Hace más de 3 meses que el panorama político chileno cambió para siempre, un pueblo dormido, anestesiado, golpeado durante décadas generó una controversia histórica en el corazón del niño prodigio neoliberal, bajo la consigna: "Chile despertó". El aumento en el transporte público debido al recorte en el subsidio del combustible motivó el primer hecho de una cadena cada vez más grande de protestas en todo el país. Claro está que esa situación primigenia funcionó como la punta de un iceberg enorme, que se construyó durante décadas de neoliberalismo, luego de la última dictadura del general Pinochet, quien sentó las bases del supuesto "milagro chileno". La "crisis orgánica" chilena de un modelo en ruinas, desde un enfoque gramsciano.
La última dictadura chilena fue un proceso de exterminio, tortura y aplastamiento de una gran parte de la sociedad civil a manos del estado. Es a partir de esta violencia estructural que el bloque de clases dominantes impuso un nuevo orden, expresado en la constitución pinochetista y en el proceso de privatización y entrega del patrimonio nacional que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales del mundo. De esta manera la última dictadura provocó una ruptura en las relaciones sociales anteriores, y estableció un nuevo orden, que no es fundacional, ni el punto de partida de un nuevo consenso social, es el punto de llegada producto de la violencia y el exterminio, es el terrorismo de estado el que funda el nuevo orden y no la paz. Este orden criminal e injusto entró en una profunda crisis, como lo expresaron las calles de Chile.
En una enorme manifestación llevada a cabo por distintos grupos de la comunidad chilena, los obreros, artistas y gran parte de los pueblos originarios decidieron salir a las calles para ponerle fin a la explotación sistemática del pueblo por un puñado de magnates mafiosos, entre ellos, el actual presidente Piñera. Para terminar de una vez por todas con el proceso de privatizaciones que llevó a Chile a ser el único país del mundo que tiene sus aguas privatizadas. La educación, la salud, el transporte, la vivienda, son el privilegio de quienes pueden pagarlas y no un derecho de cualquier habitante. El sistema de jubilaciones y pensiones (AFP) es una de las estafas más grandes que ha sufrido el pueblo chileno, sin llegar a cubrir el costo de las necesidades mínimas, provocando que 8 de cada 10 jubilados no logren obtener una pensión superior a la línea de la pobreza y tengan que seguir trabajando como lo expresó la fundación Sol.
No es el aumento del transporte la causa del levantamiento social, son las décadas de humillación y saqueo al que fue sometido el pueblo chileno las que exigen ponerle punto final a semejante ignominia.
¿A que asistimos entonces? A un proceso de “crisis orgánica” del modelo neoliberal chileno. El concepto de “crisis orgánica” fue formulado por Antonio Gramsci, pensador y militante comunista italiano, perseguido y encarcelado por el fascismo en el siglo pasado. Este concepto expresa la crisis del conjunto de un determinado tipo de estado; entiéndase por esto la ruptura de los modos habituales con los que se había constituido hasta entonces el compromiso entre dominantes y dominados. Cuando esto ocurre, se plantea un problema de hegemonía, es decir el desplazamiento de la base histórica por la cual se llegó a determinado orden.
El modelo chileno hasta entonces, fue un modelo “hegemónico”, es decir el dominio de la totalidad de la sociedad por parte de una clase social que domina y dirige al resto, a través de las instituciones de la sociedad política (estado-gobierno) y de la sociedad civil (estado-sociedad). Estas instituciones que median entre el estado y la sociedad civil son definidas por Gramsci como un “sistema de trincheras”, es decir, instrumentos de la clase dominante para producir y reproducir su dominación a través de la elaboración de sentido común, ideas, cultura, logrando obtener una regulación del comportamiento social. Estas trincheras (escuela, universidad, iglesias, medios de comunicación) son las encargadas de ejercer el consenso y no la coerción, es decir lograr el acatamiento voluntario de la sociedad al dominio de la clase dirigente.
