El rock, por naturaleza, es contracultura. Pero el espíritu rebelde de sus primeros tiempos ha sido reemplazado por el frío escrúpulo del mercado, el marketing y las ganancias económicas. Muchas veces hablamos de la contracultura (real o ficticia) en el rock en general y en el progresivo en particular, pero... ¿qué es en definitiva la citada contracultura?. "La contracultura, como el blues, es un lamento, expresa melancolía y sufrimiento, por eso en su expresión radical e insumisa pone en el centro la vida, es decir, pone en el centro la imaginación y la creación, es decir, pone en el centro la destrucción y la negación". Aquí, una transcripción de la charla impartida por Marcelo Sandoval Vargas, profesor en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, México.
La cita dice:
Nota original
Para forjar una afinidad con la temática
que nos convoca voy a dar lectura a lo que prepare acudiendo al método
que desarrolló Guy Debord: el desvío, que implica el arrastre hacia “la
subversión de las conclusiones críticas pasadas que se ha fijado como
verdades respetables”, todo ello con la intención de mejorar las ideas.
La única cita que haré explicita, porque
es el eje articulador de este comentario corresponde a una persona que
cayo combatiendo contra el fascismo y el stalinismo, contra la sinrazón y
la mentira. este pensador que para Hannah Arendt era un “alquimista
practicando el arte misterioso de transmutar los elementos fugitivos de
lo real en el oro brillante y duradero de la verdad”.
Quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento […] Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo. Y como ha sido siempre la costumbre, el botín de guerra es conducido también en el cortejo triunfal. El nombre que recibe habla de bienes culturales, los mismos que van a tomar en el materialista histórico un observador que toma distancia. Porque todos los bienes culturales que abarca su mirada, sin excepción tiene para él una procedencia en la que no puede pensar sin horror. Todos deben su existencia no sólo a la fatiga de los grandes genios que los crearon, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No
hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión a través del cual los unos lo heredan de los otros.
Walter Benjamin
Estamos parados sobre el horror. Estamos
dentro del horror. Un horror que se nos presenta bajo la apariencia de
cultura. Pero que en realidad sólo es para encubrir la barbarie. ¿Por
qué he comenzado con uno de los últimos pensadores de la modernidad
tardía que apostó siempre por la revolución, la memoria, la razón y la
verdad? Porque quiero iniciar mi charla sobre la contracultura partiendo
del documento de cultura que nos convoca, el museo regional, y que a
propósito de su centenario nos ha convocado el Grupo Crítica y Memoria a
una ejercicio de conmemoración y de rememoración, lo señalo de este
modo porque hasta ahora hemos tenido imágenes y palabras que representan
las dos perspectivas de análisis. Para Benjamin la conmemoración y la
rememoración son dos modos antagónicos de pensar el pasado y de pensar
la cultura. La conmemoración es la que forja una empatía con los
vencedores de la historia, quienes producto de esa victoria se han
apropiado del botín de guerra que llamamos bienes culturales y que se
concentra en espacios como éste, como cualquier museo, galería de arte,
universidad, biblioteca y archivo histórico. Y así como hemos padecido conmemoraciones, también
hay experiencias donde irrumpe el esfuerzo por rememorar, es decir, por
cepillar la historia a contrapelo para tomar en el momento de la acción y
la reflexión la barbarie, las luchas de los oprimidos de todos los
tiempos, los proyectos frustrados.
En el museo regional están condensados
dos momentos, a través de los cuales podemos ver la cultura; y la
barbarie que le es inseparable. Al mismo tiempo que podemos ver atisbos
de contracultura, de rebeldía y resistencia. El primer momento es la
conquista y colonización de está región por parte de los europeos y el
segundo instante es la revolución mexicana. Este documento de cultura,
su proceso de creación y el aura que se alcanza a ver como imagen, nos
recuerda todo los días el sufrimiento de los pueblos que significó la
conquista y colonización. Este edificio fue hecho con el trabajo, la
sangre, el sufrimiento y el dolor de cientos, quizá miles de indígenas a
los que se les forzó a trabajar desde el momento en que unos
cristianos, llegados de Europa dijeron, estas tierras son mías, ustedes
de ahora en adelante son infieles, y deben desaparecer sus formas de
organizar la vida, su cultura, sus costumbres y sus modos. Su vida, sus
bosques, su agua, sus minerales, sus montañas, ya nos les pertenecen,
ahora son propiedad del rey por mandato divino.
