21 de febrero
Ein deutsches Requiem — Un réquiem alemán I: «Selig sind, die da Leid tragen» («Bienaventurados los que lloran»)
Johannes Brahms (1833-1897)
Hoy cambiamos de humor.
Transido de dolor por la muerte de su madre, el gran compositor romántico Johannes Brahms empezó a escribir
este réquiem en febrero de 1865 y es justo decir que su concepción de esta misa de difuntos es muy personal.
Es una composición sacra pero no litúrgica, no se atiene al dogma cristiano y en vez de usar el latín que era tradicional en las misas de difuntos,
Brahms optó por escoger
textos de la Biblia
traducida al alemán por Lutero.
Su insólito título —que mencionó
por primera vez en una carta a Clara Schumann
(musa y quizás
el gran amor de su vida, cuestión sobre la que volveremos más adelante)— fue consecuencia del idioma en que se escribió y no una indicación del público al que iba dirigido.
El compositor dijo tiempo después que habría podido llamarse
igualmente Ein
menschliches Requiem, «Un
réquiem humano».
Y es que es un réquiem humano; una obra de arte consoladora y solidaria, dirigida a toda la humanidad, que revela la grandeza espiritual de Brahms. Si las misas de difuntos de la liturgia católica empiezan, por ejemplo, rogando por los muertos (Requiem aeternam dona eis, Domine, «Dales descanso eterno, oh Señor»), Brahms decide poner a los vivos por delante y en el centro; la letra de este movimiento procede de las Bienaventuranzas que pronuncia Jesús en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados».
Qué maravilla, parece decirnos Brahms en su estilo luminoso. ¿Y si fuera posible todo esto? Que los que lloran pudieran encontrar verdadero consuelo. Este motivo, transformar la angustia en paz, recorre toda la obra.
Clemency Burton-Hill
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