Cuando el joven Arnold Schoenberg componía en su pequeño departamento en Berlín sufría constantes interrupciones por parte del campanario de la catedral, de la que vivía cerca. Se encontraba el maestro en suma concentración y de pronto ahí estaban las campanas. En una carta a su amigo Gustav Mahler le contó su infortunio y Mahler le contestó: ¿Y por qué no las agregas? Algunos años después Mahler se hizo de una cabaña, lejana en la montaña, para evitar cualquier distracción —al parecer la interrupción es el chamuco de los compositores y los amantes— y desde ahí le escribió a su amigo Schoenberg para quejarse de las vacas que pastaban con sus cencerros; Schoenberg no la dejó pasar y le respondió: Maestro, ¿y porqué no agrega los cencerros? Y así lo hizo, pero, cosa curiosa, que el revolucionario emancipador de la disonancia y el maestro del más fino y a veces hasta rasposo sarcasmo no toleraban las interrupciones. La música “seria” carga con este estigma, acaso por el peso de la soberana historia del arte europeo, de ser la suma de los mundos individuales de los compositores que han escuchado exclusivamente las voces de su muy celosa inspiración. En esta suma, la improvisación sigue siendo la pariente pobre, y está en ella ser así, nunca aceptada en occidente como una de las formas musicales, con su muy merecido y siempre negado lugar al lado de la sonata o el olvidado impromptu, o para llegar mucho más lejos, con Ferand, nunca reconocida como la madre de las formas musicales.
Por Erick Vázquez
Hace poco asistí al concierto de un ensamble llamado La Generación Espontánea. El nombre propio se debe precisamente a que sus creaciones musicales se inscriben de lleno en la improvisación y a un peculiar sentido interpretativo de los instrumentos en sí. El nombre les ha quedado perfecto.
La historia de la teoría de la generación espontánea es una muy bella, tanto como la teoría heliocéntrica, o la alquimia y su búsqueda de la piedra filosofal, el casi justificado afán de convertir el plomo en oro. En principio, la teoría de la generación espontánea dice que es posible la generación de la vida de seres organizados a partir de objetos desorganizados, o seres animados a partir de objetos inanimados; el ánima puede surgir de la quietud, un escarabajo podría nacer de la tierra, un molusco de un coral, una mariposa de la nube. Con el nacimiento de la ciencia moderna y los nuevos instrumentos la teoría se sofisticó hasta grados microscópicos, hasta que llegó Luis Pasteur a aguar la fiesta, y de pasada, según algunos nutriólogos modernos, a arruinar el sistema inmunológico de los humanos. Fue un caso de los que T.H. Huxley llamó la continua gran tragedia de la ciencia: el asesinato de una hermosa hipótesis a manos de un hecho bruto. Ahora no podemos concebir la generación espontánea sin sonreír, pero las leyes musicales no se ajustan a los leyes de la biología —no siempre, en todo caso.
La historia de la teoría de la generación espontánea es una muy bella, tanto como la teoría heliocéntrica, o la alquimia y su búsqueda de la piedra filosofal, el casi justificado afán de convertir el plomo en oro. En principio, la teoría de la generación espontánea dice que es posible la generación de la vida de seres organizados a partir de objetos desorganizados, o seres animados a partir de objetos inanimados; el ánima puede surgir de la quietud, un escarabajo podría nacer de la tierra, un molusco de un coral, una mariposa de la nube. Con el nacimiento de la ciencia moderna y los nuevos instrumentos la teoría se sofisticó hasta grados microscópicos, hasta que llegó Luis Pasteur a aguar la fiesta, y de pasada, según algunos nutriólogos modernos, a arruinar el sistema inmunológico de los humanos. Fue un caso de los que T.H. Huxley llamó la continua gran tragedia de la ciencia: el asesinato de una hermosa hipótesis a manos de un hecho bruto. Ahora no podemos concebir la generación espontánea sin sonreír, pero las leyes musicales no se ajustan a los leyes de la biología —no siempre, en todo caso.