Desde ese momento nace la cultura en
esta región, es decir, la cultura nace siempre de la separación, de la
dominación. De la creación de una sociedad dividida en amos y esclavos,
colonizadores y colonizados, fieles e infieles, poseedores y
desposeídos. La cultura, en tanto velo, en tanto apariencia, nos hace
olvidar que su origen es la fragmentación de la sociedad mediante la imposición de una jerarquía, de
un proceso de estratificación social. Y al mismo tiempo, en ese mismo
momento las cosmovisiones de los indígenas se convierten en
contracultura, en resistencia y rebeldía.
El otro momento, del que nos hablan
estas paredes es la Revolución Mexicana. Este museo no se consolidó
gracias a la revolución. Fue el resultado de la apropiación del botín
del guerra por parte de las fuerzas contrarrevolucionarias. Nunca
debemos olvidar esto. Carranza, Obregón, Diéguez, Zuno… no son los
representantes revolucionarios a los que debemos documentos de cultura
como el museo regional. El museo regional es producto, en dos sentidos,
de la derrota de la revolución, del triunfo de las fuerzas reaccionarias
sobre los verdaderos rebeldes, zapatistas del Ejército Libertador del Sur y los anarquistas magonistas, que dieron su vida por
una revolución social universal. Por tanto, la labor de Iska Farías
debemos entenderla de un modo totalmente contrario a como nos lo han
repetido una y otra vez en las charlas que se han dado estos meses aquí.
El arte y la cultura que se mantuvo vivo dentro de estas paredes no fue
gracias al beneplácito de quienes se hicieron llamar revolucionarios.
Una parte del arte y la cultura que se mantuvo vivo aquí fue el último
reducto de libertad, rebeldía y crítica. Fueron las cenizas de un
instante de peligro donde los oprimidos, los indígenas y campesinos,
buscaron tomar el destino de sus vidas en sus manos, pero las fuerzas
estatistas y capitalistas de México y Estados Unidos no lo permitieron,
por tanto el espíritu de rebeldía sólo pudo mantenerse vivo, una vez
más, en el arte y la contracultura.
Cuando se tiene todo en contra, la
resistencia toma formas que para los poderosos les resulte
imperceptible. Crean un lenguaje que se intraducible para los
dominadores. Ese lenguaje, esas imágenes, esas creaciones, en algunas
ocasiones toman la forma del arte y se convierten en verdaderas
contraculturas. Y a veces esas contraculturas toman una expresión
totalmente radical, es decir, apuestan por dejar atrás la separación
entre el arte y la vida, para fusionarlas en una vida poética, en una
vida apasionante. el arte se convierte en uno de los últimos reductos
para la insubordinación y para hacer manifiestas las posibilidades de
ruptura y de elucidación de otros modos de vida. Rompen el conformismo y
la contemplación. Desajusta la normalidad. Tiene como punto de partida
una crítica a la cultura instituida, es una ruptura con las formas
dominantes de hacer arte; se posiciona contra todo aquello que se
convierte en moda para venderse en el mercado capitalista. Es rechazo de
los valores y tradiciones, como la familia, el trabajo, la Patria, la
religión. Rechazo de la civilización occidental.
La negación de la cultura dominante,
hace estallar y descubre la fantasmagoría de que “los presupuestos
culturales admitidos son proposiciones hegemónicas acerca del modo en
que se supone que funciona el mundo” (Marcus, 2011: 11). Por medio de la
contracultura y del anti-arte, se rechazo a Dios y al Estado, al
trabajo y al ocio, al hogar y a la familia, al sexo y al juego, al
público y a uno mismo, durante un breve tiempo […] hizo posible
experimentar todas estas cosas como si no se tratase de hechos naturales
sino […] cosas que alguien ha hecho y que consecuentemente pueden ser
alteradas, o incluso eliminadas (Marcus, 2011: 14).
Y entonces qué es la contracultura. Es
un movimiento de negación. Es un rechazo general del mundo. Es nada,
como decían los dadaístas, por eso mismo es la vida; pero no la nada de
los nihilistas, sino el No de los rebeldes, de los Espartaco, los
Zapata, de los Makhno, las Emma Goldman, las Luisa Michel, las Rosa
Luxemburg, los Flores Magón…
La contracultura es reconocer que la barbarie es la misma civilización, por eso mismo, los surrealistas creían:
‘En la necesidad ineludible de una liberación total… queremos… proclamar nuestro distanciamiento absoluto… de las ideas que forman la base de la civilización europea, no muy lejana todavía, y de toda civilización basada en los insoportables principios de la necesidad y del deber… Por cierto que somos unos barbaros, puesto que una cierta forma de civilización nos da asco… No aceptamos las leyes de la Economía ni del Intercambio, no aceptamos la esclavitud del Trabajo, y en un ámbito más vasto todavía, declaramos la guerra a la Historia… Lo estereotipado de los gestos, los actos, las mentiras de Europa ha concluido el ciclo de la repugnancia […]. Ahora les toca a los mongoles acampar en nuestras plazas’La revolución ante todo y siempre – La revolución surrealista.
