“Nunca me había pasado de andar sin un peso en el bolsillo. No podía comprar nada y no me quedaba nada por vender. Mientras iba en el tren me gustaba mirar el atardecer en la llanura, pero ahora me era indiferente y hacía tanto calor que esperaba con ansiedad que llegara la noche para echarme a dormir debajo de un puente”, así comienza la historia que narra en primera persona un ingeniero informático que, luego de trabajar en Europa durante la dictadura, regresa al país. Un país que despide a Alfonsín sumergido en un proceso inflacionario descomunal y le abre las puertas, sin saber las consecuencias, a un gobierno que impondrá un proyecto neoliberal para asegurar mano de obra barata y disciplinada, con medidas que concentran la riqueza en manos de quienes ya lo tienen todo.
Perdido y sin rumbo (aunque su destino sea Neuquén), el ingeniero deambula en círculos por un paisaje desolador con caminos rotos casi intransitables, donde los carteles indican con imprecisiones. En su peregrinar se cruza con distintos personajes que, también perdidos, persiguen su propia emancipación, que luchan por no volverse una sombra en un país devastado. Allí aparecen Coluccini, un seudoitaliano al volante de un Gordini, que presume tener dinero pero se escapa cuando consigue llenar el tanque en su viaje a Bolivia, donde “a los argentinos los pagan a precio oro”; Nadia, una adivina que viaja a bordo de un Citroën por los pueblos de la llanura bonaerense presagiando destinos benevolentes a cambio de quesos, vinos, gallinas y salames; Lem, un extravagante y millonario estadounidense que es abandonado por una mujer casada de la que está completamente enamorado mientras intenta encontrar un casino donde probar su sistema para hacer saltar la banca jugando a la ruleta; una orquesta que lleva un piano en el techo de un colectivo de la línea 152; un empleado del Automóvil Club que se declara en huelga; otros que roban los cables del tendido eléctrico para un emprendimiento; y curas truchos que se dedican al comercio de bautismos y casamientos.Entre ellos aparece Barrante, un grandote estrafalario que ofrece en los campos y en las estancias sus servicios para bañar peones. Lleva una valija en la mano y el cuerpo envuelto en un sistema de mangueras y caños con los que lleva a cabo su tarea, que publicita como: “Barrante, la ducha al instante”. Un personaje golpeado por la realidad y por el hambre, pero que influenciado por los medios insiste: “Hay que pasar lo peor, compañero. Si nos dejan trabajar a los privados vamos a salir adelante, mire toda la riqueza que tenemos. Yo siempre digo que hay que modernizarse, que si el Estado nos deja a nosotros en un año se arregla todo. Qué sé yo, si en vez de una ducha tuviera diez me pongo una empresita. Usted me vio trabajar, ¿no? Yo soy una persona seria. Me consigo diez paraguayos y en un año salgo a flote”.
Cada uno de los personajes y los diálogos de la novela tienen un carácter premonitorio como lo eran las contratapas en Página /12 antes de embarcarse en esta obra que se publicó en octubre de 1990 y en cuyo prólogo Guillermo Saccomanno afirma que: “Leerla es como consultar al médico que nos diagnosticó una enfermedad incurable”.
“¿Cómo será la Argentina de los años 90?, se preguntaba Soriano en una de las últimas contratapas de la década que finalizaba, para responderse: “No hay que ser adivino para imaginar que el sector privado, que ha vivido de la rapiña de los bienes comunes administrados por el Estado, no será mejor ni más eficiente que las grandes empresas ya conocidas, que viven de las subvenciones y favores estatales. Este país no sabe de industria ni de comercio, sino de especulación, y es inútil soñar con un paraíso en el que reine la razón cuando la característica de esta comunidad es producir delirios y alucinaciones”.
Delirios y alucinaciones, productos de “la tentación liberal, tan bien publicitada”. Las privatizaciones estaban a la orden del día, entre ellas las de Canal 11 y Canal 13. Y el objetivo según Soriano era “la clase media como categoría ‘social’, esa que, según los encuestadores y publicitarios, cree que un desodorante es la clave del éxito, Mirtha Legrand una mujer de mundo, Adelina de Viola una dirigente del futuro y Alsogaray un tipo que acierta siempre. Esa familia es la que compra todos los buzones de una Historia que está lejos de terminar. Cuando uno prende el televisor intuye la altísima idea que las empresas de publicidad y comunicaciones se hacen de esa familia puritana, nacional y cristiana. A ella le están vendiendo el liberalismo (Economía Popular de Mercado, le llaman Margaret Thatcher y Carlos Menem) como la doctrina del futuro. Para la brusca conversión de esas almas, que tarde o temprano morirán por el bolsillo, se necesitan requisitos previos. El primero es la conversión o ‘evolución’ ideológica (cuanto más degradante mejor) de los antiguos enemigos del liberalismo”.
En su artículo “El contraste y la construcción de significatividad en ‘Una sombra ya pronto serás’, de Osvaldo Soriano”, el Licenciado en Comunicación Social y Docente Franco Dall´Oste escribe: “es una obra que nos interpela hoy desde un pasado al que, inevitablemente, hemos de resignificar a partir del nuevo contexto político. ¿Por qué? Porque en ella se cristalizan patrones casi “predictivos”, y que hacen hoy a nuestra construcción de las políticas neoliberales de aquella época. El autor construido desde un “antes de” una política determinada y el “nosotros” construido desde el hoy, es decir, del después (y la actual regeneración) de dicha política, pueden y deben dialogar”.
Tal es así, que si en algunos fragmentos citados en la nota -ya sea de la novela como de sus contratapas en Página /12- se reemplazaran los nombres propios, la historia parecería la misma. Como esos personajes, tan característicos de Soriano, que no necesitan explicarse y que, aunque son desopilantes, están ahí, al lado nuestro, menos subterráneamente escondidos de lo que queremos imaginar si quitamos los ojos de nuestro propio ombligo.
Una noche volviendo en un auto a su casa, Soriano escuchó que en la transmisión de Cervantes Luro anunciaban “Mi noche triste”, por Gardel. Sin embargo, el tango que comenzó a sonar fue “Caminito”, pero cuando Gardel entonaba el verso que dice “una sombra ya pronto serás”, cortaron y se disculparon. Así como el gato negro que entró por la ventana cuando estaba escribiendo Triste, solitario y final lo llevó a Chandler y a poner a Philip Marlowe como protagonista en la obra, ese abrupto corte en la trasmisión le pareció “una clara señal del destino” y le dio el título a la novela.
“Lo que pensaba en el momento de la obra era en la conciencia colectiva después de todo lo que había pasado. Parecía que el olvido y la aceptación mansa de lo que estaba sucediendo era el espíritu dominante de la época. Y eso me parecía muy peligroso, no sólo por lo que el olvido comporta, sino porque no había una autocrítica en ningún sector de la sociedad, y por eso mismo, en comparación con las dictaduras, todo parecía más benigno e inofensivo. Parecía que lo que pasó, y lo que estaba pasando, le había sucedido a otro pueblo”, cita a Soriano el escritor Alejandro Gamen en su ensayo y trabajo final del seminario “Periodismo y Literatura” de la Carrera de Comunicación Social de la facultad de Rosario.
Una sombra ya pronto serás es la historia de un naufragio personal y colectivo, y como Cambalache, no renuncia al humor para contar las penurias. O, tan sólo se ríe para no llorar.
Federico Coguzza
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