Hace unos días, exactamente el 24 de junio, se cumplió un nuevo aniversario de su trágica muerte en Medellín, Colombia. A muchas/os ese recuerdo nos transporta a la infancia, sobre todo, a quienes somos hijos de tangueros/as o, simplemente, por una cuestión de edad. Por aquellos años de nuestra niñez, en los medios se evocaba esa fecha, se lo escuchaba a Carlitos, lo veíamos sonreír desde las calcomanías de los bondis, se daban sus películas en los cines, diarios y revistas traían notas alusivas, es decir, era casi imposible no caer en la cuenta de semejante evento popular y cultural. Uno tiene muchas de sus canciones e interpretaciones en la cabeza, así que, hoy, voy a recordar una de sus páginas más gloriosas y versionada por tanta gente. Me voy a referir al tangazo Anclao en París, con autoría de Cadícamo y Barbieri, que fue grabado por Carlos Gardel, en París, el 28 de mayo de 1931, con acompañamiento de guitarras.
Por Jorge Garacotche
Enrique Cadícamo -histórico poeta- escribió la letra en Barcelona, en un cuarto del Hotel Oriente de la Rambla. La historia cuenta que, en un ataque de inspiración, Enrique la concluyó en menos de tres horas y que fue un pedido de Gardel, quien estaba atravesando un período de nostalgia que lo tenía a maltraer.
Cadícamo era oriundo de Luján, Provincia de Buenos Aires. Nacido un 15 de julio de 1900. La notable música fue producto de uno de los aliados de Carlitos, su guitarrista Guillermo Barbieri, nacido en el porteño barrio de San Cristóbal, un 25 de septiembre de 1894 y que falleciera en aquel accidente en Medellín.
Cadícamo es uno de los más grandes poetas que dio el tango, un autor muy prolífico. Si no recuerdo mal, Gardel le grabó unos 20 tangos de su autoría, todo un premio.
En Anclao en París se aborda el asunto de la melancolía, la añoranza por una Buenos Aires que arropaba a los tangueros, el amor incondicional por el pago, las calles propias, el recuerdo de los mejores momentos de uno y su pasado glorioso o, al menos, visto así desde la lejanía. Por esos años, París era la capital del mundo, para los tangueros era La Meca de la bohemia, pero, esta vez, ese grupo de argentinos estaba en aquella ciudad hundido en la miseria, peleándola hasta contra el idioma.
“Tirao por la vida de errante bohemio, estoy, Buenos Aires, anclao en París, cubierto de males, bandeado de apremio, te evoco, desde este lejano país. Contemplo la nieve que cae blandamente, desde mi ventana, que da al bulevar, las luces rojizas, con tono muriente, parecen pupilas de extraño mirar”. De entrada, aclaro que me gusta la idea de hablar como lo hacía la gente, con esa pronunciación de la calle: “tirao”, “anclao”, algo fundamental para la cultura popular, la identificación con el lenguaje. Hermosa imagen aquella de “la nieve que cae blandamente”, el que está mirando ve que lo hace a la velocidad de la poesía. Cuando era adolescente y empezaba a tratar de escribir escuchaba estos tangos y descubría lo que significa contar a través de imágenes y no con frases literales.
El tema viene dando vueltas sobre una armonía en tonalidad mayor, luego de un potente riff de guitarra, pasa a tonalidad menor y torna todo más melancólico, truco que se utiliza mucho en el tango, pareciera que pone los brillos sobre las penas. “Lejano Buenos Aires, ¡qué lindo has de estar!, ya van para diez años que me viste zarpar, aquí, en este Montmartre, faubourg sentimental, yo siento que el recuerdo me clava su puñal”.