Este grito contra el mundo instituido
que nos ayuda a volver un poco más atrás, con la pregunta: qué es la
cultura. Ésta surgió como un intento de restablecer la unidad perdida
como consecuencia de la alineación social, consecuencia del momento en
que surgieron la jerarquía y el patriarcado; de la destrucción de la
sociedad orgánica. Bajo esta perspectiva es una ilusión, una ilusión
como las propias representaciones religiosas, entendiendo las ilusiones
como aquello que se encuentra en contradicción con la realidad, pero que
al mismo tiempo contiene una contradicción: nos pone de frente a la
historia, nos pone ante la posibilidad de bajar el velo para ver el
mundo fragmentado, gracias a que nos hace preguntarnos por nuestro
pasado, por tanto, por nuestro futuro. Y para caminar en ese sentido
debemos romper con las miradas inmanentes y trascendentales, que a lo
que único que contribuyen es a reificar la cultura, tenemos que dejar
atrás las formas ingenuas de vivenciar nuestro mundo, para ser capaces
de apreciar los contenidos. Se hace necesario renunciar a todas las
ilusiones.
Para Guy Debord “la cultura es la esfera
general del conocimiento y de las representaciones de lo vivido en la
sociedad histórica dividida en clases”. Es una apariencia de unidad.
Unidad que sólo puede restablecerse con la destrucción de la alienación
en todos los resquicios de la vida. La abolición de la dominación y de
la explotación que conllevará la abolición de la cultura como esfera
separada de la sociedad. De ahí que la contracultura surge cuando la
enemistad individual hacia la cultura se hace colectiva, surge de la
conciencia de que las creaciones humanas también pueden servir para el
aniquilamiento, de la conciencia de que la cultura dominante sirve para
que una minoría se beneficie mediante la opresión de la mayoría,
cosificando a esa mayoría como fuerza de trabajo, convirtiéndola en una
mercancía más.
La cultura dominante es el gobierno de
las pulsiones humanas, Y cuando esa pulsiones humanas toman la forma de
oposición, rebelión y destrucción irrumpe la contracultura. Para la
contracultura como sentimiento y práctica de insubordinación el punto de
partida es que si una cultura se sostiene en el sufrimiento de la
mayoría no tiene perspectiva de perpetuarse, ni lo merece. Y si se
perpetua sólo será gracias a la dosis de violencia y control que
requiere todo sistema de dominio. Bajo esta perspectiva, si la
contracultura es capaz de configurar una praxis radical, entonces tendrá
que dirigirse a lo que Debord plantea: “solamente la negación real de
la cultura conservará su sentido. Ella ya no puede ser cultural […] En
el lenguaje de la contradicción la crítica de la cultura se presenta
unificada: en cuanto que domina el todo de la cultura –su conocimiento
como su poesía– y en cuanto que ya no se separa más de la crítica de la
totalidad social. Es está crítica teórica unificada la única que va al
encuentro de la práctica social unificada”.
Únicamente de esa manera se puede
combatir desde la contracultura el espectáculo actual que se expresa en
forma de cultura. Y para dar cuenta de esto, basta una imagen de la
modernidad capitalista tardía, en lo que respecta a una de sus
industrias, la editorial, que demuestra lo que para las demás industrias
y mercados culturales es la regla, producto de que las creaciones
culturales clásicas se encuentran fuera de moda. Ahora los “analfabetos
intelectuales persiguen en vano la remisión de su ignorancia publicando
todas las pruebas existentes de ella en una multitud de ilegibles
volúmenes. Volúmenes que nuestra industria cultural se encarga de erigir
en una suerte de barricadas contra la verdadera cultura” (Palabras del
situacionista Gianfranco Sanguinetti). En la actualidad “puede que
muchas de las manifestaciones culturales actuales se muestren
transgresoras y rebeldes, pero la verdad es que vivimos un periodo de
calma cultural, donde prevalecen la frivolidad y la inocuidad de las
obras, y en el que los artistas, antes de oponerse a la sociedad en la
que viven, producen un arte que celebra los aspectos más rentables y
degradantes del capitalismo contemporáneo: La banalidad (Koons), el
plagio (Prince y Levine), la explotación (Sierra)…” (Granés, 2011: 459).
