La idea precisa en el momento adecuado
Corría el año de 1968, la década del cambio en el siglo XX, la Atenas del mundo moderno, la década que nos mostró el camino hacia la libertad de pensamiento que dos guerras encarnizadas le habían arrebatado a la humanidad durante la primera mitad de ese mismo siglo. La cultura, las artes, la política, la humanidad en general daba pasos agigantados hacia el cambio, hacia la utopía de una sociedad donde la revolución representaba el orden. Y como no podía ser de otra manera, la ciencia se movía en sentido a la corriente camino a sustentar las bases de esa utopía. Por otro lado, la Guerra Fría alcanzaba su punto más álgido, el temor al fin del mundo a raíz del conflicto entre las potencias económicas y militares que dominaban parecía ser la única barrera con la que se topaba la ideología de los sesenta.
El pensamiento científico parecía estar sujeto única y exclusivamente al desarrollo armamentista. Estados Unidos y la Unión Soviética no escatimaban en sus inversiones para desarrollar tecnología cada vez más avanzada con miras a lo que parecía ser un inminente enfrentamiento por el control político mundial. Como resultado de esto, apenas un año más tarde llegaría el evento científico y tecnológico más relevante de las últimas generaciones. Aquel que de manera directa e indirecta marcó la tendencia a seguir por el mundo occidental en futuras generaciones. El hombre llegó a la Luna a bordo del Apolo 11 el 21 de julio de 1969. Pero fieles a la idea de que cada pensamiento, cada acción y cada evento en nuestras vidas no son sino el resultado de nuestro contexto, cabría preguntarse ¿qué pasó antes de ese acontecimiento? ¿Dónde surgió la idea? ¿Qué heredó a la sociedad de esa época? Todas preguntas válidas para lograr entender las repercusiones de semejante punto de inflexión en la historia.
La primavera de 1968, con todo lo que ello pueda representar, en la ciudad de Nueva York se estrena quizás la primera gran obra maestra de Stanley Kubrick, 2001: A Space Odyssey. La cinta encargada de llevar a la ficción científica a lo más alto del arte cinematográfico. Película fundacional en su género, pero igualmente valiosa en muchos otros ámbitos que van más allá del séptimo arte. Toda una confrontación filosófica y científica que sirvió de fiel reflejo a una época en la que las ideas estaban fuertemente ligadas a la renovación de los parámetros. Tal fue la influencia del trabajo de Kubrick que poco después del alunizaje de 1969 comenzaron a surgir teorías conspirativas afirmando que todo se había tratado de un montaje perfectamente orquestado por el gobierno estadounidense en conjunto con el director. Pero la influencia de 2001: A Space Odyssey no sólo se concentró en las aspectos que a simple vista podrían parecer propios de personas iniciadas en el tema.
Un joven que por aquel entonces apenas tiene diecinueve años de vida camina por las calles de Londres, otro de los puntos neurálgicos de la revolución ideológica. Ansioso por descubrir y experimentar entra a una sala de cine donde se exhibe la película de Stanley Kubrick. Poco más de dos horas después, aquel joven de aspecto andrógino y proveniente de las clases trabajadoras británicas abandona la sala cautivado, totalmente inspirado. Resulta ser tan grande la impresión que le causa la historia que decide componer una canción basado en lo que acaba de presenciar. El nombre de aquel chico era David Robert Jones, aunque a partir de ahí nadie más lo recordaría con ese nombre, había nacido David Bowie.
El camino de Bowie a las estrellas
Cualquiera que se jacte de tener un amor verdadero al mundo de la ciencia no puede dejar de admitir que una de las fuentes más ricas de ideas para el pensamiento científico se encuentra precisamente en el arte. Música, cinematografía y literatura, por mencionar sólo algunas de sus ramas, han servido a lo largo de la historia como fuente de inspiración para grandes científicos en todo el mundo. En el sentido opuesto la historia no es diferente. Desde Leonardo Da Vinci hasta Julio Verne la ciencia siempre ha resultado un marco atrayente para creadores de las más diversas disciplinas. Será quizás su naturaleza misma como base de la composición estética o su enigmática relación con el todo. Lo que es un hecho es que no hablamos de una coincidencia llana cuando decimos que artes y ciencias mantienen una relación estrecha, natural e inquebrantable.
Para David Bowie quizás la pasión por el mundo de la ciencia y la tecnología no resultó ser una constante a lo largo de su carrera, al menos no desde el punto de un análisis estrictamente pragmático. Su profunda pasión por el conocimiento se encontraba más bien camuflada entre metáforas y ramificaciones de sí mismo. Space Oddity surge como una referencia quizás paródica al trabajo de Kubrick que tanta influencia tuvo sobre él. La canción se convirtió casi de manera inmediata en una explosión de dramatismo. Como resultado de ello, la BBC de Londres eligió el tema de Bowie como banda sonora de su transmisión sobre la llegada del hombre a la Luna en ese mismo año. No podríamos decir que esto es una total coincidencia, pues al paso de los años el músico inglés siguió haciendo guiños al campo de la astronomía.
