Hoy presento al hombre considerado por Serguéi Rajmáninov como «el compositor más dotado de la actualidad […] Una de esas raras personas — como artista y como ser humano— que más crecen cuanto más nos acercamos a ellas».
No todos habrían estado de acuerdo con este elogio hiperbólico del pianista y compositor Nikolái Médtner, nacido en Rusia, afincado en París y desaparecido este día. Sus ideas musicales no habrían podido ser más inactuales en su época. Por insistir en la primacía de la melodía lírica, la tonalidad y la forma, no tenía modo de conectar con ningún aspecto de las tendencias que lo desestabilizaban todo a su alrededor, desde el serialismo de Schönberg hasta el neoclasicismo de Stravinsky. En este sentido, Médtner era un hombre trágicamente desplazado y anacrónico.
Dada su dedicación al piano, no es de extrañar que su máximo héroe fuera Beethoven: «Principal representante de la sonata para piano, Beethoven concebía sus sonatas como canciones —señalaba—, las cuales, con su sencillez temática y su correlación vertical, desde el principio hasta el final de cada una de sus obras, nos aclaraba la complejidad total de su construcción arquitectónica y de su correlación horizontal».
Estas rimbombantes afirmaciones estaban ya tan desfasadas en la época en que Médtner vendía su marca de conservadurismo musical por la Europa vanguardista que en el mejor de los casos no se le prestaba atención y en el peor se burlaban de él.
Ampliamente desconocido para el público en general, pasó la mayor parte de su vida en denigrante pobreza e incluso hoy su nombre solo se oye en los círculos pianísticos más especializados. Pero recibí un puñetazo en la mandíbula cuando oí por primera vez esta sonata, repleta de ideas, de melodías líricas y armonías lozanas, sorprendentes y satisfactorias. En fin, si esto era bueno para Rajmáninov…
Clemency Burton-Hill
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