En Chile estas instituciones han tenido un rol protagónico para resguardar el modelo hegemónico pinochetista, desde la educación privatizada que provocó una brecha enorme entre quienes pueden acceder y quienes no pueden hacerlo, reproduciendo desigualdades notables en el acceso y en la producción del conocimiento, hasta los medios de comunicación en manos de unos pocos empresarios, entre ellos el presidente Piñera quien utiliza a estos para tergiversar, falsear y engañar al pueblo sobre su gestión, logrando expandir su mirada empresarial y colonial sobre el resto de la sociedad. Por otro lado Chile es uno de los países con menor nivel de sindicalización, neutralizando así a una de las instituciones que puede (o no) generar una disrupción en la mediación estado-sociedad.
Durante décadas el bloque de clases dominantes en Chile logró perpetuar su hegemonía, este bloque fue dominante y dirigente; en términos gramcsianos, una clase es dirigente antes de tomar el poder, ejerce la dirección sobre los grupos subalternos, logra el consentimiento y acatamiento de estos grupos y luego se convierte en dominante cuando sintetiza su unidad en el estado, es decir que su “historia” ya es una “historia estatal”.
El proceso actual de Chile provocó un quiebre en estas acciones; quienes gobernaron el país durante más de tres décadas hoy sólo son una clase “dominante” ya que persiste en el estado, y mantiene el monopolio de la fuerza para reprimir a los grupos opositores, pero no son una clase “dirigente” ya que se ha roto el vínculo de legitimidad con gran parte de los sectores de la sociedad civil. Cuando una clase solo mantiene el poder del estado mediante la coerción y pierde el consenso es decir deja de ser “dominante” y “dirigente” se produce una crisis en su aparato hegemónico, solo se gobierna a través de la fuerza y es la antesala del fin.
Según Maquiavelo se debe gobernar como el zorro (consenso) y el león (la fuerza), hoy la clase gobernante chilena es un león viejo y cansado que se expresa en términos de desesperación y torpeza: “estamos en guerra” sentenció Sebastián Piñera.
Desde el punto de vista de la sociedad civil y con miras a un proyecto de poder popular, existen muchos desafíos en el horizonte. La sociedad civil es el ámbito donde se dirimen las relaciones de fuerzas sociales entre las diferentes clases y actores políticos. Es por tanto el espacio donde se constituye la hegemonía y el poder. El pueblo chileno tiene la oportunidad histórica de generar lo que Gramsci llamaría una “acción hegemónica”, esto es una serie de prácticas políticas y culturales que realiza el grupo social dirigente para articular bajo su dirección a otros grupos sociales. En términos más específicos, pasar de la “guerra de maniobras” (ataque frontal) a la “guerra de posiciones” (proceso lento y largo de concentración hegemónica).
Las protestas y el levantamiento ocurrido en Chile, lograron generar el caldo de cultivo de un proyecto estratégico para la conquista del poder político y la unificación de un “bloque histórico” donde la sociedad civil y la sociedad política se unifiquen, como también la estructura y superestructura. Si por algo fue revolucionaria la teoría de Antonio Gramsci es por haber demostrado que las relaciones de producción y la producción de cultura e ideas no son campos diferenciados donde lo realmente determinante es la estructura económica y como factor secundario aparece la superestructura ideológica. Para Gramsci estos conceptos están entrelazados y determinan el conjunto de relaciones sociales que él denomina “bloque histórico”.
Es fundamental que la revuelta actual chilena encuentre una determinada dirección política que logre articular a los más variados sectores de la sociedad civil disputando el sentido común social, librando una batalla de ideas sin cuartel, realizando una “guerra de posiciones” que permita ir ganando terreno y derrotar al adversario en todos los campos, comprendiendo cabalmente la “crisis orgánica” del modelo en ruinas.
