pero incluso estas respuestas tienden a
centrarse sólo en cuestiones de cómo se percibe el virus en la esfera
cultural, dedicando mucho menos tiempo a indagar en la dinámica mucho
más brutal que se oculta bajo el frenesí de los medios de comunicación.
Una
variante un poco más compleja comprende al menos las consecuencias
económicas, aunque exagera las posibles repercusiones políticas por
efecto retórico. Aquí encontramos los sospechosos habituales, que van
desde los políticos estándar matadragones bélicos hasta los que se
aferran a la perla derramada del alto liberalismo: las agencias de
prensa, desde la National Review hasta el New York Times,
ya han insinuado que el brote puede provocar una «crisis de
legitimidad» en el PCCh, a pesar de que apenas se percibe el olor de un
levantamiento en el aire. Pero el núcleo de la verdad de estas
predicciones está en su comprensión de las dimensiones económicas de la
cuarentena, algo que difícilmente podría perderse en los periodistas con
carteras de acciones más gruesas que sus cráneos. Porque el hecho es
que, a pesar de la llamada del gobierno a aislarse, la gente puede verse
pronto obligada a «reunirse» para atender las necesidades de la
producción. Según las últimas estimaciones iniciales, la epidemia ya
provocará que el PIB de China se reduzca a un 5 % este año, por debajo
de su ya de por sí débil tasa de crecimiento del 6 % del año pasado, la
más baja en tres décadas. Algunos analistas han dicho que el crecimiento
en el primer trimestre podría disminuir en un 4 % o menos, y que esto
podría desencadenar algún tipo de recesión mundial. Se ha planteado una
pregunta impensable hasta ahora: ¿qué le sucede realmente a la economía
mundial cuando el horno chino comienza a enfriarse?
Dentro
de la propia China, la trayectoria final de este evento es difícil de
predecir, pero el momento ya ha dado lugar a un raro proceso colectivo
de cuestionamiento y aprendizaje de la sociedad. La epidemia ha
infectado directamente a casi 80 000 personas (según la estimación más
conservadora), pero ha supuesto una conmoción para la vida cotidiana
bajo el capitalismo de 1 400 millones de personas, atrapadas en un
momento de autorreflexión precaria. Este momento, aunque lleno de miedo,
ha hecho que todos se hagan simultáneamente algunas preguntas
profundas: ¿qué me sucederá a mí? ¿A mis hijos, a mi familia y a mis
amigos? ¿Tendremos suficiente comida? ¿Me pagarán? ¿Pagaré la renta?
¿Quién es responsable de todo esto? De una manera extraña, la
experiencia subjetiva es algo así como la de una huelga de masas, pero
una que, en su carácter no-espontáneo, de arriba hacia abajo y,
especialmente en su involuntaria hiperatomización, ilustra los enigmas
básicos de nuestro propio presente político estrangulado de una manera
tan clara como las verdaderas huelgas de masas del siglo anterior
dilucidaron las contradicciones de su época. La cuarentena, entonces, es
como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es,
sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique
como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión.
Por supuesto, la especulación sobre la inminente caída del PCCh es una tontería predecible, uno de los pasatiempos favoritos de The New Yorker y The Economist.
Mientras tanto, los protocolos normales de supresión de los medios de
comunicación están en marcha, en los que los artículos de opinión
abiertamente racistas de los medios de comunicación de masas publicados
en los medios de comunicación tradicionales son contrarrestados por un
enjambre de artículos de opinión en la web que polemizan contra el
orientalismo y otras facetas de la ideología. Pero casi toda esta
discusión se queda en el nivel de la representación —o, en el
mejor de los casos, de la política de contención y de las consecuencias
económicas de la epidemia—, sin profundizar en las cuestiones de cómo se
producen esas enfermedades en primer lugar, y mucho menos en
su distribución. Sin embargo, ni siquiera esto es suficiente. No es el
momento de un simple ejercicio de «Scooby-Doo marxista» que quite la
máscara al villano para revelar que, sí, de hecho, ¡fue el capitalismo
el que causó el coronavirus todo el tiempo! Eso no sería más sutil que
los comentaristas extranjeros olfateando el cambio de régimen. Por
supuesto que el capitalismo es culpable, pero ¿cómo se interrelaciona
exactamente la esfera socioeconómica con la biológica, y qué tipo de
lecciones más profundas se podrían sacar de toda la experiencia?
En
este sentido, el brote presenta dos oportunidades para la reflexión. En
primer lugar, se trata de una apertura instructiva en la que podríamos
examinar cuestiones sustanciales sobre la forma en que la producción
capitalista se relaciona con el mundo no-humano a un nivel más
fundamental: en resumen, el «mundo natural», incluidos sus sustratos
microbiológicos, no puede entenderse sin referencia a la forma en que la
sociedad organiza la producción (porque, de hecho, ambos no están
separados). Al mismo tiempo, esto es un recordatorio de que el único
comunismo que vale la pena nombrar es el que incluye el potencial de un
naturalismo plenamente politizado. En segundo lugar, también podemos
utilizar este momento de aislamiento para nuestro propio tipo de
reflexión sobre el estado actual de la sociedad china. Algunas cosas
sólo se aclaran cuando todo se detiene de forma inesperada, y una
desaceleración de este tipo no puede evitar hacer visibles tensiones
previamente ocultas. A continuación, pues, exploraremos estas dos
cuestiones, mostrando no sólo cómo la acumulación capitalista produce
tales plagas, sino también cómo el momento de la pandemia es en sí mismo
un caso contradictorio de crisis política, que hace visibles a las
personas los potenciales y las dependencias invisibles del mundo que les
rodea, al tiempo que ofrece otra excusa más para la extensión creciente
de los sistemas de control en la vida cotidiana.
La producción de plagas
El
virus que está detrás de la actual epidemia (SARS-CoV-2), al igual que
su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe
porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo de economía y
epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado
el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la
población humana es casi siempre producto de lo que se llama
transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales
infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una
especie a otra está condicionado por cosas como la proximidad y la
regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la
enfermedad se ve obligada a evolucionar. Cuando esta interfaz entre
humanos y animales cambia, también cambia las condiciones dentro de las
cuales tales enfermedades evolucionan. Detrás de los cuatro hornos, por
lo tanto, se encuentra un horno más fundamental que sostiene los centros
industriales del mundo: la olla a presión evolutiva de la agricultura y
la urbanización capitalistas. Esto proporciona el medio ideal a través
del cual plagas cada vez más devastadoras nacen, se transforman, son
inducidas a saltos zoonóticos y luego son vectorizadas agresivamente a
través de la población humana. A esto se añaden procesos igualmente
intensos que tienen lugar en los márgenes de la economía, donde las
personas que se ven empujadas a incursiones agroeconómicas cada vez más
extensas en ecosistemas locales encuentran cepas «salvajes». El
coronavirus más reciente, en sus orígenes «salvajes» y su repentina
propagación a través de un núcleo fuertemente industrializado y
urbanizado de la economía mundial, representa ambas dimensiones de
nuestra nueva era de plagas político-económicas.
La idea básica en este caso es desarrollada más a fondo por biólogos de izquierda como Robert G. Wallace, cuyo libro Big Farms Make Big Flu
(«Las grandes granjas hacen la gran gripe»), publicado en 2016, expone
exhaustivamente la conexión entre la agroindustria capitalista y la
etiología de las recientes epidemias, que van desde el SRAS hasta el
Ébola.1 Al rastrear la propagación del H5N1, también conocido
como gripe aviar, resume varios factores geográficos clave para esas
epidemias que se originan en el núcleo productivo:
Los
paisajes rurales de muchos de los países más pobres se caracterizan
ahora por una agroindustria no regulada que se ejerce presión sobre los
barrios de barrios periféricos. La transmisión no controlada en zonas
vulnerables aumenta la variación genética con la que el H5N1 puede
desarrollar características específicas para el ser humano. Al
extenderse por tres continentes, el H5N1 de rápida evolución también
entra en contacto con una variedad cada vez mayor de entornos
socioecológicos, incluidas las combinaciones locales específicas de los
tipos de huéspedes predominantes, los modos de cría de aves de corral y
las medidas de sanidad animal.2
Esta
propagación está, por supuesto, impulsada por los circuitos mundiales
de mercancías y las migraciones regulares de mano de obra que definen la
geografía económica capitalista. El resultado es «un tipo de selección
demoníaca en aumento» a través del cual el virus se plantea un mayor
número de vías evolutivas en un tiempo más corto, permitiendo que las
variantes más aptas superen a las demás.
