4 de
febrero
Fantasie Nègre n° 1 E minor
Si
tenemos en cuenta lo que venimos diciendo de las primeras compositoras,
pensemos un momento en las posibilidades que pudo tener la estadounidense
Florence Price. Nacida en Little Rock, estado de Arkansas, su infancia estuvo marcada
por las tensiones raciales y un clima en el que los linchamientos eran el pan
nuestro de cada día. Sin embargo, Price no se arredró
y acabó
siendo la primera sinfonista afroamericana y la primera cuya música
se consideró
digna de ser interpretada por una orquesta importante.
Price
fue una niña
inteligente que terminó la segunda enseñanza
a los catorce años.
Consiguió
una plaza en el conservatorio de Nueva Inglaterra, una prestigiosa institución
musical de la costa atlántica donde recibió
una formación
muy influida por la tradición europea. Sin embargo, Prince supo incorporar
a su música
sus profundas raíces sureñas. También
supo evitar lo peor del racismo que soportaban los estudiantes afroamericanos
haciéndose
pasar por mexicana.
La música
de la iglesia afroamericana tenía mucho peso, como los primeros blues y
espirituales cuyos ritmos y síncopas han cautivado a tantos compositores,
negros y blancos: pensemos en Frederick Delius o en Michael Tippett. El
espiritual «Pecador,
no dejes pasar esta cosecha» inspiró esta obra de
1929, una combinación de estilos americanos y europeos que
Prince dedicó
a su alumna Margaret Bonds, otra importante compositora afroamericana.
En la
década
de 1930, mientras alternaba su vocación con sus
obligaciones de madre soltera con dos criaturas, Price trabó
amistad con algunos destacados artistas de la época, entre
ellos el poeta Langston Hughes, uno de los artífices del
Renacimiento de Harlem. La suya es una voz excepcional en la música
del siglo XX y merece que
se la oiga más
a menudo.
Clemency Burton-Hill
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