Es verdad que no se vislumbra quien podrá dirigir el actual proceso de emancipación que atraviesa Chile, tampoco es claro que deba ser un solo actor o clase y seguramente esto lo determinará el actual proceso de lucha de clases, pero de algo podemos estar seguros, la historia cambió para siempre, el pueblo despertó de una larga noche neoliberal, y pudo reconocer de manera práctica el poder de su unidad y el empoderamiento de una comunidad en lucha.
Ricardo Peterlin
Por Ricardo Peterlín
La última dictadura chilena fue un proceso de exterminio, tortura y aplastamiento de una gran parte de la sociedad civil a manos del estado. Es a partir de esta violencia estructural que el bloque de clases dominantes impuso un nuevo orden, expresado en la constitución pinochetista y en el proceso de privatización y entrega del patrimonio nacional que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales del mundo. De esta manera la última dictadura provocó una ruptura en las relaciones sociales anteriores, y estableció un nuevo orden, que no es fundacional, ni el punto de partida de un nuevo consenso social, es el punto de llegada producto de la violencia y el exterminio, es el terrorismo de estado el que funda el nuevo orden y no la paz. Este orden criminal e injusto entró en una profunda crisis, como lo expresaron las calles de Chile.
En una enorme manifestación llevada a cabo por distintos grupos de la comunidad chilena, los obreros, artistas y gran parte de los pueblos originarios decidieron salir a las calles para ponerle fin a la explotación sistemática del pueblo por un puñado de magnates mafiosos, entre ellos, el actual presidente Piñera. Para terminar de una vez por todas con el proceso de privatizaciones que llevó a Chile a ser el único país del mundo que tiene sus aguas privatizadas. La educación, la salud, el transporte, la vivienda, son el privilegio de quienes pueden pagarlas y no un derecho de cualquier habitante. El sistema de jubilaciones y pensiones (AFP) es una de las estafas más grandes que ha sufrido el pueblo chileno, sin llegar a cubrir el costo de las necesidades mínimas, provocando que 8 de cada 10 jubilados no logren obtener una pensión superior a la línea de la pobreza y tengan que seguir trabajando como lo expresó la fundación Sol.
No es el aumento del transporte la causa del levantamiento social, son las décadas de humillación y saqueo al que fue sometido el pueblo chileno las que exigen ponerle punto final a semejante ignominia.
¿A que asistimos entonces? A un proceso de “crisis orgánica” del modelo neoliberal chileno. El concepto de “crisis orgánica” fue formulado por Antonio Gramsci, pensador y militante comunista italiano, perseguido y encarcelado por el fascismo en el siglo pasado. Este concepto expresa la crisis del conjunto de un determinado tipo de estado; entiéndase por esto la ruptura de los modos habituales con los que se había constituido hasta entonces el compromiso entre dominantes y dominados. Cuando esto ocurre, se plantea un problema de hegemonía, es decir el desplazamiento de la base histórica por la cual se llegó a determinado orden.
El modelo chileno hasta entonces, fue un modelo “hegemónico”, es decir el dominio de la totalidad de la sociedad por parte de una clase social que domina y dirige al resto, a través de las instituciones de la sociedad política (estado-gobierno) y de la sociedad civil (estado-sociedad). Estas instituciones que median entre el estado y la sociedad civil son definidas por Gramsci como un “sistema de trincheras”, es decir, instrumentos de la clase dominante para producir y reproducir su dominación a través de la elaboración de sentido común, ideas, cultura, logrando obtener una regulación del comportamiento social. Estas trincheras (escuela, universidad, iglesias, medios de comunicación) son las encargadas de ejercer el consenso y no la coerción, es decir lograr el acatamiento voluntario de la sociedad al dominio de la clase dirigente.