Pero
éste es un punto fácil de señalar, y uno ya común en la prensa
dominante: el hecho de que la «globalización» permite la propagación de
esas enfermedades más rápidamente; aunque aquí con una adición
importante, observando cómo este mismo proceso de circulación también
estimula al virus a mutar más rápidamente. La verdadera cuestión, sin
embargo, viene antes: antes de que la circulación aumente la resiliencia
de esas enfermedades, la lógica básica del capital ayuda a tomar cepas
virales previamente aisladas o inofensivas y a colocarlas en entornos
hipercompetitivos que favorecen los rasgos específicos que causan las
epidemias, como ciclos rápidos de vida del virus, la capacidad de salto
zoonótico entre especies portadoras y la capacidad de desarrollar
rápidamente nuevos vectores de transmisión. Estas cepas tienden a
destacar precisamente por su virulencia. En términos absolutos, parece
que el desarrollo de cepas más virulentas tendría el efecto contrario,
ya que matar antes al huésped da menos tiempo para que el virus se
propague. El resfriado común es un buen ejemplo de este principio, ya
que generalmente mantiene niveles bajos de intensidad que facilitan su
distribución generalizada en la población. Pero en determinados
entornos, la lógica opuesta tiene mucho más sentido: cuando un virus
tiene numerosos huéspedes de la misma especie en estrecha proximidad, y
especialmente cuando estos huéspedes pueden tener ya ciclos de vida
acortados, el aumento de la virulencia se convierte en una ventaja
evolutiva.
De nuevo, el ejemplo de la
gripe aviar es un ejemplo destacado. Wallace señala que los estudios han
demostrado que «no hay cepas endémicas altamente patógenas [de
influenza] en las poblaciones de aves silvestres, que son el
reservorio-fuente último de casi todos los subtipos de gripe».3
En cambio, las poblaciones domesticadas agrupadas en granjas
industriales parecen mostrar una clara relación con esos brotes, por
razones obvias:
Los crecientes
monocultivos genéticos de animales domésticos eliminan cualquier
cortafuegos inmunológico que pueda existir para frenar la transmisión.
Los tamaños y las densidades de población más grandes facilitan mayores
tasas de transmisión. Tales condiciones de hacinamiento reducen la
respuesta inmunológica. El alto rendimiento, que forma parte de
cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente
renovado de susceptibles, el combustible para la evolución de la
virulencia.4
Y, por
supuesto, cada una de estas características es una consecuencia de la
lógica de la competencia industrial. En particular, la rápida tasa de
«rendimiento» en tales contextos tiene una dimensión biológica muy
marcada: «Tan pronto como los animales industriales alcanzan el volumen
adecuado, son sacrificados. Las infecciones de influenza residentes
deben alcanzar rápidamente su umbral de transmisión en cualquier animal
dado […]. Cuanto más rápido se produzcan los virus, mayor será el daño
al animal».5 Irónicamente, el intento de suprimir tales
brotes mediante la eliminación masiva —como en los recientes casos de
peste porcina africana, que provocaron la pérdida de casi una cuarta
parte del suministro mundial de carne de cerdos— puede tener el efecto
no deseado de aumentar aún más esta presión de selección, induciendo así
la evolución de cepas hipervirulentas. Aunque tales brotes se han
producido históricamente en especies domesticadas, a menudo después de
períodos de guerra o catástrofes ambientales que ejercen una mayor
presión sobre las poblaciones de ganado, es innegable que el aumento de
la intensidad y la virulencia de tales enfermedades ha seguido a la
expansión de la producción capitalista.
Historia y etiología
Las
plagas son en gran medida la sombra de la industrialización
capitalista, mientras que también actúan como su precursor. Los casos
evidentes de viruela y otras pandemias introducidas en América del Norte
son un ejemplo demasiado simple, ya que su intensidad se vio aumentada
por la separación a largo plazo de las poblaciones a través de la
geografía física; y esas enfermedades, sin embargo, ya habían adquirido
su virulencia a través de las redes mercantiles precapitalistas y la
urbanización temprana en Asia y Europa. Si en cambio miramos a
Inglaterra, donde el capitalismo surgió primero en el campo a través de
la limpieza masiva de campesinos de la tierra para ser reemplazados por
monocultivos de ganado, vemos los primeros ejemplos de estas plagas
distintivas del capitalismo. Tres pandemias diferentes ocurrieron en la
Inglaterra del siglo XVIII, abarcando 1709-1720, 1742-1760 y 1768-1786.
El origen de cada una fue el ganado importado de Europa, infectado por
las pandemias precapitalistas normales que siguieron a los combates.
Pero en Inglaterra, el ganado había comenzado a concentrarse de nuevas
maneras, y la introducción del ganado infectado se propagaría por la
población de manera mucho más agresiva que en Europa. No es casual,
entonces, que los brotes se centraran en las grandes lecherías de
Londres, que ofrecían entornos ideales para la intensificación de los
virus.
En última instancia, cada uno
de los brotes fue contenido mediante una eliminación selectiva y
temprana en menor escala, combinada con la aplicación de prácticas
médicas y científicas modernas; en esencia similares a la forma en que
se sofocan esas epidemias hoy en día. Éste es el primer ejemplo de lo
que se convertiría en una pauta clara, imitando la de la propia crisis
económica: colapsos cada vez más intensos que parecen poner a todo el
sistema en un precipicio, pero que en última instancia se superan
mediante una combinación de sacrificios masivos que despejan el
mercado/población y una intensificación de los avances tecnológicos; en
este caso prácticas médicas modernas más nuevas vacunas, que a menudo
llegan demasiado poco y demasiado tarde, pero que sin embargo ayudan a
limpiar las cosas tras la devastación.
Pero
este ejemplo de la patria del capitalismo también debe ir acompañado de
una explicación de los efectos que las prácticas agrícolas capitalistas
tuvieron en su periferia. Mientras que las pandemias de ganado de la
Inglaterra capitalista temprana fueron contenidas, los resultados en
otros lugares fueron mucho más devastadores. El ejemplo con mayor
impacto histórico es probablemente el del brote de peste bovina en
África que tuvo lugar en la década de 1890. La fecha en sí no es una
coincidencia: la peste bovina había asolado Europa con una intensidad
que seguía de cerca el crecimiento de la agricultura en gran escala,
sólo frenada por el avance de la ciencia moderna. Pero a finales del
siglo XIX se produjo el apogeo del imperialismo europeo, personificado
en la colonización de África. La peste bovina fue traída de Europa al
África oriental con los italianos, que trataban de alcanzar a otras
potencias imperiales colonizando el Cuerno de África mediante una serie
de campañas militares. Estas campañas terminaron en su mayor parte en
fracaso, pero la enfermedad se propagó luego a través de la población
ganadera indígena y finalmente llegó a Sudáfrica, donde devastó la
primera economía agrícola capitalista de la colonia, llegando incluso a
matar al rebaño en la finca del infame y autoproclamado supremacista
blanco Cecil Rhodes. El efecto histórico más amplio fue innegable: al
matar hasta el 80-90 % de todo el ganado, la plaga provocó una hambruna
sin precedentes en las sociedades predominantemente pastoriles del
África subsahariana. A esta despoblación le siguió la colonización
invasiva de la sabana por el espino, que creó un hábitat para la mosca
tse-tsé, que es portadora de la enfermedad del sueño e impide el
pastoreo del ganado. Esto aseguró que la repoblación de la región
después de la hambruna fuera limitada, y permitió una mayor expansión de
las potencias coloniales europeas en todo el continente.
