El pasado no puede ser transformado, no se debe pensar en “que hubiese ocurrido si...” Sin embargo, esto no impide que el sujeto pueda pensar otro futuro. Un futuro en el que su testimonio ayuda a conocer los sucesos de una “estancia” en el campo de exterminio, un porvenir en el que ya no es una víctima o ha dejado de serlo.
Ahora bien, si el pasado no puede modificarse, el pasado que registra el horror tampoco debe ser olvidado; ni el terror, indultado. Existen grupos que proponen la necesidad del perdón y el camino a la reconciliación, confunden “indemnización” con “reparación”; en la misma dirección las políticas del olvido argumentan la necesidad de no-recordar los males del pasado para lograr la “pacificación” de la sociedad. El indulto es el perdón absoluto otorgado a la pena ya impuesta, es una facultad otorgada al Poder Ejecutivo Nacional por medio del sistema constitucional argentino. En el caso argentino los indultos necesitan realizar una operación semiótica que transforma a los “subversivos” o “extremistas” en otra subjetividad, hoy reemplazados por los terroristas; el terrorismo es un concepto necesario para justificar la planetarización de la doctrina de seguridad según el jurista Raúl Eugenio Zaffaroni.
Fueron denominados “combatientes de izquierda” por el entonces presidente de la Nación Carlos Menem bajo el argumento de la existencia de los indultos en la necesidad de “pacificar al país”. La Junta Militar puso en marcha una política de terror para “la paz social” como afirmó Videla en su discurso de marzo del ‘76 y en democracia, se indultaba a los genocidas responsables del “terrorismo de estado” para “pacificar”. Por su parte las “víctimas de la subversión” realizaron una segunda operación semiótica: ahora son las víctimas del terrorismo. A partir de los ’90 se intentan equiparar las víctimas del terrorismo de estado a las víctimas del terrorismo, una nueva versión de la teoría de los dos demonios. Por otra parte, denominados irónicamente “los jóvenes idealistas” por quienes justifican la necesidad de la dictadura, de eso se trata el libro de la abogada Victoria Villarruel hoy vicepresidente de la Nación. Para ella hay una historia que no ha sido contada, la de las víctimas de la violencia ejercida por jóvenes que en nombre de determinados ideales ejercieron violencias, sin embargo esa violencia así relatada desconoce las violencias previas ante las cuales los grupos armados de los años ’70 querían responder.Para estos sectores ultra conservadores la democracia no alcanza para ordenar la sociedad, los conflictos que aparecieron a partir del año 2001 en Argentina renuevan posiciones conservadoras que reclaman castigo a los responsables, son nuevas versiones subjetivadas de la víctima. Ahora la víctima es el ciudadano que paga impuestos y se encuentra amenazado por la inseguridad. En las sucesivas rupturas en esta historia reciente que comprende cuatro décadas, existe una lógica de continuidad en los argumentos y los procedimientos, la presentación global de la víctima, hace de todos nosotros víctimas potenciales o en acto; en el lugar de la víctima se construye el no-lugar del ciudadano, el no-lugar del militante, el no-lugar de la materialidad del discurso; lo nuevo ya es viejo, bajo otro rostro la repetición hace al olvido, la presencia queda en ausencia.
Ante el “avance” de estas propuestas es necesario discernir, la crítica debe ser discernimiento, en Argentina, bajo la consiga “que se vayan todos”, se afirmaba frecuentemente acerca de la retirada de la política. Esta ausencia de política, junto a la crisis de representación, significó también la ausencia y la crisis de ejercicio de la ciudadanía. Junto a la experiencia de las asambleas y las fábricas recuperadas, en el que algunos vislumbraban retoños de militancia; otros ponían el acento en el desencanto generalizado que se percibía en la escena social y ese desencanto tenía que ver en gran medida con la sensación (real y concreta) de ser una víctima.Giorgio Agamben sostiene que: “El campo de concentración es un híbrido de derecho y de hecho, en el que los dos términos se han hecho indiscernibles”. Estado de naturaleza, ley marcial, ley de la selva, potencia igual a derecho, ley igual a la voluntad del soberano: todos estos tópicos sobre la falta de derecho o arbitrariedad del poder soberano tienen cabida bajo la justificación del estado de excepción y, en particular, en la indistinción entre hecho y derecho.
