Si la obra de ayer se inspiró (seguramente) en un amor peligroso, la de hoy se inspiró (sin lugar a dudas) en otro no correspondido.
Berlioz es uno de los grandes románticos de la música, propenso a llorar con las obras de Virgilio, Shakespeare y Beethoven. «Sobrecogedoramente inspirado» por este último, adoraba además la música de Christoph Willibald Gluck (5 de octubre) y a su vez influyó en otros románticos como Wagner y Liszt y en posrománticos como Strauss y Mahler.
A principios de 1829, el compositor reveló a un amigo: «Hace tiempo que tengo una sinfonía descriptiva […] en mi cabeza. Cuando la haga pública, tengo intención de poner patas arriba el mundo musical». Y lo puso patas arriba. Terminada cuando Berlioz tenía veintiséis años y estrenada este día de 1830, la Sinfonía fantástica lleva por subtítulo «Episodio de la vida de un artista».
El sentimiento que Berlioz quería «describir» era el amor impetuoso que sentía por una actriz irlandesa llamada Harriet Smithson, a la que había visto por primera vez en 1829, en una representación de Hamlet en el teatro Odéon de París.
Desde entonces había intentado ablandar el corazón de la mujer, pero sin éxito. A otro amigo le dijo: «¿Sabrías tú decirme qué es esta capacidad para sentir, este sufrimiento que me está destruyendo? […] Ay, amigo mío, no tengo palabras para describir mi desdicha […] Hoy hace un año que la vi por última vez […] ¡Mujer infeliz, cuánto te he amado! Me estremezco mientras lo escribo: ¡cuánto te amo!»
Pero que nunca se diga que la música no es un arma poderosa: la Sinfonía fantástica acabó conquistando a Smithson y en octubre de 1933 se casaron. (Por desgracia, la relación no duró.)
Clemency Burton-Hill
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