Además
de inducir periódicamente crisis agrícolas y producir las condiciones
apocalípticas que ayudaron a que el capitalismo surgiera más allá de sus
primeras fronteras, esas plagas también han atormentado al proletariado
en el propio núcleo industrial. Antes de volver a los muchos ejemplos
más recientes, vale la pena señalar de nuevo que simplemente no hay nada
exclusivamente chino en el brote de coronavirus. Las explicaciones de
por qué tantas epidemias parecen surgir en China no son culturales: se
trata de una cuestión de geografía económica. Esto queda muy claro si
comparamos China con Estados Unidos o Europa, cuando estos últimos eran
centros de producción mundial y de empleo industrial masivo.6
Y el resultado es esencialmente idéntico, con todas las mismas
características. La muerte del ganado en el campo se produjo en la
ciudad debido a las malas prácticas sanitarias y a la contaminación
generalizada. Esto se convirtió en el centro de los primeros esfuerzos
liberales-progresistas de reforma en las zonas de clase trabajadora,
personificados en la recepción de la novela de Upton Sinclair La jungla,
escrita originalmente para documentar el sufrimiento de los
trabajadores inmigrantes en la industria de la carne, pero que fue
retomada por los liberales más ricos preocupados por las violaciones de
la salud y las condiciones generalmente insalubres en las que se
preparaban sus propios alimentos.
Esta
indignación liberal por la «inmundicia», con todo su racismo implícito,
todavía define lo que podríamos pensar como la ideología automática de
la mayoría de las personas cuando se enfrentan a las dimensiones
políticas de algo como las epidemias de coronavirus o SARS. Pero los
trabajadores tienen poco control sobre las condiciones en las que
trabajan. Más importante aún, mientras que las condiciones insalubres se
filtran fuera de la fábrica a través de la contaminación de los
suministros de alimentos, esta contaminación es realmente sólo la punta
del iceberg. Tales condiciones son la norma ambiental para aquellos que
trabajan en ellas o viven en asentamientos proletarios cercanos, y estas
condiciones inducen descensos en el nivel de salud de la población que
proporcionan condiciones aún mejores para la propagación del vasto
conjunto de plagas del capitalismo. Tomemos, por ejemplo, el caso de la
gripe española, una de las epidemias más mortíferas de la historia. Fue
uno de los primeros brotes de influenza H1N1 (relacionada con brotes más
recientes de gripe porcina y aviar), y durante mucho tiempo se supuso
que de alguna manera era cualitativamente diferente de otras variantes
de la influenza, dado su elevado número de muertes. Si bien esto parece
ser cierto en parte (debido a la capacidad de la gripe de inducir una
reacción excesiva del sistema inmunológico), en exámenes posteriores de
la bibliografía y en investigaciones epidemiológicas históricas se
comprobó que tal vez no fuera mucho más virulenta que otras cepas. En
cambio, su elevada tasa de mortalidad probablemente se debió
principalmente a la malnutrición generalizada, el hacinamiento urbano y
las condiciones de vida generalmente insalubres en las zonas afectadas,
lo que fomentó no sólo la propagación de la propia gripe sino también el
cultivo de superinfecciones bacterianas sobre la viral subyacente.7
En
otras palabras, el número de muertes de la gripe española, aunque se
presenta como una aberración imprevisible en el carácter del virus,
recibió un impulso equivalente por las condiciones sociales. Mientras
tanto, la rápida propagación de la gripe fue posible gracias al comercio
y la guerra a escala mundial, que en ese momento se centró en los
imperialismos rápidamente cambiantes que sobrevivieron a la Primera
Guerra Mundial. Y volvemos a encontrar una historia ya conocida de cómo
se produjo una cepa tan mortal de influenza en primer lugar: aunque el
origen exacto sigue siendo algo turbio, se supone ahora que se originó
en cerdos o aves de corral domesticados, probablemente en Kansas. El
momento y el lugar son notables, ya que los años posteriores a la guerra
fueron una especie de punto de inflexión para la agricultura
estadounidense, que presenció la aplicación generalizada de métodos de
producción cada vez más mecanizados y de tipo industrial. Estas
tendencias sólo se intensificaron a lo largo de la década de 1920, y la
aplicación masiva de tecnologías como la cosechadora indujo tanto a una
monopolización gradual como a un desastre ecológico, cuya combinación
dio lugar a la crisis del Dust Bowl y a la migración masiva que siguió.
La concentración intensiva de ganado que marcaría más tarde las granjas
industriales no había surgido todavía, pero las formas más básicas de
concentración y rendimiento intensivo que ya habían creado epidemias de
ganado en toda Europa eran ahora la norma. Si las epidemias de ganado
inglesas del siglo XVIII fueron el primer caso de una plaga de ganado
claramente capitalista, y el brote de peste bovina de la década de 1890
en África el mayor de los holocaustos epidemiológicos del imperialismo,
la gripe española puede entenderse entonces como la primera de las
plagas del capitalismo sobre el proletariado.
La Edad Dorada
Los
paralelismos con el actual caso chino son sobresalientes. COVID-19 no
puede entenderse sin tener en cuenta las formas en que el desarrollo de
China en las últimas décadas en y a través del sistema capitalista
mundial ha moldeado el sistema de salud del país y el estado de la salud
pública en general. Por consiguiente, la epidemia, por novedosa que
sea, es similar a otras crisis de salud pública anteriores a ella, que
suelen producirse casi con la misma regularidad que las crisis
económicas y que se consideran de manera similar en la prensa popular,
como si se tratara de acontecimientos aleatorios, «cisnes negros»,
totalmente impredecibles y sin precedentes. La realidad, sin embargo, es
que estas crisis sanitarias siguen sus propios patrones caóticos y
cíclicos de recurrencia, hechos más probables por una serie de
contradicciones estructurales incorporadas en la naturaleza de la
producción y la vida proletaria bajo el capitalismo. Como en el caso de
la gripe española, el coronavirus fue originalmente capaz de arraigarse y
propagarse rápidamente debido a una degradación general de la atención
sanitaria básica entre la población en general. Pero precisamente porque
esta degradación ha tenido lugar en medio de un crecimiento económico
espectacular, se ha ocultado detrás del esplendor de las ciudades
brillantes y las fábricas masivas. La realidad, sin embargo, es que los
gastos en bienes públicos como la atención sanitaria y la educación en
China siguen siendo extremadamente bajos, mientras que la mayor parte
del gasto público se ha dirigido a la infraestructura de ladrillos y
mortero: puentes, carreteras y electricidad barata para la producción.
Mientras
tanto, la calidad de los productos del mercado interno suele ser
peligrosamente mala. Durante décadas, la industria china ha producido
exportaciones de alta calidad y alto valor, hechas con los más altos
estándares globales para el mercado mundial, como los iPhones y los
chips de computadora. Pero los productos que se dejan para el consumo en
el mercado interno tienen normas pésimas, lo que provoca escándalos
regulares y una profunda desconfianza del público. Los muchos casos
tienen un eco innegable de La jungla de Sinclair y otros
cuentos de los Estados Unidos de la «Edad Dorada». El caso más grande
que se recuerda, el escándalo de la leche de melamina de 2008, dejó una
docena de niños muertos y decenas de miles de personas hospitalizadas
(aunque tal vez cientos de miles de personas se vieron afectadas). Desde
entonces, varios escándalos han sacudido al público con regularidad: en
2011, cuando se encontró «aceite de cañerías» reciclado de trampas de
grasa que se utilizaba en restaurantes de todo el país, o en 2018,
cuando las vacunas defectuosas mataron a varios niños, y luego un año
más tarde, cuando docenas de personas fueron hospitalizadas al recibir
vacunas falsas contra el VPH. Las historias más suaves son aún más
rampantes, componiendo un telón de fondo familiar para cualquiera que
viva en China: mezcla de sopa instantánea en polvo con jabón para
mantener los costos bajos, empresarios que venden cerdos muertos por
causas misteriosas a las aldeas vecinas, chismes detallados sobre qué
tiendas callejeras son más propensas a enfermar.
Antes
de la incorporación pieza por pieza del país al sistema capitalista
mundial, servicios como la atención de la salud en China se prestaban
antes (principalmente en las ciudades) en el marco del sistema danwei
de prestaciones empresariales o (sobre todo, pero no exclusivamente, en
el campo) en clínicas locales de atención de la salud atendidas por
abundantes «médicos descalzos», todos ellos prestados de forma gratuita.
