Y esta semana vamos a tener mucho del Yes pos setentas gracias a los aportes invalorables de Horacio Manrique. Y más allá de que si nos gusta o no (yo dejaré mi opinión de lado) esta versión tuvo sus detractores y sus seguidores por igual, pero será algo que dejaremos de lado porque si de algo sirvió, al menos para los habitantes del suelo argentino que gustan del buen rock, fue para que haya sido la primer banda internacional de primer nivel que pisó suelo argentino ofreciendo un recital de lujo, la primera banda que dejó todo en un escenario en suelo argentino. Así comenzamos la semana con un clásico, y los clásicos no se discuten, o al menos no abiertamente. Pero a nosotros nos importa un carajo lo que es políticamente correcto así que si queremos poner en tela de juicio un controvertido clásico como este lo hacemos. Y se lanza una semana más en el blog cabeza!
Artista: Yes
Álbum: 90125
Año: 1983 - 2009
Género: Pop rock sinfónico
Referencia: Discogs
Nacionalidad: Inglaterra
Yo creo que el máximo problema que ha tenido esta encarnación de Yes (tan ninguneada por muchos), fue el propio Yes. Al menos es lo que me sucede a mí en particular.
Resulta que si agarrás a cualquier banda nueva, la ponés a grabar un disco y sale "90125", será furor de per se, y pondremos a dicha banda en lo alto del pedestal. Pero si ese mismo álbum lo hace la banda que dejó sus hitos tan pero tan altos, como en los casos de un "Fragile", de un "Close...", de un "Relayer", y... la verdad que no les llega ni a los talones y cualquier seguidor se verá defraudado. Pero no es que el disco sea malo, al contrario, es que uno espera mucho más de una agrupación que ha hecho semejantes obras musicales que han quedado en el bastión de la música universal.
Pero como dije, no me voy a dedicar tanto al disco en sí, sino a su contexto. Por eso copio algunas reseñas y luego voy a lo que me interesa en el final.
Hacia diciembre de 1980, luego de completar la gira por los Estados Unidos y el Reino Unido presentando el disco Drama, Yes pronto se desintegró, con los diferentes integrantes embarcando distintos caminos. Casi dos años después, el destino le dio una nueva oportunidad al grupo y primero bajo el nombre de Cinema, Chris Squire, Alan White, Tony Kaye, Jon Anderson y ahora con la incorporación de Trevor Rabin, Yes resurgía para reinventarse y encarar una nueva etapa.
90125, el onceavo disco del grupo, fue el resultado de aquella reunión y significó una nueva concepción musical para la banda. Con una clara orientación hacia el pop más comercial, este material encontró muy buena recepción entre el público y sirvió también para que muchos jóvenes descubrieran al grupo. “Owner of a Lonely Heart” se convirtió en un éxito rotundo, mientras que “Changes” marca un punto quiebre con el uso de los sintetizadores.
La segunda parte del disco abre con la instrumental “Cinema” y continúa con “Leave It”, otro tema bastante popular. “Our Song” sea tal vez el punto más flojo y en el final encontramos “City of Love” y “Hearts”.
El alejamiento de las raíces de Yes pudo haber causado el enfado de los fanáticos de la primera hora del grupo, sin embargo, es innegable la adaptación de la formación a los tiempos musicales que corrían durante los primeros años de los ochenta, y que le permitió expandir sus mercados a través de un respetable material como fue 90125.
Eso sí, no me pidan que haga ninguna referencia al bodrio de "Owner Of A Lonely Heart", ni video ni nada. Lo que más me disgusta de este disco es dicho tema...
Podría ser posible un buen YES sin Howe ni Wakeman?
Si… definitivamente. A fines de 1980, Jon Anderson y Rick Wakeman deciden salirse de la banda. Desde 1968 venían forzando la marcha para mantener unida la banda, pero el desgaste era evidente. Rick Wakeman ya se había salido bastante para el desarrollo de su carrera como solista, pero Jon Anderson había sido un bastión inamovible hasta ese momento. Ahora transformado en un trío, Yes contaba en su line-up con Chris Squire, Steve Howe y Alan White. Sin embargo, esto no alcanzaba para ocupar todo el espectro sinfónico que los caracterizaba. Propuestos por su productor, Jon y Rick son reemplazados por los ex-The Buggles: Trevor Horn y Geoffrey Downes. Hacen giras y graban, pero los resultados no fueron buenos. La banda se desbanda. Howe se retira y sólo quedan Chris Squire y Alan White del “original” Yes, mientras los Buggles también salen del grupo.
