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Keith Jarrett en su Cárcel de Silencio

Durante la edición de 1966 del Festival de Jazz de Antibes, Francia, en la presentación del cuarteto de Charles Lloyd, el mundo descubrió un exótico pianista que se paraba, bailaba, canturreaba, gemía, atacaba furibundamente las teclas, y transmitía una vitalidad inusual: Keith Jarrett. Nació en Allentown, Pensilvania, en 1945; empezó a estudiar piano a los tres años, debutó profesionalmente a los siete, edad en la que estudiaba, además de piano, batería, saxofón soprano, y vibráfono. De adolescente estudió en Berklee College of Music, y después se trasladó a Nueva York, donde inició un largo y gozoso camino. Antes de ingresar al grupo de Lloyd, había colaborado con Roland Kirk y Tony Scott, y había formado parte de los Jazz Messengers, de Art Blakey. En 1967 encontró la entrada a la discografía personal entre los letreros de salida; ahí estaba la vida. Con la colaboración de Charlie Haden y Paul Motian, grabó su álbum inaugural: "Life Between the Exit Signs".

"La música es una cosa asombrosa. No existe como objeto fijo. Se mueve en tiempo real y puede ser edificante tanto para el intérprete como el oyente.”

Keith Jarrett

Por Luis Barria

A principios de los setenta pasó brevemente por el grupo de Miles Davis; fue la única vez que utilizó teclados eléctricos, pues es un convencido absoluto del sonido acústico y directo. “Veo la música eléctrica como algo extremadamente peligroso”, declaró a la revista Jazz Hot, en 1976.
Más adelante formó sendos cuartetos: el Americano, en el que recuperó el trío formado con Haden y Motian, y le sumó al saxofonista Dewey Redman; y el Europeo, con Jan Garbarek, Palle Danielsson y Jon Christensen; en esa agrupación nació la bellísima pieza My Song, contenida en el álbum homónimo, de 1978.
En 1971 inició una etapa de soliloquios; tras grabar su primer disco al piano solo, Facing You, se dedicó a recorrer el mundo para sentarse frente a un piano e improvisar ininterrumpidamente durante, al menos, una hora. The Köln Concert es el resultado más notable de esta etapa, se trata del disco interpretado por un solista, más vendido, y uno de los de mayor éxito comercial en toda la historia discográfica.

En 1983 configuró el trío que ha sido, hasta la fecha, el grupo de su vida: el Standards Trio. Borges afirmaba que es más importante releer que leer; Jarrett, en complicidad con Gary Peacock y Jack DeJohnette, ha reinventado innumerables veces el repertorio más socorrido y, por la magia del jazz, en cada presentación esas piezas brotan de las seis manos que participan del ritual, como si acabaran de nacer.


Si se ve la imagen de Keith Jarrett tocando el piano, y se descontextualiza, bien pudiera confundirse con el más vehemente ejercicio de su sexualidad; gime, se contonea, grita, gesticula, y parece llegar a niveles orgásmicos. Acaso eso haga con su piano y con su música, acaso vuele hasta la cúspide del éxtasis.

Ese Keith Jarrett nervioso, hiperactivo, que parecía infatigable, en 1997 contrajo una extraña enfermedad: el síndrome de la fatiga crónica. La página Teens Health, lo explica así:
“El síndrome de fatiga crónica es una afección muy difícil de diagnosticar —y que no se acaba de entender por completo. A pesar de tratarse de un problema físico, también tiene componentes psicológicos. Esto significa que una persona con síndrome de fatiga crónica puede presentar síntomas físicos, como dolor de cabeza o de articulaciones. Pero la misma persona puede presentar también síntomas emocionales, como pérdida de interés en sus actividades favoritas.
… los síntomas del síndrome de fatiga crónica a menudo se parecen mucho a los de otras enfermedades, como la mononucleosis, la enfermedad de Lyme o la depresión. Y, por si fuera poco, los síntomas de este síndrome pueden variar a lo largo del tiempo incluso en un mismo individuo.”
Y ese infatigable, un día se fatigó; pero no sólo eso, perdió todo interés por el gran amor de su vida: la música. Y no sólo eso, estuvo un año postrado, con terribles dolores en las articulaciones que le impedían, incluso, tomar un libro para entretener el ocio al que había sido condenado. Entonces sobrevino un año sabático de silencio obligatorio.

En su casa había un granero que transformó en estudio de grabación. Cuando los síntomas fueron amainando, se trasladó hasta ahí para darle a su mujer el único regalo de navidad que le era permitido en esas circunstancias: la voz de su piano. Y esa noche del invierno de 1988, el instrumento fue acariciado por unas manos cancinas, muy distintas a las de dedos nerviosos a que las teclas estaban acostumbradas. Con los pocos bríos disponibles y bajo la nimia luz que sus ojos toleraban, fue abordando temas de Gershwin, de Ellington, de Jerome Kern, y algunos otros. El resultado fue una colección de diez standards directos, sin florituras, sin intrincadas improvisaciones, sin laberintos, interpretados por unas yemas apenas susurrantes, pero cargadas de emoción.
Así nació un disco anómalo en la obra del gran improvisador, que en 1999 fue publicado por ECM con el título The Melody at Night, With You, y la dedicatoria: “For Rose Anne, who heard the music, then gave it back to me.”

(A ese pasaje alude el Jazzbecedario del 19 de junio)
Paulatinamente el chisguete volvió a ser chorro de voz, y Keith Jarrett inició el siglo XXI, de regreso con su trío, con el álbum Whisper Not; después han seguido varios más.

En el año 2007 se realizaba un reportaje sobre Charlie Haden y lo convocaron para que diera su testimonio sobre el bajista que lo acompañó en su primera grabación, treinta años atrás. Tras la entrevista lo invitó a su casa junto con su esposa, sin mayor pretensión que revivir aquellos remotos días. Tenían todo ese tiempo sin tocar juntos; Jarrett tomó su American Steinway, del que dice que no está en el mejor estado, pero con el que tiene una extraña conexión, y en esa íntima velada familiar sucedió el milagroen dos entregas: "Jasmin" y "Last Dance".
‘‘Charlie Haden y yo estamos condenados a perseguir la belleza de por vida”, dijo Keith Jarrett al referirse a esa sesión; juntos la alcanzaron y, con ella, heredaron al mundo algunos de esos silencios, de esos susurros sin los cuales la música sería apenas una aproximación a su propia esencia.

Luis Barria



 
 
 
 

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Ideario del arte y política cabezona

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"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.