Los éxitos de la atención de la salud de la era socialista, al igual
que sus éxitos en la esfera de la educación básica y la alfabetización,
fueron lo suficientemente importantes como para que incluso los críticos
más duros del país tuvieran que reconocerlos. La fiebre del caracol,
que asoló al país durante siglos, fue esencialmente eliminada en gran
parte de su núcleo histórico, para volver a entrar en vigor una vez que
se empezó a desmantelar el sistema de atención sanitaria socialista. La
mortalidad infantil se desplomó y, a pesar de la hambruna que acompañó
al Gran Salto Adelante, la esperanza de vida pasó de 45 a 68 años entre
1950 y principios de la década de 1980. La inmunización y las prácticas
sanitarias generales se generalizaron, y la información básica sobre
nutrición y salud pública, así como el acceso a los medicamentos
rudimentarios, fueron gratuitos y accesibles a todos. Mientras tanto, el
sistema de médicos descalzos ayudó a distribuir conocimientos médicos
fundamentales, aunque limitados, a una gran parte de la población,
contribuyendo a construir un sistema de atención de la salud robusto y
ascendente en condiciones de grave pobreza material. Vale la pena
recordar que todo esto tuvo lugar en un momento en que China era más
pobre, per cápita, que el país medio del África subsahariana de hoy.
Desde
entonces, una combinación de abandono y privatización ha degradado
sustancialmente este sistema al mismo tiempo que la rápida urbanización y
la producción industrial no regulada de artículos domésticos y
alimentos ha hecho aún más fuerte la necesidad de una atención sanitaria
generalizada, por no hablar de los reglamentos sobre alimentos,
medicamentos y seguridad. Hoy en día, el gasto público de China en salud
es de 323 dólares estadounidenses per cápita, según las cifras de la
Organización Mundial de la Salud. Esta cifra es baja incluso entre otros
países de «ingresos medios-altos», y es alrededor de la mitad de lo que
gastan Brasil, Bielorrusia y Bulgaria. La reglamentación es mínima o
inexistente, lo que da lugar a numerosos escándalos del tipo mencionado
anteriormente. Mientras tanto, los efectos de todo esto se dejan sentir
con mayor fuerza en los cientos de millones de trabajadores migrantes,
para los que todo derecho a prestaciones básicas de atención de la salud
se evapora por completo cuando abandonan sus ciudades de origen rurales
(donde, en virtud del sistema hukou, son residentes
permanentes independientemente de su ubicación real, lo que significa
que no se puede acceder a los recursos públicos restantes en otro
lugar).
Ostensiblemente, se suponía
que la asistencia sanitaria pública había sido sustituida a finales de
la década de 1990 por un sistema más privatizado (aunque gestionado por
el Estado) en el que una combinación de las contribuciones de los
empleadores y los empleados se encargaría de la atención médica, las
pensiones y el seguro de vivienda. Sin embargo, este sistema de
seguridad social ha sufrido de una mala remuneración sistemático, hasta
el punto de que las contribuciones supuestamente «requeridas» por parte
de los empleadores son a menudo simplemente ignoradas, dejando a la
abrumadora mayoría de los trabajadores pagar de su bolsillo. Según la
última estimación nacional disponible, sólo el 22 % de los trabajadores
migrantes tenía un seguro médico básico. Sin embargo, la falta de
contribuciones al sistema de seguridad social no es simplemente un acto
de rencor por parte de jefes individualmente corruptos, sino que se
explica en gran medida por el hecho de que los estrechos márgenes de
beneficio no dejan espacio para los beneficios sociales. En nuestro
propio cálculo, encontramos que pagar el seguro social en un centro
industrial como Dongguan reduciría los beneficios industriales a la
mitad y llevaría a muchas empresas a la bancarrota. Para colmar las
enormes lagunas, China estableció un plan médico complementario para
cubrir a los jubilados y los trabajadores por cuenta propia, que sólo
paga unos pocos cientos de yuanes por persona al año en promedio.
Este
asediado sistema médico produce sus propias y aterradoras tensiones
sociales. Cada año mueren varios miembros del personal médico y docenas
de ellos resultan heridos en ataques de pacientes enfadados o, más a
menudo, de familiares de pacientes que mueren a su cargo. El ataque más
reciente ocurrió en la víspera de Navidad, cuando un médico de Beijing
fue apuñalado hasta la muerte por el hijo de un paciente que creía que
su madre había muerto por falta de cuidados en el hospital. Una encuesta
de médicos encontró que un asombroso 85 % había experimentado violencia
en el lugar de trabajo, y otra, de 2015, dijo que el 13 % de los
médicos en China habían sido agredidos físicamente el año anterior. Los
médicos chinos ven cuatro veces más pacientes por año que los
estadounidenses, mientras que se les paga menos de 15 000 dólares
estadounidenses por año; en perspectiva, eso es menos que el ingreso per
cápita (16 760 dólares), mientras que en Estados Unidos el salario
promedio de un médico (alrededor de 300 000 dólares) es casi cinco veces
más que el ingreso per cápita (60 200 dólares). Antes de que se cerrara
en 2016 y sus creadores fueran arrestados, el ya desaparecido proyecto
de blogs de seguimiento de Lu Yuyu y Li Tingyu registró al menos unas
cuantas huelgas y protestas de trabajadores médicos cada mes.8
En 2015, el último año completo de sus datos meticulosamente
recopilados, se produjeron 43 eventos de este tipo. También registraron
docenas de «incidentes de [protesta] de tratamiento médico» cada mes,
encabezados por familiares de los pacientes, con 368 registrados en
2015.
En estas condiciones de
desinversión pública masiva del sistema de salud, no es sorprendente que
COVID-19 se haya establecido tan fácilmente. Combinado con el hecho de
que nuevas enfermedades transmisibles surgen en China a un ritmo de una
cada 1-2 años, las condiciones parecen estar dadas para que tales
epidemias continúen. Como en el caso de la gripe española, las
condiciones generalmente pobres de salud pública entre la población
proletaria han ayudado a que el virus gane terreno y, a partir de ahí, a
que se propague rápidamente. Pero, de nuevo, no es sólo una cuestión de
distribución. También tenemos que entender cómo se produjo el virus en
sí mismo.
No hay ninguna tierra salvaje
En
el caso del brote más reciente, la historia es menos sencilla que la de
los casos de gripe porcina o aviar, que están tan claramente asociados
con el núcleo del sistema agroindustrial. Por una parte, los orígenes
exactos del virus no están todavía del todo claros. Es posible que se
originara en los cerdos, que son uno de los muchos animales domésticos y
salvajes que se trafican en el mercado mojado de Wuhan que parece ser
el epicentro del brote, en cuyo caso la causalidad podría ser más
similar a los casos anteriores de lo que podría parecer. La mayor
probabilidad, sin embargo, parece apuntar hacia el virus originado en
murciélagos o posiblemente en serpientes, ambos de los cuales suelen ser
recogidos en el medio silvestre. Sin embargo, incluso en este caso
existe una relación, ya que el declive de la disponibilidad e inocuidad
de la carne de cerdo debido al brote de peste porcina africana ha
significado que el aumento de la demanda de carne ha sido a menudo
satisfecho por estos mercados mojados que venden carne de caza
«salvaje». Pero sin la conexión directa de la ganadería industrial,
¿puede decirse que los mismos procesos económicos tienen alguna
complicidad en este brote en particular?
La
respuesta es sí, pero de una manera diferente. Una vez más, Wallace
señala no una sino dos rutas principales por las que el capitalismo
ayuda a gestar y desatar epidemias cada vez más mortales: la primera,
esbozada anteriormente, es el caso directamente industrial, en el que
los virus se gestan dentro de entornos industriales que han sido
totalmente subsumidos en la lógica capitalista. Pero el segundo es el
caso indirecto, que tiene lugar a través de la expansión y extracción
capitalista en el interior del país, donde virus hasta ahora
desconocidos son esencialmente recogidos de poblaciones salvajes y
distribuidos a lo largo de los circuitos mundiales de capital. Por
supuesto, ambos no están totalmente separados, pero parece ser el
segundo caso el que mejor describe la aparición de la epidemia actual.9
En este caso, el aumento de la demanda de los cuerpos de animales
salvajes para el consumo, el uso médico o (como en el caso de los
camellos y el MERS) una variedad de funciones culturalmente
significativas construye nuevas cadenas mundiales de mercancías en
bienes «salvajes». En otros, las cadenas de valor agroecológicas
preexistentes se extienden simplemente a esferas anteriormente
«salvajes», cambiando las ecologías locales y modificando la interfaz
entre lo humano y lo no-humano.