En 1982, Chris invita a Jon Anderson a la grabación de algunos temas. El reencuentro los entusiasma y deciden relanzar Yes. Para reemplazar a Howe convocan a Trevor Rabin, un excelente guitarrista sudafricano. A su vez, vuelve el primer tecladista de Yes (quien formó la banda originalmente antes de Wakeman en 1968), Tony Kaye.
Así es que en 1983, editan 90125. Un álbum con reediciones, inclusiones de viejos singles y temas nuevos, donde Yes vuelve a sonar de maravillas.
En 2004, el excelente sello Rhino, reedita la cinta original, remasterizándola, y agregando algunos bonus tracks que en sí solos ya valen la pena el disco. La edición del ´83 era de 9 temas y esta es de 15.
The Sacred Monster
Y ahora vamos a lo que me interesa. Aquí un video con uno de los recitales en Argentina. Y como nota de color, en la foto del video lo vemos a Rabin, a White, a Squire, a Anderson, y... jeje...
A continuación, una crónica rimbombante de Carlos Polimeni, artículo publicado el 03/02/1985 en el diario Clarín, rescatado por un fan (entre corchetes algunas observaciones sobre la nota original de Polimeni)
YES, entre la cordura y el delirio
El debut del grupo de rock internacional más importante que haya llegado hasta la Argentina, YES, resultó un espectáculo tecnológico-musical de antología, seguido fervorosamente y sin incidentes, por un público ávido de sensaciones estéticas de vanguardia. Un eficiente operativo de control -había amenazas de bombas en el estadio- enmarcó la actuación del quinteto, que proseguirá su gira por el país con sendas actuaciones en Cordoba y Mar del Plata, completando así una experiencia sudamericana que comenzó en Rio de Janeiro y Punta del Este.
Apabullante por su perfección tecnológica, arrasadora por su nivel cualitativo, la actuación del quinteto británico YES será recordada aquí por mucho tiempo como una de las más sólidas evidencias de los infinitos a que se acerca la música contemporánea electrónica de este siglo de los pasos gigantescos y las bombas nucleares [¿qué comiste, Polimeni?].
YES, una máquina de tocar y tocar, se irguió una vez más como artífice del espectáculo artístico total: el del canto y la poesía, la cordura y el delirio, las luces y el teatro, los hombres y la ciencia. Despegarlo del contexto de la era atómica, de la inminencia del siglo XXI sería reducirlo, entenderlo sólo en parte [¿qué tomaste, Polimeni?].
El concierto en el estadio de Velez Sarsfield -15 mil personas pidiendo energía, el cielo estrellado de verano, 150 toneladas de energía al servicio del espectáculo- fue claramente la apoteosis de un estilo, el rock sinfónico, nacido al comenzar la década pasada pero con una palpable proyección hacia horizontes aún inciertos.
Una inagen: Tony Kaye ha comenzado su solo de teclados, y cuando su sutileza grave empieza a convertirse en la tocata en Fa de Juan Sebastián Bach, una “campana” de rayos láser lo enmarca de verde, y un humo denso, grávido, empieza a envolverlo, formando una imagen onírica, diabólica, irreal, que encerrará a la multitud en un solo ronquido de incredulidad.
Eso es YES: Bach y el rayo láser, la técnica virtuosa del guitarrista sudafricano Trevor Rabin -la estrella del concierto- y su furioso punteo rocanrolero, la voz sugerente de Jon Anderson y su aire de gnomo fantasioso, el talento escénico de Chris Squire y su imagen de ogro danzarín, el festival dionisíaco [?] de Alan White desde la batería.
Pero además es indefinible, un nudo de sensaciones, un espectro errante por campos desconocidos. YES es Squire bailando freneticamente sobre sí mismo, abrazado a su bajo eléctrico inalambrico hasta hacer el rictus de un perfecto suicidio escénico mientras reitera con obsesión una nota, pero también Anderson abriendo los brazos con ternura de un niño para mirar al cielo, en éxtasis, y susurrar que “la música es magia”.
YES no es inglés, siendo en ciertas armonías tan inglés. YES es un patrimonio de la cultura de esta época, una ejemplificación clara de que los límites no existen para la ciencia. YES es un fabuloso conjunto de cinco solistas de vanguardia, empeñados en hacer una música que siempre explora y sólo a veces -casi siempre por exigencia del público- accede a la tentación de lo facilmente digerible.
Se encontró en el estadio de Vélez con un público adicto, que pese a los consabidos 35 minutos de demora en el inicio del espectáculo, le tributó la cálida recepción de miles de encendedores prendidos en la tribuna, uno de los códigos rockeros argentinos, como el “canto de Woodstock”.
De ahí en más fueron 135 minutos de pasión de cinco hombres por sus instrumentos, de catarsis multitudinaria al compás de una de las mejores músicas que ha escuchado el público joven del siglo XX. El órgano casi religioso de Kaye se entremezcló con la batería electrónica de White y después de que dos rayos láser brotaron del escenario buscando el infinito, estalló cinema en el fraseo de Anderson, ese Prometeo electrizado.