La experiencia de ver a La Generación Espontánea en concierto ha sido muy educativa. De hecho, ahora que escucho su grabación “Cátedra”, no puedo evitar imaginar cómo es que están haciendo las cosas que hacen, porque parecen determinados a no tocar los instrumentos como lo enseñan en el conservatorio, desde las nuevas técnicas en el uso de los instrumentos hasta la invención de intervenirlos por medio de artefactos ajenos, un abanico de mano en la guitarra, un clavo en el platillo de la batería, el rechinido de un globo, con el resultado de una riqueza de texturas cada vez más insospechada y una secuencia accidentada de clusters armónicos que rayan en la naturalidad, muy cerca del ruido. En la Generación Espontánea la música está libre de línea melódica, lo que la estructura es más bien una superposición de registros, no hay tema y desarrollo, o bien el tema es simplemente un sinfín de pulsaciones, de aliento, de percusión, instantes abruptos o pausados de ritmo, una creación constante, y esto, sencillamente, antes de 1946 no se llamaba música —aún hoy, de acuerdo con la más autorizada academia, no lo es. ¿Es música concreta? No. Si bien la asociación es posible —a mí me gusta—, porque el Estudio sobre los caminos de fierro de Pierre Schaffer de 1948, compuesto por entero con sonidos de tren, silbatos de la estación y otros sonidos similares, es muy hermoso, y fue perfectamente coherente que la música de Schaffer haya nacido en una estación de radio durante la resistance. Efectivamente, la genealogía de esta música se puede rastrear hacia los inicios de la llamada “música nueva”, pero la línea de parentesco es meramente una deuda feliz, porque el trabajo de la disonancia en La Generación Espontánea, a diferencia de aquellos, no está signada por los estragos, por ser hijos de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Si bien los juegos de textura y dinámica son desconcertantes, no por eso son la experiencia horrenda de Penderecki o las escalofriantes exploraciones de Xenakis, ésta es la música sin las ataduras de un prejuicio contra la disonancia o contra la ausencia de las formas —si bien la forma sonata puede ser reconocida si se la quiere a chaleco por ahí—, se trata del puro goce, un goce sin edad, sin historia, de la libre asociación de los sonidos.
Según Darwin, un pensador clave en la histórica polémica de la generación espontánea, la vida se produce bajo el principio del tema y variación, como en el jazz clásico, o en las exploraciones de Johann Sebastian Bach. La teoría de la evolución es lo que Schoenberg le dijo a John Cage que era la música: repetición, repetición y variación, y la variación es también repetición. Acaso debido a la cultura dominante, con respecto a la improvisación y en particular a las cosas que hace La Generación Espontánea, como con otras manifestaciones del arte moderno, para acceder al placer se necesita ser o un verdadero conocedor de la materia o tener un alma de niño. Para mí la gran enseñanza de esta música es haber aprendido a escuchar las notas en el rechinar de mi portón, que me resisto a engrasar porque he llegado a amar su poderosa secuencia, el camión de la basura, con su largo y sostenido lamento, melancólico como el canto de una ballena, sus campanas casi religiosas, el concierto de un taller industrial, con sus sonoros agudos en sí mayor, el bostezo de mis perros y el gran repertorio de las cosas del mundo, como fuente de placer sin fin, porque Dios sabe que lo que no se puede encontrar en esta vida es silencio.
Según Darwin, un pensador clave en la histórica polémica de la generación espontánea, la vida se produce bajo el principio del tema y variación, como en el jazz clásico, o en las exploraciones de Johann Sebastian Bach. La teoría de la evolución es lo que Schoenberg le dijo a John Cage que era la música: repetición, repetición y variación, y la variación es también repetición. Acaso debido a la cultura dominante, con respecto a la improvisación y en particular a las cosas que hace La Generación Espontánea, como con otras manifestaciones del arte moderno, para acceder al placer se necesita ser o un verdadero conocedor de la materia o tener un alma de niño. Para mí la gran enseñanza de esta música es haber aprendido a escuchar las notas en el rechinar de mi portón, que me resisto a engrasar porque he llegado a amar su poderosa secuencia, el camión de la basura, con su largo y sostenido lamento, melancólico como el canto de una ballena, sus campanas casi religiosas, el concierto de un taller industrial, con sus sonoros agudos en sí mayor, el bostezo de mis perros y el gran repertorio de las cosas del mundo, como fuente de placer sin fin, porque Dios sabe que lo que no se puede encontrar en esta vida es silencio.
La distancia radical de la improvisación para con la música compuesta revisión tras revisión es una imperfección fundamental, debido a que se suele practicar en conjunto, pues la improvisación, como no dejan de recalcarlo orgullosamente los que la experimentan como un estilo de vida, es una práctica, no menos que una doctrina. ¿Por qué la discusión acerca de la generación espontánea ha resurgido en la historia, tan recientemente como la era victoriana? Porque dejando de lado los experimentos científicos es una discusión acerca de la coherencia del universo, del azar y la lógica de la consecuencia, la existencia de Dios o el sentido de la existencia en el plano biológico, porque si la teoría de la generación espontánea fuese una posibilidad ninguna religión se sostendría ni la naturaleza tendría leyes estables para decir quién vive y quién muere. La improvisación es una de las formas más serias en la ambición de hacer algo real, con vida propia, verosímilmente, y contra la opinión de Hegel, la más completa forma de las artes
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