El
propio Wallace es claro al respecto, explicando varias dinámicas que
crean enfermedades peores a pesar de que los propios virus ya existen en
entornos «naturales». La expansión de la producción industrial por sí
sola «puede empujar a los alimentos silvestres cada vez más
capitalizados hacia lo último del paisaje primario, desenterrando una
mayor variedad de patógenos potencialmente protopandémicos». En otras
palabras, a medida que la acumulación de capital subsume nuevos
territorios, los animales serán empujados a zonas menos accesibles donde
entrarán en contacto con cepas de enfermedades previamente aisladas,
todo ello mientras que estos mismos animales se están convirtiendo en
objetivos de la mercantilización ya que «incluso las especies de
subsistencia más salvajes están siendo enlazadas en las cadenas de valor
de la agricultura». De manera similar, esta expansión empuja a los
humanos más cerca de estos animales y estos ambientes, lo que «puede
aumentar la interfaz (y la propagación) entre las poblaciones silvestres
no-humanas y la ruralidad recientemente urbanizada». Esto le da al
virus más oportunidad y recursos para mutar de una manera que le permite
infectar a los humanos, aumentando la probabilidad de una propagación
biológica. La geografía de la industria en sí nunca ha sido tan
limpiamente urbana o rural de todos modos, así como la agricultura
industrial monopolizada hace uso tanto de las explotaciones agrícolas a
gran escala como de las pequeñas: «en la pequeña propiedad de un
contratista [una granja industrial] a lo largo de la orilla del bosque,
un animal de alimentación puede atrapar un patógeno antes de ser enviado
a una planta de procesamiento en el anillo exterior de una gran
ciudad».
El hecho es que la esfera
«natural» ya está subsumida en un sistema capitalista totalmente mundial
que ha logrado cambiar las condiciones climáticas de base y devastar
tantos ecosistemas precapitalistas10 que el resto ya no
funciona como podría haberlo hecho en el pasado. Aquí reside otro factor
causal, ya que, según Wallace, todos estos procesos de devastación
ecológica reducen «el tipo de complejidad ambiental con el que el bosque
interrumpe las cadenas de transmisión». La realidad, entonces, es que
es un nombre equivocado pensar en tales áreas como la «periferia»
natural de un sistema capitalista. El capitalismo ya es global, y
también totalizante. Ya no tiene un borde o frontera con alguna esfera
natural no-capitalista más allá de él, y por lo tanto no hay una gran
cadena de desarrollo en la que los países «atrasados» sigan a los que
están delante de ellos en su camino hacia la cadena de valor, ni tampoco
ninguna verdadera zona salvaje capaz de ser preservada en algún tipo de
condición pura e intacta. En su lugar, el capital tiene simplemente un
interior subordinado, que a su vez está totalmente subsumido en las
cadenas de valor mundiales. Los sistemas sociales resultantes
—incluyendo todo, desde el supuesto «tribalismo» hasta la renovación de
las religiones fundamentalistas antimodernas— son productos totalmente
contemporáneos, y casi siempre están conectados de facto a los
mercados globales, a menudo de forma bastante directa. Lo mismo puede
decirse de los sistemas biológico-ecológicos resultantes, ya que las
zonas «salvajes» son en realidad inmanentes a esta economía mundial
tanto en el sentido abstracto de dependencia del clima y los ecosistemas
conexos como en el sentido directo de estar conectados a esas mismas
cadenas de valor mundiales.
Este hecho
produce las condiciones necesarias para la transformación de las cepas
virales «salvajes» en pandemias globales. Pero COVID-19 no es la peor de
ellas. Una ilustración ideal del principio básico y del peligro global
puede encontrarse en el Ébola. El virus del Ébola11 es un
caso claro de un reservorio viral existente que se extiende a la
población humana. Las pruebas actuales sugieren que sus huéspedes de
origen son varias especies de murciélagos nativos de África occidental y
central, que actúan como portadores pero que no se ven afectados por el
virus. No ocurre lo mismo con los demás mamíferos salvajes, como los
primates y los duikers, que contraen periódicamente el virus y sufren
brotes rápidos y de gran mortandad. El Ébola tiene un ciclo de vida
particularmente agresivo más allá de sus especies reservorias. A través
del contacto con cualquiera de estos huéspedes silvestres, los humanos
también pueden infectarse, con resultados devastadores. Se han producido
varias epidemias importantes, y la tasa de mortalidad de la mayoría ha
sido extremadamente alta, casi siempre superior al 50 %. En el mayor
brote registrado, que continuó esporádicamente de 2013 a 2016 en varios
países de África occidental, se produjeron 11 000 muertes. La tasa de
mortalidad de los pacientes hospitalizados en este brote fue del 57 al
59 %, y mucho más alta para los que no tenían acceso a los hospitales.
En los últimos años, varias vacunas han sido desarrolladas por empresas
privadas, pero la lentitud de los mecanismos de aprobación y los
estrictos derechos de propiedad intelectual se han combinado con la
falta generalizada de una infraestructura sanitaria para producir una
situación en la que las vacunas han hecho poco por detener la epidemia
más reciente, centralizada en la República Democrática del Congo (RDC) y
que ahora es el brote más duradero.
La
enfermedad se presenta a menudo como si fuera algo parecido a un
desastre natural; en el mejor de los casos al azar, en el peor se culpa a
las prácticas culturales «inmundas» de los pobres que viven en los
bosques. Pero el momento en que se produjeron estos dos grandes brotes
(2013-2016 en África occidental y 2018-presente en la República
Democrática del Congo) no es una coincidencia. Ambos han ocurrido
precisamente cuando la expansión de las industrias primarias ha
desplazado aún más a los habitantes de los bosques y ha perturbado los
ecosistemas locales. De hecho, esto parece ser cierto en más casos que
en los más recientes, ya que, como explica Wallace, «cada brote del
Ébola parece estar relacionado con cambios en el uso de la tierra
impulsados por el capital, incluso en el primer brote en Nzara (Sudán)
en 1976, donde una fábrica financiada por el Reino Unido hilaba y tejía
el algodón local». Del mismo modo, los brotes de 2013 en Guinea se
produjeron justo después de que un nuevo gobierno comenzara a abrir el
país a los mercados mundiales y a vender grandes extensiones de tierra a
conglomerados agroindustriales internacionales. La industria del aceite
de palma, notoria por su papel en la deforestación y la destrucción
ecológica en todo el mundo, parece haber sido particularmente culpable,
ya que sus monocultivos devastan las robustas redundancias ecológicas
que ayudan a interrumpir las cadenas de transmisión y al mismo tiempo
atraen literalmente a las especies de murciélagos que sirven de
reservorio natural para el virus.13
Mientras
tanto, la venta de grandes extensiones de tierra a empresas comerciales
agroforestales supone tanto el despojo de los habitantes de los bosques
como la perturbación de sus formas locales de producción y cosecha que
dependen del ecosistema. Esto a menudo deja a los pobres de las zonas
rurales sin otra opción que internarse más en el bosque al mismo tiempo
que se trastorna su relación tradicional con ese ecosistema. El
resultado es que la supervivencia depende cada vez más de la caza de
animales salvajes o de la recolección de flora y madera locales para su
venta en los mercados mundiales. Esas poblaciones se convierten entonces
en los representantes de la ira de las organizaciones ecologistas
mundiales, que las denuncian como «cazadores furtivos» y «madereros
ilegales» responsables de la misma deforestación y destrucción ecológica
que las empujó a esos comercios en primer lugar. A menudo, el proceso
toma entonces un giro mucho más oscuro, como en Guatemala, donde los
paramilitares anticomunistas que quedaron atrás en la guerra civil del
país se transformaron en fuerzas de seguridad «verdes», encargadas de
«proteger» el bosque de la tala, la caza y el narcotráfico ilegales que
eran los únicos oficios disponibles para sus residentes indígenas, que