Jugando con todas las posibilidades de una batería de recursos tecnológicos nunca vista en la Argentina, YES eslabonó luego un total de 18 temas, de los viejos y los nuevos. Mostró, por ejemplo en Leave It, que Squire, Rabin y Kaye pueden ser un coro de ángeles detrás de la voz inconfundible de Anderson y que White pasará a la historia como uno de los bateristas más persuasivos y dúctiles de la historia del rock internacional.
Desparramada por el césped del campo de juego, apiñada en las tribunas, la multitud ya ha sido impactada por la música que llueve desde el escenario. YES se toma ahora un descanso y mientras el bajo puntea la melodía, un mar surge de los teclados. Pero empieza otra vez el crescendo, y en la garganta de Anderson brilla Hearts, mientras se dibujan corazones de láser en el cartel electrónico del estadio.
El progreso del quinteto hacia los vértices del éxtasis es implacable: acabó de acribillar al público con una guitarra de escalas impecables, aceleradas hasta el frenesí y atacó ahora con All Good People, con Anderson gritando su convicción de que en este mundo “cada uno se satisface a su modo” y que al fin y al cabo tal vez ése no sea el problema final [¡qué filosofía de cuarta!].
Vienen ahora los primeros solos, y Kaye -con uno de sus teclados iluminado de verde- está parado sólo en la oscuridad, con un spot rosado sugiriendo su figura. Saca del alma un sonido como de manantial, lo profundiza, lo torna grave, lo lleva hacia Bach, lo trae hacia un desgarrón, y se pierde después entre el humo y su campana de láser, como un ser de otra galaxia.
El público apenas si tiene tiempo de estremecerse: con la guitarra acústica ha surgido, sentado en la oscuridad, Rabin, con sus 29 años y sus manejos del mundo clásico, para alocarse los dedos primero en un rasguido torturado y juguetear después sobre aires españoles. Showman también, correrá sobre el escenario vacío, bajará hacia el contacto con la platea para ofrendar su digitación y se irá finalmente hacia el camino del rock universal.
Changes, And You And I y Soon, tres temas históricos del grupo, preludiaron al éxito comercial actual Owner Of A Lonely Heart, con una concurrencia de amarras soltadas, de sentimientos rebosantes. Dueña de la situación, al cabo destinataria de todo esfuerzo, pero respetando por respetada.
Kaye demostró que es un tecladista menos excitante y efectista que Rick Wakeman, su antecesor, pero más solidificante para el grupo, y a continuación vino el show personal de Squire, pulsando primero melodías sencillas con su bajo -solo el baterista White quedaba sobre en escena- para hacer luego un monólogo músico-corporal que concluyó con esa especie de “canto del cisne” que fue la situación de su propia muerte tocando.
Enronquecida, la guitarra de Rabin sonaba cercana a la perfección, cuando con Starship Trooper y Roundabout empezó el final de un espectáculo en que la terrible poesía del delirio cruzó camino siempre con el acento terreno de la mejor música universal. Squire cae como un muñeco desarticulado, Anderson flota sobre el escenario, Kaye y Rabin son rituales para persegurise en dos riffs enloquecedores, y cuando White destroza sus palillos sobre un redoblante, ha terminado el rock and roll puro del final y la multitud ya no puede más, pese a que quiere…
YES propuso sangre sudor y lágrimas y la mejor música de hoy. Urdió un final fuertísimo, con los instrumentos sonando a muerte, los rayos láser cruzando como espadas el escenario, y un arsenal de spots y seguidores girando y haciendo de mil colores al humo denso que todo lo invadía. Sus integrantes bajaron como caminando sobre la ovación. Habían tocado parte de la mejor música del mundo, la que hermana sensaciones más allá de las barreras y las trampas que tiene el poder para dividir.
Carlos Polimeni
Lista de Temas:
01 – Owner Of A Lonely Heart
02 – Hold On
03 – It Can Happen
04 – Changes
05 – Cinema
06 – Leave It
07 – Our Song
08 – City Of Love
09 – Hearts
10 – Leave It (Single Remix)
11 – Make It Easy (Bonus Track)
12 – It Can Happen (Cinema Version)
13 – It’s Over (Previously Unissued)
14 – Owner Of A Lonely Heart (Previously Unissued Extended Remix)
15 – Leave It (A Capella Version)
Alineación:
- Jon Anderson / Voces
- Tony Kaye / Teclados
- Trevor Rabin / Guitarras y Coros
- Chris Squire / Bajo y coros
- Alan White / Percusión y Coros
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