David Bowie pensó en el universo hasta su último aliento. Existió siempre, aunque tal vez no como una cicatriz de sus orígenes, un amor sincero de su parte a las estrellas. Sin entrar jamás en cuestionamientos de índole técnico, sin referenciar nunca datos oficiales o profundizando en detalles que poca repercusión habrían tenido en su obra. Más bien encerró su pasión por el universo en pequeñas dosis sonoras que distorsionaban las imágenes establecidas que se tenían de la cosmonáutica. Desde su primer LP al que daba título a la ya antes mencionada Space Oddity hasta su último trabajo, Black Star, existió casi siempre una marcada connotación cósmica que en mayor o menor medida fue convirtiendo a Bowie en un referente de culto para el mundo de las ciencias aerospaciales.
La influencia que los temas científicos tuvieron en el artista no quedaron ahí. No fueron pocas las ocasiones en las que Robert Jones se alejó de la parafernalia de los escenarios para abocarse a la interpretación de diversos personajes en el mundo del cine. Muchos de ellos dejaban ver de manera sutil un trabajo bien fundamentado y claramente influenciado por cuestiones científicas. Desde El ansia, de Tony Scott (1983) hasta su magistral interpretación de Nikola Tesla en The Prestige, dirigida por Christopher Nolan en el año 2006. Nombres que no aparecen aquí sin un trasfondo que mucho tiene que ver con lo que se busca exponer en este texto, David Bowie giró durante casi medio siglo en torno a la ciencia. Científico del arte como han existido muchos, su trabajo multidisciplinario trascendió por encima de los límites artísticos.
La herencia de Ziggy
Luego de 47 años de trayectoria marcando la pauta en la tierra de la creatividad, resultaría difícil pensar que la obra de Bowie no dejó una larga estela de referencias y herederos ocasionales. Los espectros de su influencia se perciben no sólo en la música, sino también en diversos ámbitos de la cultura que incluso parecerían alejados de la sombra que cobijan los acordes de la música popular. Desde el cine hasta las ciencias del espacio pasando incluso por aspectos socioculturales, Robert Jones, enfundado en cualquiera de sus múltiples alter egos, brindó riquísimas ideas que prevalecen y seguirán vigentes con toda certeza al paso de los años. El siglo XXI arrancó a tambor batiente, ciencia y tecnología terminaron por fundirse en un solo ente. Los viajes espaciales habían dejado de parecernos cosa de otro mundo. El hombre contemporáneo entiende y asimila el desarrollo tecnócratico como elemento intrínseco de su día a día.
El mismo Bowie se siente difuso ante la vorágine informática que devora generaciones incapaces de seguir el ritmo al flujo mediático. Muchas de las tecnologías que se abren camino en la industria cultural habían sido advertidas por el genio de Jones años, incluso décadas antes. El mercado de lo intangible, la cultura pasó a ser un producto no material que fluye como si de agua en una tubería se tratase. Al tiempo que su producción artística se vuelve cada vez más espaciada entre sí, desde el cine aparecerá quizás el tributo más grande que alguien pudo rendirle a su pasión por el cosmos. En 2008 pareciera que todo está dicho, que nadie puede adjudicarse el mérito de encontrar el hilo negro en absolutamente nada. Muy probablemente así sea, aunque en medio de una cantidad exorbitante de propuestas cinematográficas capaz de superar al más docto de los críticos aparecerá casi de manera imperceptible una obra destinada a renovar los aires de la nueva ciencia ficción.
Moon, escrita y dirigida por Duncan Jones, hijo de la leyenda inglesa, se convertirá poco a poco en una obra de culto entre la élite más exigente del séptimo arte. Una trama compleja, a la que bien valdría el dedicar un artículo entero para su análisis, su estilo visual y sobretodo su respeto a los cánones del género, hacen de esta cinta una obra trascendental en el cine del siglo XXI. En la película se pueden encontrar diversos elementos que evocan a 2001: A Space Odyssey y con ello, al menos de manera indirecta, referencias claras al legado de su padre. De alguna manera podríamos saldar en el hecho de que la obsesión que David Bowie mostró a lo largo de su carrera por el espacio y sus bemoles se vieron concretizadas por el extraordinario montaje de su hijo en Moon. El ciclo parece cerrarse, de Kubrick a Bowie y de Bowie a Moon la triangulación de ideas que confluyeron en una misma pasión cuyo rango de tiempo alcanzó exactamente los cuarenta años se vislumbra por fin concluida. Aunque ante la capacidad creativa de semejantes personajes la última palabra jamás estará dicha. ®
* En el año 2015 Chris Hadfield, astronauta de la Estación Espacial Internacional grabó oficialmente el primer video musical desde el espacio, la canción que interpretó fue “Space Oddity”. Al cabo de un año, tiempo que duró el permiso emitido por el propio Bowie, el video se había convertido en un fenómeno global a través de las redes sociales. Paradójicamente el permiso expiró apenas tres días después de la muerte del artista. Merecido homenaje final al hombre que visitó las estrellas sin abandonar el planeta Tierra.
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