habían sido empujados a tales actividades precisamente por la violenta
represión que habían sufrido de esos mismos paramilitares durante la
guerra.13 Desde entonces, el patrón se ha reproducido en todo
el mundo, animado por los puestos de los medios de comunicación social
en los países de altos ingresos que celebran la ejecución (a menudo
literalmente capturada en cámara) de «cazadores furtivos» por parte de
las fuerzas de seguridad supuestamente «verdes».14
La contención como ejercicio en el arte del Estado
COVID-19
ha captado la atención mundial con una fuerza sin precedentes. El
Ébola, la gripe aviar y el SARS, por supuesto, todos tuvieron su frenesí
mediático asociado. Pero algo acerca de esta nueva epidemia ha generado
un tipo diferente de resistencia. En parte, esto se debe casi con
seguridad a la espectacular escala de la respuesta del gobierno chino,
que ha dado lugar a imágenes igualmente espectaculares de megalópolis
vaciadas que contrastan con la imagen normal de los medios de
comunicación de China como superpoblada y contaminada. Esta respuesta
también ha sido una fuente fructífera para la especulación normal sobre
el inminente colapso político o económico del país, dado un impulso
adicional por las continuas tensiones de la fase inicial de la guerra
comercial con Estados Unidos. Esto se combina con la rápida propagación
del virus para darle el carácter de una amenaza mundial inmediata, a
pesar de su baja tasa de mortalidad.15
Sin
embargo, a un nivel más profundo, lo que parece más fascinante de la
respuesta del Estado es la forma en que se ha llevado a cabo, a través
de los medios de comunicación, como una especie de ensayo general
melodramático para la plena movilización de la contrainsurgencia
nacional. Esto nos da una idea real de la capacidad represiva del Estado
chino, pero también pone de relieve la incapacidad más profunda de ese
Estado, revelada por su necesidad de confiar tanto en una combinación de
medidas de propaganda total desplegadas a través de todas las facetas
de los medios de comunicación y las movilizaciones de buena voluntad de
la población local que, de otro modo, no tendría ninguna obligación
material de cumplir. Tanto la propaganda china como la occidental han
hecho hincapié en la capacidad represiva real de la cuarentena: la
primera de ellas como un caso de intervención gubernamental eficaz en
una emergencia y la segunda como otro caso más de extralimitación
totalitaria por parte del distópico Estado chino. La verdad no dicha,
sin embargo, es que la misma agresión de la represión significa una
incapacidad más profunda en el Estado chino, que en sí mismo está
todavía completamente en construcción.
Esto
en sí mismo nos ofrece una ventana para contemplar la naturaleza del
Estado chino, mostrando cómo está desarrollando nuevas e innovadoras
técnicas de control social y respuesta a la crisis capaces de ser
desplegadas incluso en condiciones en las que la maquinaria básica del
Estado es escasa o inexistente. Esas condiciones, por su parte, ofrecen
un panorama aún más interesante (aunque más especulativo) de cómo podría
responder la clase dirigente de un país determinado cuando una crisis
generalizada y una insurrección activa causen averías similares incluso
en los Estados más robustos. El brote viral se vio favorecido en todos
los aspectos por las deficientes conexiones entre los niveles de
gobierno: la represión de los médicos «denunciantes» por parte de los
funcionarios locales en contra de los intereses del gobierno central,
los ineficaces mecanismos de notificación de los hospitales y la
prestación extremadamente deficiente de la atención sanitaria básica son
sólo algunos ejemplos. Mientras tanto, los diferentes gobiernos locales
han vuelto a la normalidad a ritmos diferentes, casi completamente
fuera del control del Estado central (excepto en Hubei, el epicentro).
En el momento de redactar este texto, parece casi totalmente aleatorio
qué puertos están en funcionamiento y qué locales han reanudado la
producción. Pero esta cuarentena de bricolaje ha hecho que las redes
logísticas de larga distancia entre ciudades sigan perturbadas, ya que
cualquier gobierno local parece ser capaz de impedir simplemente el paso
de trenes o camiones de carga a través de sus fronteras. Y esta
incapacidad a nivel de base del gobierno chino le ha obligado a tratar
con el virus como si fuera una insurgencia, jugando a la guerra civil
contra un enemigo invisible.
La
maquinaria estatal nacional comenzó a funcionar realmente el 22 de
enero, cuando las autoridades mejoraron las medidas de respuesta de
emergencia en toda la provincia de Hubei, y dijeron al público que
tenían la autoridad legal para establecer instalaciones de cuarentena,
así como para «recoger» el personal, los vehículos y las instalaciones
necesarias para la contención de la enfermedad, o para establecer
bloqueos y controlar el tráfico (con lo que se sellaba un fenómeno que
sabía que ocurriría a pesar de todo). En otras palabras, el pleno
despliegue de los recursos estatales comenzó en realidad con un
llamamiento a los esfuerzos voluntarios en nombre de los habitantes de
la localidad. Por un lado, un desastre tan masivo pondrá a prueba la
capacidad de cualquier Estado (véase, por ejemplo, la respuesta a los
huracanes en Estados Unidos). Pero, por otra parte, esto repite una
pauta común en el arte de gobernar de China, según la cual el Estado
central, al carecer de estructuras de mando formales y eficaces que se
extiendan hasta el nivel local, debe basarse en una combinación de
llamamientos ampliamente difundidos para que los funcionarios y los
ciudadanos locales se movilicen y una serie de castigos a posteriori
para los que peor respondan (enmarcados en la lucha contra la
corrupción). La única respuesta verdaderamente eficaz se encuentra en
zonas específicas en las que el Estado central concentra el grueso de su
poder y su atención, en este caso, Hubei en general y Wuhan en
particular. En la mañana del 24 de enero, la ciudad ya se encontraba en
un cierre total efectivo, sin trenes que entraran o salieran casi un mes
después de que se detectara la nueva cepa del coronavirus. Las
autoridades sanitarias nacionales han declarado que las autoridades
sanitarias tienen la capacidad de examinar y poner en cuarentena a
cualquier persona a su discreción. Además de las principales ciudades de
Hubei, docenas de otras ciudades de toda China, incluidas Beijing,
Cantón, Nankín y Shanghái, han puesto en marcha cierres de diversa
gravedad para los flujos de personas y mercancías que entran y salen de
sus fronteras.
En respuesta al
llamamiento del Estado central a movilizarse, algunas localidades han
tomado sus propias iniciativas extrañas y severas. Las más espantosas de
ellas se encuentran en cuatro ciudades de la provincia de Zhejiang, en
las que se han expedido pasaportes locales a 30 millones de personas, lo
que permite que sólo una persona por hogar salga de su casa una vez
cada dos días. Ciudades como Shenzhen y Chengdu han ordenado que cada
barrio sea cerrado, y han permitido que edificios enteros de
departamentos sean puestos en cuarentena durante catorce días si se
encuentra un solo caso confirmado del virus en su interior. Mientras
tanto, cientos de personas han sido detenidas o multadas por «difundir
rumores» sobre la enfermedad, y algunas que han huido de la cuarentena
han sido arrestadas y sentenciadas a un largo tiempo de cárcel, y las
propias cárceles están experimentando ahora un grave brote, debido a la
incapacidad de los funcionarios de aislar a los individuos enfermos
incluso en un entorno literalmente diseñado para un fácil aislamiento.
Este tipo de medidas desesperadas y agresivas reflejan las de los casos
extremos de contrainsurgencia, recordando muy claramente las acciones de
la ocupación militar-colonial en lugares como Argelia o, más
recientemente, Palestina. Nunca antes se habían llevado a cabo a esta
escala, ni en megalópolis de este tipo que albergan a gran parte de la
población mundial. La conducta de la represión ofrece entonces una
extraña lección para quienes tienen la mente puesta en la revolución
mundial, ya que es, esencialmente, un simulacro de reacción liderada por
el Estado.
