Otra Marcha Nacional Contra el Gatillo Fácil, la 7ma, lxs hizo presente. Nos miraban a los ojos, fijo y con dulzura desde remeras, banderas, fotos, afiches. Todxs estaban ahí, en avenida de mayo, y eran muchxs. Demasiadxs. Un desborde de injusticia sistematizada, una maquinaria que garantiza una y otra y otra muerte evitable. EVITABLE. Una cada 20 horas. Año tras año, asesinato tras asesinato, causa tras causa se repiten descaradamente las mismas formas: torturas, balazos a mansalva, a los ojos, por la espalda y en la nuca, causas armadas y cajoneadas, pruebas adulteradas, cuerpos desaparecidos, casos archivados, fiscales, abogadxs al servicio de la yuta asesina.
Una vez más familiares de víctimas del brutal accionar policial reclamaron por justicia para sus familiares. La marcha se realizo desde el Congreso hasta Plaza de Mayo, en la Ciudad de Buenos Aires.
Una de las impulsoras de la marcha para visibilizar la problemática del gatillo fácil en Argentina es Nancy Sosa, madre de Ismael Sosa. Ismael fue asesinado por la policía cordobeza en 2015, cuando tenía 24 años, luego de concurrir al recital que La Renga dio en Villa Rumipal.
El hecho recuerda al de similares características ocurrido en los noventas, donde agentes de la Policía Federal Argentina dieron muerte a Walter Bulacio. El caso Bulacio se convirtió en un caso emblemático por la brutalidad policial, llegando hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Sin embargo, aun hoy los denunciantes sufren la desidia y la falta de respuesta del poder judicial, y exigen que el Estado garantice los derechos de la ciudadanía frente al poder del aparato represivo estatal.
Para Nancy Sosa «los gobiernos se burlan de nosotros, se burlan de nuestros derechos, se burlan de nuestra justicia».
Una, otra y otra familia destruida. Miles de novixs y amigxs destrozadxs por el dolor, por la bronca, por la impotencia ante estos asesinatos sistemáticos.
El Estado gestiona las muertes, administra justicia que ampara y absuelve asesinos, que arruina vidas que aún creen en ella.
Jóvenes, muy jóvenes, insoportablemente jóvenes, acribilladxs, apaleados hasta morir. Y los yuta, los gendarmes libres y en sus funciones y protegidos por políticos y leyes, por jurados y periodistas.
Y las familias y amigxs, resistiendo llenxs de bronca, llenxs de impotencia, llenxs de dolor, con una dignidad admirable.
Madres, padres, hermanxs, novixs desgarradxs que siguen en pie y se levantan sacando fuerzas de donde pueden para que esto se termine. Necesitan ver a los asesinos en la cárcel, necesitan llegar a ese momento de mirarlos fijamente a los ojos hasta hacerles sentir que nunca más van a volver a vivir tranquilxs.
Lxs que ya nos caímos de este circo democrático, lxs que ya no creemos en dioses, jueces ni presidentes, lxs que ya no levantamos banderas partidarias, lloramos con indignación cada palabra que relatan lxs familiares, apretamos los dientes de bronca ante cada una de estas muertes, acompañamos y abrazamos a las familias y amigxs y esperamos fervorosamente ese día en que colectivamente nos decidamos a demostrar lo que sentimos con más acciones que palabras. Ese día en que los partidos dejen de usar el dolor de las familias y amigxs como campaña electoral, ese día en que el verbo aparateo deje de hacerse presente, ese día en que las movidas colectivas dejen de fraccionarse, y no por que nos interese hacer un elogio a la unidad, también descreemos de ella. Para elegir elogios, elegimos el de la tierra, que sabe de venganzas; el del agua y el aire, que saben de tempestades y el del fuego que, esperamos, se encienda alguna vez, no sobre montes y bosques, sino sobre patrulleros, comisarías, canales de televisión, juzgados, el palacio de tribunales, el congreso, y se esparza vorazmente y arrase también la catedral y la casa de gobierno.
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