Cualquier institución que sostenga una micropenalidad puede ser considerada automáticamente como uno de tales campos, nos sorprendería un listado exhaustivo de dichos espacios, por cuanto algunos de ellos forman parte de nuestra vida cotidiana. Que aparezca la estructura de la excepción en un momento dado en un espacio determinado, no quiere decir que se trate de una cualidad intrínseca de ciertos lugares. Además de la variable espacial hay que tener también en cuenta la temporal, cualquier sitio cotidiano puede ser un espacio de la excepción y dejar de serlo Quien presenta a la víctima puede transformarse a sí mismo en otra víctima; ante la ausencia de discernimiento, el peligro se encuentra en el afuera, dejando al interior del mundo subjetivo los fantasmas de una época atroz que amenaza con regresar. Ante esa amenaza, la víctima siente la protección de Otro o busca su protección, habida cuenta de su permanente indefensión. La existencia en un estado permanente de excepción, cercados en un campo y extraños al mismo tiempo, hace de cada uno de nosotros un extranjero en su propio territorio, un refugiado, una víctima. Desde ese lugar de la víctima no hay discurso, no discurre la palabra, no circula el saber, saber que es entendido aquí como capacidad de discernimiento. La víctima no habla, sólo se lamenta. Y ese lamento es su actual materialidad.La falta de discernimiento conduce al malentendido, a situar agentes y sujetos, que provienen de diferentes campos de lucha y resistencia, a un mismo plano. Claro ejemplo es la denominada teoría de los demonios que ha sido resignificada en Argentina con la oposición de sectores conservadores a la anulación de los indultos.
Pero el propósito aquí, no es el de remarcar el sinsentido de la crueldad y lo inabordable del gesto violento; el propósito es el de reivindicar esta capacidad de discernimiento para no situar en un mismo plano lo que pertenece a ámbitos diferentes. ¿Quiénes ejercen la violencia?, ¿en nombre de qué?, ¿qué contexto de justificación necesita alguien para ejercer la violencia? Desde la opinión, sin fundamento, se equiparan las violencias y se justifica la ausencia de ley. Pero también se intenta justificar racionalmente la utilización de la violencia o, en otro plano, la necesidad de indultar o poner “punto final” a los juzgamientos.
A partir de la derogación de las leyes de impunidad y los indultos, una parte de la sociedad argentina cuestionaba esto sin poder discernir los tipos de violencia que se ejercieron en décadas anteriores. Planteando una “mismidad” entre las víctimas del “terrorismo” y la “subversión” con las víctimas del terrorismo de estado. Denunciando que no se hizo justicia con las víctimas de los atentados en manos de grupos guerrilleros; en esta operación se involucraron nuevos sectores como comunicadores sociales e intelectuales de diferentes procedencias ideológicas.
Ese debate que se ha fortalecido en los últimos años en Argentina también es utilizado para argumentar acerca de la “crispación” e inestabilidad social que provoca la apertura de los juicios a los responsables de la desaparición forzada (que también son responsables de la apropiación de niños, de las torturas y los exilios).
Lo acontecido entre 1976 y 1983 tuvo sus “condiciones de posibilidad” en la historia previa, la violencia ejercida desde el Estado tiene también su genealogía. No es una violencia que aparece en un “vacío fundador”; su fundamento, sus bases están en gran medida en el Siglo XIX y en el siglo XX expresadas en el exterminio a los pueblos originarios; cárcel a los militantes políticos, persecución a los sindicalistas.
Un contexto de justificación de la violencia necesita de un determinado consenso de la sociedad civil, el contexto de aplicación queda en manos de las Fuerzas Armadas, pero los civiles participaron por acción u omisión en ese proceso. Pilar Calveiro afirma que no pueden existir campos de concentración en cualquier sociedad, hay un intercambio de posibilidades entre los campos y la sociedad, una interacción, la sociedad “permite” la existencia de los campos y éstos a su vez transforman a la sociedad.La sociedad que, como el mismo desaparecido, sabe y no sabe, funciona como caja de resonancia del poder concentracionario y desaparecedor, que permite la circulación de los sonidos y ecos de este poder pero, al mismo tiempo, es su destinataria privilegiada. El campo de concentración, por su cercanía física, por estar de hecho en medio de la sociedad, ‘del otro lado de la pared’, sólo puede existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad ‘desaparecida’, tan anonadada como los secuestrados mismos.
Ante la pérdida surge el duelo, que es una operación social, no solamente individual, el tribunal que se levanta ante los crímenes cometidos también debe abarcar a toda la sociedad, en el que cada sector o parte de la misma debe examinar sus acciones, sus argumentos, sus lugares durante ese proceso histórico. La antipolítica es al mismo tiempo una lógica antiderechos que paradojalmente niega a las víctimas para perpetuarlas en un escenario de excepción en una operación “democrática”.Angelina Uzín Olleros - Dra. Ciencias Sociales y Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos/UNGS/UADER.
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