Incapacidad
Esta
particular represión se beneficia de su carácter aparentemente
humanitario, ya que el Estado chino puede movilizar un mayor número de
personas para ayudar en lo que es, esencialmente, la noble causa de
estrangular la propagación del virus. Pero, como es de esperar, estas
medidas de restricción siempre resultan contraproducentes. La
contrainsurgencia es, después de todo, una especie de guerra desesperada
que se lleva a cabo sólo cuando se han hecho imposibles formas más
sólidas de conquista, apaciguamiento e incorporación económica. Es una
acción costosa, ineficiente y de retaguardia, que traiciona la
incapacidad más profunda de cualquier poder encargado de desplegarla, ya
sean los intereses coloniales franceses, el menguante imperio
estadounidense u otros. El resultado de la represión es casi siempre una
segunda insurgencia, ensangrentada por el aplastamiento de la primera y
aún más desesperada. Aquí, la cuarentena difícilmente reflejará la
realidad de la guerra civil y la contrainsurgencia. Pero incluso en este
caso, la represión ha fracasado a su manera. Con tanto esfuerzo del
Estado enfocado en el control de la información y la constante
propaganda desplegada a través de todos los aparatos mediáticos
posibles, el malestar se ha expresado en gran medida dentro de las
mismas plataformas.
La muerte del Dr.
Li Wenliang, uno de los primeros denunciantes de los peligros del virus,
el 7 de febrero sacudió a los ciudadanos encerrados en sus casas en
todo el país. Li fue uno de los ocho médicos detenidos por la policía
por difundir «información falsa» a principios de enero, antes de
contraer el virus él mismo. Su muerte provocó la ira de los ciudadanos y
una declaración de arrepentimiento del gobierno de Wuhan. La gente está
empezando a ver que el Estado está formado por funcionarios y
burócratas torpes que no tienen ni idea de qué hacer pero que, sin
embargo, ponen una cara fuerte.16 Este hecho se reveló
esencialmente cuando el alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang, se vio obligado
a admitir en la televisión estatal que su gobierno había retrasado la
publicación de información crítica sobre el virus después de que se
produjera un brote. La propia tensión causada por el brote, combinada
con la inducida por la movilización total del Estado, ha empezado a
revelar a la población en general las profundas fisuras que se esconden
detrás del retrato tan fino como el papel que el gobierno se pinta a sí
mismo. En otras palabras, condiciones como éstas han expuesto las
incapacidades fundamentales del Estado chino a un número cada vez mayor
de personas que anteriormente habrían tomado la propaganda del gobierno
al pie de la letra.
«They’re here everyday only to take group photos with the Party flag»«They took off their PPE once they’ve taken the photo. He uses PPE to wipe his car!»«He just threw PPE into a rubbish bin!»#WuhanCoronavirus pic.twitter.com/Gb1fxBXy12— W. B. Yeats (@WBYeats1865) February 12, 2020
Si
se pudiera encontrar un solo símbolo para expresar el carácter básico
de la respuesta del Estado, sería algo como el video de arriba, grabado
por un local en Wuhan y compartido con el Internet occidental a través
de Twitter en Hong Kong.17 Esencialmente, muestra a un número
de personas que parecen ser médicos o socorristas de algún tipo
equipados con un equipo de protección completo tomándose una foto con la
bandera china. La persona que filma el video explica que están fuera de
ese edificio todos los días para varias operaciones fotográficas. El
video sigue a los hombres mientras se quitan el equipo de protección y
se quedan parados platicando y fumando, incluso usando uno de los trajes
para limpiar su auto. Antes de irse, uno de los hombres arroja sin
ceremonias el traje protector en un cesto de basura cercano, sin
molestarse en tirarlo al fondo donde no se vea. Videos como éste se han
difundido rápidamente antes de ser censurados: pequeñas lágrimas en el
fino velo del espectáculo autorizado por el Estado.
En
un nivel más fundamental, la cuarentena también ha comenzado a ver la
primera ola de reverberaciones económicas en la vida personal de las
personas. Se ha informado ampliamente sobre el aspecto macroeconómico de
esta situación, ya que una disminución masiva del crecimiento chino
podría provocar una nueva recesión mundial, especialmente si se combina
con un estancamiento continuo en Europa y una reciente caída de uno de
los principales índices de salud económica en Estados Unidos, que
muestra una repentina disminución de la actividad comercial. En todo el
mundo, las empresas chinas y las que dependen fundamentalmente de las
redes de producción chinas están estudiando ahora sus cláusulas de
«fuerza mayor», que permiten los retrasos o la cancelación de las
responsabilidades que entrañan ambas partes en un contrato comercial
cuando ese contrato se vuelve «imposible» de cumplir. Aunque de momento
es poco probable, la mera perspectiva ha hecho que se restablezca una
cascada de demandas de producción en todo el país. La actividad
económica, sin embargo, sólo se ha reactivado en un patrón de retazos,
todo funcionando ya sin problemas en algunas áreas mientras que en otras
todavía está en pausa indefinida. Actualmente, el 1 de marzo se ha
convertido en la fecha provisional en la que las autoridades centrales
han pedido que todas las zonas fuera del epicentro del brote vuelvan a
trabajar.
Pero otros efectos han sido
menos visibles, aunque posiblemente mucho más importantes. Muchos
trabajadores migrantes, incluidos los que se habían quedado en sus
ciudades de trabajo para el Festival de Primavera o que pudieron
regresar antes de que se aplicaran varios cierres, están ahora atrapados
en un peligroso limbo. En Shenzhen, donde la gran mayoría de la
población es migrante, los lugareños informan de que el número de
personas sin hogar ha empezado a aumentar. Pero las nuevas personas que
aparecen en las calles no son personas sin hogar de larga duración, sino
que tienen la apariencia de ser literalmente abandonadas allí sin
ningún otro lugar a donde ir, todavía con ropa relativamente bonita, sin
saber dónde es mejor dormir a la intemperie o dónde obtener comida.
Varios edificios de la ciudad han visto un aumento en los pequeños
robos, sobre todo de comida entregada a la puerta de los residentes que
se quedan en casa para la cuarentena. En general, los trabajadores están
perdiendo salarios a medida que la producción se estanca. Los mejores
escenarios durante los paros laborales son las cuarentenas de
dormitorios como la impuesta en la planta de Shenzhen Foxconn, donde los
nuevos retornados son confinados a sus cuarteles durante una o dos
semanas, se les paga alrededor de un tercio de sus salarios normales y
luego se les permite regresar a la línea de producción. Las empresas más
pobres no tienen esa opción, y el intento del gobierno de ofrecer
nuevas líneas de crédito barato a las empresas más pequeñas
probablemente no sirva de mucho a largo plazo. En algunos casos, parece
que el virus simplemente acelerará las tendencias preexistentes de
reubicación de fábricas, ya que empresas como Foxconn amplían la
producción en Vietnam, India y México para compensar la desaceleración.
La guerra surrealista
Mientras
tanto, la torpe respuesta temprana al virus, la dependencia del Estado
de medidas particularmente punitivas y represivas para controlarlo, y la
incapacidad del gobierno central para coordinar eficazmente entre las
localidades para hacer malabarismos con la producción y la cuarentena
simultáneamente, todo indica que una profunda incapacidad permanece en
el corazón de la maquinaria del Estado. Si, como nuestro amigo Lao Xie
argumenta, el énfasis de la administración Xi ha sido en la
«construcción del Estado», parece que queda mucho trabajo por hacer en
ese sentido. Al mismo tiempo, si la campaña contra el COVID-19 puede
leerse también como un simulacro de lucha contra la insurgencia, es
notable que el gobierno central sólo tenga la capacidad de proporcionar
una coordinación eficaz en el epicentro de Hubei y que sus respuestas en
otras provincias —incluso en lugares ricos y bien considerados como
Hangzhou— sigan siendo en gran medida descoordinadas y desesperadas.
Podemos tomar esto de dos maneras: primero, como una lección sobre la
debilidad que subyace en los bordes duros del poder estatal, y segundo,
como una advertencia sobre la amenaza que aún representan las respuestas
locales descoordinadas e irracionales cuando la maquinaria del Estado
central está abrumada.
