La pintada decía: "Tiene que dejar de estar de moda ser un hijo de puta". La vi, la compartí, me quedé pensando en eso. En que es verdad, es literal esa frase, no llega a ser irónica. No tiene nada de ironía, en rigor: es eso la ultraderecha. Mirado desde este costado tan poco académico, le llamamos ultraderecha no ya a la desinhibición de todos los hijos de puta existentes y latentes, sino a su exhibición, su exaltación, y su ejemplarización. Los hay históricos y del común.
Por Sandra Russo
Ese llamado hegemónico a ser un hijo de puta es lo que inflama a la farmacéutica de Pinamar y a su marido, y es tan fuerte la repulsión y el desprecio que los domina, que partirle un palo de golf a una negra que toma mate es lo menos que pueden hacer. Lo peor es que en la amplia difusión del hecho, se hacía palanca en que la señora... ¡no era una negra! Si hubiese sido una negra la noticia circulaba menos. Así vivimos hoy, respirando el aliento en la nuca de miles de hijos de sus madres y sus padres que están habilitados por el Presidente Escatológico a ser vulgares, violentos, brutos, atropelladores, discriminadores, patoteros, crueles, actuadores. Eso se llama supremacismo.
Vienen a exterminar, dicen, la idea de la igualdad. Desde Rozencratz --que esta semana se abrazó con Rodríguez Simón, y cerrame la ocho--, pasando por cuanto funcionario macrista o libertario escuche, todos sacan a pasear su supremacismo, habilitado por el “somos ética y estéticamente superiores”. Lo pasean en muchísimas variantes y en muchísimos niveles, tantos que por eso aturden y generan confusión. Desde el Macri de “retirate” a la nena villera, a Milei y su megalomanía inenarrable. Alguien debería escribir el guion de una película que cuente la Argentina de Milei relatada por Freud. Necesitamos terapia de grupo nacional.
Nada de eso es inocente. Es más, a nadie le interesa la inocencia ni la culpabilidad. El inocente es el que se les antoja, y culpable quien haya que encerrar. Son el caos económico, pero antes debieron ser el caos moral. La tracción es tan fuerte que parece haber un aturdimiento generalizado, una inexplicable falta de conciencia del límite atroz en el que estamos, sin poder lograr una mayoría legislativa decente. Nada más que decente. Con eso estamos. Gobernadores decentes. Con eso se podría detener la catástrofe que se avecina si Caputo sigue gozando subidones de adrenalina pidiendo más deuda. Ni siquiera tienen conciencia de eso, de que esto es una nación federal cuyas provincias están atadas a la suerte general del Estado. Los gobernadores que le dieron la ley bases a Milei no tienen perdón de Dios. Es esa foto la de la entrega del país con millones de nosotros como souvenirs para los extranjeros que idolatran.
No es que Trump y Milei tengan diferencias porque tienen diferentes proyectos. Para que el proteccionismo de Trump salga bien necesita de muchos Mileis que entreguen a sus pueblos, así como Biden necesitó un Zelensky. Trump es nacionalista porque es norteamericano. Milei es entreguista porque nos tributa al amo. Somos su ofrenda.
Nunca me imaginé ver tanta genuflexión y tanto cinismo al mismo tiempo. Este presidente al que gobernadores como Frigerio dicen al día de hoy querer darle “gobernabilidad” es el que duplicó la indigencia infantil en diez meses. El que dejó a los discapacitados a su suerte. El que mata por falta de medicamentos o comida. A ese presidente estos tipos le están dando gobernabilidad. No son mejores que Milei.
Este país no tiene viabilidad si no deja de estar de moda ser un hijo de puta. Vaya si traen un cambio: todo lo que en una sociedad armónica y educada se debe administrar, dimensionar y a veces reprimir --es esto la cultura y no otra cosa, y también es esto la política--, en el caos se libera. Este gobierno de ágrafos perversos que saben números pero no saben letras, harán salir del armario a muchos miserables pelagatos capaces de gritar “yo soy rico, y los ricos no vamos en cana”. El tipo no era rico, pero lo que dijo es verdad. Sin igualdad ante la ley, no hay ley. Por eso esto es el caos.
Sandra Russo
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