La nueva fórmula de dominación es «sé feliz». La positividad de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor. Como capital emocional positivo, la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida capacidad de rendimiento. La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.
(...) El dispositivo neoliberal de felicidad nos distrae de la situación de dominio establecida obligándonos a una introspección anímica. Se encarga de que cada uno se ocupe solo de sí mismo, de su propia psicología, en lugar de cuestionar críticamente la situación social. El sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se convierte en un asunto psicológico. Lo que hay que mejorar no son las situaciones sociales, sino los estados anímicos. La exigencia de optimizar el alma, que en realidad la obliga a ajustarse a las relaciones de poder establecidas, oculta las injusticias sociales. Así es como la psicología positiva consuma el final de la revolución.
Los que salen al escenario ya no son los revolucionarios, sino unos entrenadores motivacionales que se encargan de que no aflore el descontento, y mucho menos el enojo: «En vísperas de la crisis económica mundial de los años veinte, con sus extremas contradicciones sociales, había muchos representantes de trabajadores y activistas radicales que denunciaban los excesos de los ricos y la miseria de los pobres. Frente a eso, en el siglo XXI una camada muy distinta y mucho más numerosa de ideólogos propagaba lo contrario: que en nuestra sociedad profundamente desigual todo estaría en orden y que a todo aquel que se esforzara le iría muchísimo mejor. Los motivadores y otros representantes del pensamiento positivo traían una buena nueva para las personas que, a causa de las permanentes convulsiones del mercado laboral, se hallaban al borde de la ruina económica: dad la bienvenida a todo cambio, por mucho que asuste, vedlo como una oportunidad».
(...) El dispositivo de felicidad aísla a los hombres y conduce a una despolitización de la sociedad y a una pérdida de la solidaridad. Cada uno debe preocuparse por sí mismo de su propia felicidad. La felicidad pasa a ser un asunto privado. También el sufrimiento se interpreta como resultado del propio fracaso. Por eso, en lugar de revolución lo que hay es depresión. Mientras nos esforzamos en vano por curar la propia alma perdemos de vista las situaciones colectivas que causan los desajustes sociales. Cuando nos sentimos afligidos por la angustia y la inseguridad no responsabilizamos a la sociedad, sino a nosotros mismos. Pero el fermento de la revolución es el dolor sentido en común. El dispositivo neoliberal de felicidad lo ataja de raíz. La sociedad paliativa despolitiza el dolor sometiéndolo a tratamiento medicinal y privatizándolo. De este modo se reprime y se desbanca la dimensión social del dolor. Los dolores crónicos que podrían interpretarse como síntomas patológicos de la sociedad del cansancio no lanzan ninguna protesta. En la sociedad neoliberal del rendimiento el cansancio es apolítico en la medida en que representa un cansancio del yo. Es un síntoma del sujeto narcisista del rendimiento que se ha quedado desfondado. En lugar de hacer que las personas se asocien en un nosotros, las aísla. Hay que diferenciarlo de aquel cansancio colectivo que configura y cohesiona una comunidad. El cansancio del yo es la mejor profilaxis contra la revolución.
Byung-Chul Han: La nueva fórmula de dominación es «sé feliz»
Pensemos en el ejemplo de un escritor que ha obtenido un importante galardón literario. Puede decirse que la obtención del premio es un mérito exclusivo suyo, el producto de su esfuerzo y de sus destrezas.
Pero el asunto no es tan simple. El talento tiene un primer cimiento en los genes, producto de una herencia que no se debe a ningún merecimiento de nuestro escritor. Luego, sus potenciales capacidades se han desarrollado en un entorno.
Por tanto, su talento es el resultado de la interacción entre sus genes y el proceso de experiencias que tuvo la oportunidad de vivir: el ambiente familiar, el entorno escolar, las lecturas a las que tuvo acceso, las conversaciones que escuchó, así como los apoyos económicos, emocionales e intelectuales que recibió.
Y por supuesto, aún habiendo contado de manera favorable con todos los factores señalados, nuestro escritor galardonado ha necesitado de otros factores que han proyectado su carrera y que tampoco son un mérito personal: escribir en un lugar donde ha existido una cultura editorial, vivir en una ciudad donde han habitado muchos lectores, la existencia de una atmósfera cultural propicia para su estilo y contenido, entre otras condicionantes.
Así que la idea de percibir nuestros logros como hazañas personales puede ser satisfactoria, pero no es realista. Al mismo tiempo, oculta una concepción maniqueísta de la vida que divide a los seres humanos en ganadores y perdedores mientras disfraza los mecanismos sociales que generan las desigualdades humanas.
Excelente.
ResponderEliminaral fin, había que decirlo. Gracias.
ResponderEliminares asi nomás, pero los hijos de papá rico (la nieta de la legrand, el hijo de cannigia, la hija de tinelli, el hijo de Leucovicz, el hijo de Franco Macri, los hijos de Montaner, etc) aman esta mentira. Y les hacen creer a los "genios" que votaron nada menos que a De La Rua que la verdad es esa y la "teoría del derrame".
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