En Chile estas instituciones han tenido un rol protagónico para resguardar el modelo hegemónico pinochetista, desde la educación privatizada que provocó una brecha enorme entre quienes pueden acceder y quienes no pueden hacerlo, reproduciendo desigualdades notables en el acceso y en la producción del conocimiento, hasta los medios de comunicación en manos de unos pocos empresarios, entre ellos el presidente Piñera quien utiliza a estos para tergiversar, falsear y engañar al pueblo sobre su gestión, logrando expandir su mirada empresarial y colonial sobre el resto de la sociedad. Por otro lado Chile es uno de los países con menor nivel de sindicalización, neutralizando así a una de las instituciones que puede (o no) generar una disrupción en la mediación estado-sociedad.
Durante décadas el bloque de clases dominantes en Chile logró perpetuar su hegemonía, este bloque fue dominante y dirigente; en términos gramcsianos, una clase es dirigente antes de tomar el poder, ejerce la dirección sobre los grupos subalternos, logra el consentimiento y acatamiento de estos grupos y luego se convierte en dominante cuando sintetiza su unidad en el estado, es decir que su “historia” ya es una “historia estatal”.
El proceso actual de Chile provocó un quiebre en estas acciones; quienes gobernaron el país durante más de tres décadas hoy sólo son una clase “dominante” ya que persiste en el estado, y mantiene el monopolio de la fuerza para reprimir a los grupos opositores, pero no son una clase “dirigente” ya que se ha roto el vínculo de legitimidad con gran parte de los sectores de la sociedad civil. Cuando una clase solo mantiene el poder del estado mediante la coerción y pierde el consenso es decir deja de ser “dominante” y “dirigente” se produce una crisis en su aparato hegemónico, solo se gobierna a través de la fuerza y es la antesala del fin.
Según Maquiavelo se debe gobernar como el zorro (consenso) y el león (la fuerza), hoy la clase gobernante chilena es un león viejo y cansado que se expresa en términos de desesperación y torpeza: “estamos en guerra” sentenció Sebastián Piñera.
Desde el punto de vista de la sociedad civil y con miras a un proyecto de poder popular, existen muchos desafíos en el horizonte. La sociedad civil es el ámbito donde se dirimen las relaciones de fuerzas sociales entre las diferentes clases y actores políticos. Es por tanto el espacio donde se constituye la hegemonía y el poder. El pueblo chileno tiene la oportunidad histórica de generar lo que Gramsci llamaría una “acción hegemónica”, esto es una serie de prácticas políticas y culturales que realiza el grupo social dirigente para articular bajo su dirección a otros grupos sociales. En términos más específicos, pasar de la “guerra de maniobras” (ataque frontal) a la “guerra de posiciones” (proceso lento y largo de concentración hegemónica).
Las protestas y el levantamiento ocurrido en Chile, lograron generar el caldo de cultivo de un proyecto estratégico para la conquista del poder político y la unificación de un “bloque histórico” donde la sociedad civil y la sociedad política se unifiquen, como también la estructura y superestructura. Si por algo fue revolucionaria la teoría de Antonio Gramsci es por haber demostrado que las relaciones de producción y la producción de cultura e ideas no son campos diferenciados donde lo realmente determinante es la estructura económica y como factor secundario aparece la superestructura ideológica. Para Gramsci estos conceptos están entrelazados y determinan el conjunto de relaciones sociales que él denomina “bloque histórico”.
Es fundamental que la revuelta actual chilena encuentre una determinada dirección política que logre articular a los más variados sectores de la sociedad civil disputando el sentido común social, librando una batalla de ideas sin cuartel, realizando una “guerra de posiciones” que permita ir ganando terreno y derrotar al adversario en todos los campos, comprendiendo cabalmente la “crisis orgánica” del modelo en ruinas.
Es verdad que no se vislumbra quien podrá dirigir el actual proceso de emancipación que atraviesa Chile, tampoco es claro que deba ser un solo actor o clase y seguramente esto lo determinará el actual proceso de lucha de clases, pero de algo podemos estar seguros, la historia cambió para siempre, el pueblo despertó de una larga noche neoliberal, y pudo reconocer de manera práctica el poder de su unidad y el empoderamiento de una comunidad en lucha.
Ricardo Peterlin
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