Por eso para las contraculturas de los
años sesenta y setenta la apuesta era negarlo todo: la familia, el
trabajo, el arte y la cultura. Llamaron a cerrar los museos y las
escuelas de arte. King Mob gritó en un panfleto: “Las escuelas de arte
están muertas: el fuego en su avance se apoderará y lo juzgará todo. Un
fantasma rodea el arte, el fantasma de la aniquilación. Todos los
poderes de la antigua orden se han aliado en un pacto sagrado para
exorcizar este espíritu: policías y rectores, escultores y pintores,
poetas y filósofos, diseñadores y arquitectos, historiadores del arte y
sociólogos”. Pero ellos mismo sucumbieron ante la vida convertida en
espectáculo. Entonces de nuevo la contracultura como resistencia, como
posibilidad de que “el arte pueda volver a entrar en la vida, como
juego, como celebración, como critica, y no como esta apología por la
supervivencia” (King Mob).
Durante este periodo se renegó de los
padres, quienes han dejado de luchar por un mundo diferente del modelo
familiar hegemónico, donde sólo se puede aspirar a tener una casa y un
automóvil. Provocó un shock, trastoca la vida cotidiana y desacomoda el
paisaje urbano mediante su hacer ser en las calles, niega las formas
dominantes de hacer política —esas donde los adultos se dedican a hacer
partidos políticos y sindicatos reformistas para dirigir y representar a
los demás— que forman personas que aspiran a ser profesionales y
expertos en la política, a hacerse del control del poder y ser los
nuevos amos que dicten los destinos de la sociedad o que se contentan
con la reproducción mecánica de la vida, el conformismo y la servidumbre
voluntaria en palabra de Etienne de la Boétie (2009). Se planteó una
política diferente, no quiso competir ni ganarle espacios a la política
institucionalizada, o que demuestra que sus expresiones marginales se
encontraban “más cercanas de las tradiciones anarquistas” (Rimbaud,
2010: 12). Se desplegó de modo descentralizado, creando espacios de
encuentro e intercambio horizontal de saberes, los grupos de afinidad se
basaban en la amistad y las relaciones cara a cara del barrio, porque
entendían que “un cambio verdadero sólo puede ser logrado en el lugar
que más entiendes —en tu tierra” (Rimbaud, 2010: 10).
La contracultura como el blues es un
lamento, expresa melancolía y sufrimiento, por eso en su expresión
radical e insumisa pone en el centro la vida, es decir, pone en el
centro la imaginación y la creación, es decir, pone en el centro la
destrucción y la negación. Permite trastocar la vida desde la
clandestinidad de la cotidianidad (Debord, 2002). Así, la auténtica
creatividad, es decir, que permita el despliegue de la espontaneidad –
en tanto dimensión no determinad del ser humano– es irrecuperable para
el poder (Vaneigem, 1988), rompe con la alienación social, por tanto, el
arte entendido como poesía significa “la organización de la
espontaneidad creadora en tanto que la prolonga en el mundo. La poesía
es el acto que engendra realidades nuevas. Es la organización de la
teoría radical, el gesto revolucionario por excelencia” (Vaneigem, 1988:
200).
Esta poesía hecha por todos conlleva
sacar el arte a las calles, conlleva el esfuerzo para que el arte tenga
resonancias en cada dimensión de la vida, y que la creatividad
espontanea se convierta en el motor del mundo social. Se trata de romper
con la política instituida que se impone sobre las creaciones
artísticas El encuentro de la política y el arte, que logra la
contracultura, para lograr una inversión de perspectiva significa “un
momento unitario, es decir, uno y múltiple. La explosión del placer
vivido que hace que, perdiéndome, me encuentre; olvidando quién soy, me
realice” (Vaneigem, 1988: 212).
La poesía significa un despliegue
revolucionario discontinuo, que rompe con el poder jerárquico y se sitúa
en la vida misma para desde ahí crear nuevas relaciones sociales, que
reconozcan en la imaginación, la espontaneidad, la creatividad y lo
cualitativo la posibilidad de destruir el mundo de las mercancías.
Cierro entonces con una cita de John
Berger, una persona para la que el arte y la contracultura eran sinónimo
de protesta. Protesta que es capaz de realizarse con la mayor ternura o
a través del mayor acto de devastación:
‘No puedo decirte lo que hace el arte ni cómo lo hace, pero sé que a menudo el arte ha juzgado a los jueces, exhortado a los inocentes a la venganza y mostrado al futuro el sufrimiento del pasado para que no fuera olvidado. Sé también que cuando el arte hace eso, cualquiera que sea su forma, los poderosos le temen y que entre el pueblo ese arte corre a veces como un rumor y una leyenda porque le da sentido a lo que no pueden dárselo las brutalidades de la vida, un sentido que nos une, pues al fin y al cabo es inseparable de un acto de justicia. Cuando funciona así, el arte se convierte en el lugar de encuentro de lo invisible, lo irreductible, lo perdurable, las agallas y el honor.’
Nota original
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