Estas son
lecciones importantes para una época en que la destrucción causada por
la acumulación interminable se ha extendido tanto hacia arriba en el
sistema climático mundial como hacia abajo en los substratos
microbiológicos de la vida en la Tierra. Tales crisis sólo se harán más
comunes. A medida que la crisis secular del capitalismo adquiera un
carácter aparentemente no-económico, nuevas epidemias, hambrunas,
inundaciones y otros desastres «naturales» se utilizarán como
justificación de la ampliación del control estatal, y la respuesta a
esas crisis funcionará cada vez más como una oportunidad para ejercer
nuevas herramientas no probadas para la contrainsurgencia. Una política
comunista coherente debe comprender ambos hechos juntos. A nivel
teórico, esto significa comprender que la crítica al capitalismo se
empobrece cuando se separa de las ciencias duras. Pero en el plano
práctico, también implica que el único proyecto político posible hoy en
día es el que es capaz de orientarse en un terreno definido por un
desastre ecológico y microbiológico generalizado, y de operar en este
estado perpetuo de crisis y atomización.
En
una China en cuarentena, empezamos a vislumbrar tal paisaje, al menos
en sus contornos: calles vacías del final del invierno desempolvadas por
la más mínima película de nieve intacta, rostros iluminados por
teléfono que se asoman por las ventanas, barricadas de casualidad
atendidas por unas cuantas enfermeras, policías, voluntarios de repuesto
o simplemente actores pagados encargados de izar banderas y decirles
que se pongan la máscara y vuelvan a casa. El contagio es social. Por lo
tanto, no debe sorprender que la única manera de combatirlo en una
etapa tan tardía es librar una especie de guerra surrealista contra la
sociedad misma. No se reúnan, no causen el caos. Pero el caos también se
puede construir en el aislamiento. Mientras los hornos de todas las
fundiciones se enfrían hasta convertirse en brasas que crepitan
suavemente y luego en cenizas heladas, las muchas desesperaciones
menores no pueden evitar salir de esa cuarentena para caer juntos en un
caos mayor que un día, como este contagio social, podría ser difícil de
contener.
1
Mucho de lo que explicaremos en esta sección es simplemente un resumen
más conciso de los propios argumentos de Wallace, dirigido a un público
más general y sin la necesidad de «hacer el caso» a otros biólogos
mediante la exposición de una argumentación rigurosa y una amplia
evidencia. Para aquellos que cuestionen las pruebas básicas, nos
referimos a la obra de Wallace y sus compatriotas.
2 Robert G. Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Influenza, Agribusiness, and the Nature of Science, Monthly Review Press, 2016, p. 52.
3 Ibid., p. 56.
4 Ibid., pp. 56-57.
5 Ibid., p. 57.
6
Esto no quiere decir que las comparaciones de Estados Unidos con China
hoy en día no sean también informativas. Como Estados Unidos tienen su
propio sector agroindustrial masivo, contribuyen enormemente a la
producción de nuevos virus peligrosos, por no mencionar las infecciones
bacterianas resistentes a los antibióticos.
7
Cf. J. F. Brundage y G. D. Shanks, «What really happened during the
1918 influenza pandemic? The importance of bacterial secondary
infections», en The Journal of Infectious Diseases, vol. 196,
núm. 11, diciembre de 2007, pp. 1717-1718, respuesta del autor
1718-1719; D. M. Morens y A. S. Fauci, «The 1918 influenza pandemic:
Insights for the 21st century», en The Journal of Infectious Diseases, vol. 195, núm. 7, abril de 2007, pp. 1018-1028.
8 Cf. «Picking Quarrels», en el segundo número de nuestra revista: http://chuangcn.org/journal/two/picking-quarrels/
9
A su manera, estos dos caminos de producción de la pandemia reflejan lo
que Marx llama subsunción «real» y «formal» en la esfera de la
producción propiamente dicha. En la subsunción real, el proceso de
producción propiamente dicho se modifica mediante la introducción de
nuevas tecnologías capaces de intensificar el ritmo y la magnitud de la
producción, de manera similar a como el entorno industrial ha modificado
las condiciones básicas de la evolución viral, de modo que se producen
nuevas mutaciones a un ritmo mayor y con mayor virilidad. En la
subsunción formal, que precede a la subsunción real, estas nuevas
tecnologías aún no se aplican. En cambio, las formas de producción
anteriormente existentes se reúnen simplemente en nuevos lugares que
tienen alguna interfaz con el mercado mundial, como en el caso de los
trabajadores del telar manual que se colocan en un taller que vende su
producto con fines de lucro, y esto es similar a la forma en que los
virus producidos en entornos «naturales» se sacan de la población
silvestre y se introducen en las poblaciones domésticas a través del
mercado mundial.
10 Sin
embargo, es un error equiparar estos ecosistemas con los «prehumanos».
China es un ejemplo perfecto, ya que muchos de sus paisajes naturales
aparentemente «primitivos» fueron, de hecho, el producto de períodos
mucho más antiguos de expansión humana que eliminaron especies que antes
eran comunes en el continente de Asia oriental, como los elefantes.
11
Técnicamente, éste es un término general para unos cinco virus
distintos, el más mortal de los cuales se denomina simplemente virus del
Ébola, antes virus del Zaire.
12
Para el caso específico de África occidental, cf. R. G. Wallace, R.
Kock, L. Bergmann, M. Gilbert, L. Hogerwerf, C. Pittiglio, R. Mattioli,
«Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for
Ebola», en International Journal of Health Services, vol. 46,
núm. 1, 2016; y para una visión más amplia de la conexión entre las
condiciones económicas y el Ébola como tal, cf. Robert G. Wallace y
Rodrick Wallace (eds.), Neoliberal Ebola: Modelling Disease Emergence from Finance to Forest and Farm,
Springer, 2016; y para la declaración más directa del caso, aunque
menos erudita, véase el artículo de Wallace, enlazado más arriba:
«Neoliberal Ebola: the Agroeconomic Origins of the Ebola Outbreak», en Counterpunch, 29 de julio de 2015. https://www.counterpunch.org/2015/07/29/neoliberal-ebola-the-agroeconomic-origins-of-the-ebola-outbreak/
13 Cf. Megan Ybarra, Green Wars: Conservation and Decolonization in the Maya Forest, University of California Press, 2017.
14
Ciertamente es incorrecto dar a entender que toda la caza furtiva es
llevada a cabo por la población rural pobre local, o que todas las
fuerzas de guardabosques en los bosques nacionales de diferentes países
operan de la misma manera que los antiguos paramilitares anticomunistas,
pero los enfrentamientos más violentos y los casos más agresivos de
militarización de los bosques parecen seguir esencialmente este patrón.
Para un amplio panorama del fenómeno, véase el número especial de 2016
de Geoforum (69) dedicado al tema. El prefacio puede
encontrarse aquí: Alice B. Kelly y Megan Ybarra, « Introduction to
themed issue: “Green security in protected áreas”», en Geoforum, vol. 69, 2016, pp. 171-175. http://gawsmith.ucdavis.edu/uploads/2/0/1/6/20161677/kelly_ybarra_2016_green_security_and_pas.pdf
15
Con mucho la más baja de todas las enfermedades mencionadas aquí, su
alto número de muertes ha sido en gran parte el resultado de su rápida
propagación a un gran número de huéspedes humanos, lo que ha dado lugar a
un elevado número de muertes absolutas a pesar de tener una tasa de
mortalidad muy baja.
16 En
una entrevista en podcast, Au Loong Yu, citando a amigos en el
continente, dice que el gobierno de Wuhan está efectivamente paralizado
por la epidemia. Au sugiere que la crisis no sólo está desgarrando el
tejido social, sino también la maquinaria burocrática del PCCh, que sólo
se intensificará a medida que el virus se extienda y se convierta en
una crisis cada vez más intensa para otros gobiernos locales en todo el
país. La entrevista es de Daniel Denvir de The Dig, publicada el 7 de febrero: https://www.thedigradio.com/podcast/hong-kong-with-au-loong-yu/
17
El vídeo es auténtico, pero cabe señalar que Hong Kong ha sido un
semillero de actitudes racistas y teorías de conspiración dirigidas a
los habitantes del continente y al PCCh, por lo que gran parte de lo que
se comparte en los medios sociales por los hongkoneses sobre el virus
debe ser cuidadosamente comprobado.
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