Aquí abrimos el glosario tanguero que traduce: “faubourg” significa algo así como suburbio, barrio bajo, “arrabal”; “Montmartre” era, por esos años, un barrio comercial con varios cafés, tiendas, por donde circulaba la bohemia parisina. Qué hermosa metáfora “el recuerdo me clava su puñal”. Y, claro, hay recuerdos y recuerdos, no todos son inocentes. En la segunda mitad vuelven a la tonalidad mayor, aparece la idea de imaginar cómo estará la Buenos Aires que abandonaron, las calles por donde las penurias parecían quedar más lejos. Un detalle que no hay que dejar escapar es la voz de Gardel cuando dice: “no sabés las ganas que tengo de verte…”, lo expresa de una manera que queda bien en claro que el personaje tiene ganas en serio de ver su ciudad, la extraña y lo padece. Escuchando esa frase queda claro que Gardel fue un intérprete exquisito, el mejor por estas tierras y unas cuantas más. Siempre, es recomendable escuchar a los cantantes tangueros para entender ese viejo truco de saber “trabajar palabra por palabra”, algo tan complejo, pero que trae excelentes resultados, cuesta mucho laburo, pero garpa. Y ya cuando cierra, antes de repetir el estribillo, deja una frase para la posteridad: “quién sabe una noche me encane la muerte y chau, Buenos Aires, no te vuelvo a ver…”. Para la cultura tanguera la cana, el botón, caer preso, el batidor, todo lo que rodea a la policía es lo peor, esa es la mayor de las condenas y los años le enseñan a uno que eso es cierto. Uno, en la vida, puede ser cualquier cosa, menos botón.
El protagonista está atrapado entre dos mundos. De un lado abatido, le tira su ciudad, la desesperación por volver, pero, está atado a la miseria en Francia y no ve una salida, la penuria de aquél que dejó su tierra buscando otro destino, pero no lo encontró y, en última instancia, parece que ya no lo podrá hacer, pero, tampoco, volverá para empezar de nuevo.
Aquí abrimos el glosario tanguero que traduce: “faubourg” significa algo así como suburbio, barrio bajo, “arrabal”; “Montmartre” era, por esos años, un barrio comercial con varios cafés, tiendas, por donde circulaba la bohemia parisina. Qué hermosa metáfora “el recuerdo me clava su puñal”. Y, claro, hay recuerdos y recuerdos, no todos son inocentes. En la segunda mitad vuelven a la tonalidad mayor, aparece la idea de imaginar cómo estará la Buenos Aires que abandonaron, las calles por donde las penurias parecían quedar más lejos. Un detalle que no hay que dejar escapar es la voz de Gardel cuando dice: “no sabés las ganas que tengo de verte…”, lo expresa de una manera que queda bien en claro que el personaje tiene ganas en serio de ver su ciudad, la extraña y lo padece. Escuchando esa frase queda claro que Gardel fue un intérprete exquisito, el mejor por estas tierras y unas cuantas más. Siempre, es recomendable escuchar a los cantantes tangueros para entender ese viejo truco de saber “trabajar palabra por palabra”, algo tan complejo, pero que trae excelentes resultados, cuesta mucho laburo, pero garpa. Y ya cuando cierra, antes de repetir el estribillo, deja una frase para la posteridad: “quién sabe una noche me encane la muerte y chau, Buenos Aires, no te vuelvo a ver…”. Para la cultura tanguera la cana, el botón, caer preso, el batidor, todo lo que rodea a la policía es lo peor, esa es la mayor de las condenas y los años le enseñan a uno que eso es cierto. Uno, en la vida, puede ser cualquier cosa, menos botón.
El protagonista está atrapado entre dos mundos. De un lado abatido, le tira su ciudad, la desesperación por volver, pero, está atado a la miseria en Francia y no ve una salida, la penuria de aquél que dejó su tierra buscando otro destino, pero no lo encontró y, en última instancia, parece que ya no lo podrá hacer, pero, tampoco, volverá para empezar de nuevo.
En la mitología tanguera, París fue, durante varias décadas, la cita de toda bohemia, la consagración del atorrante y del artista, pero, también, el derrumbe de las pocas esperanzas. Hay unos cuantos tangos que nombran a aquella ciudad. Ya está expresada en el título del tema una situación que entristece y frustra a los barcos, esos que añoran con salir al mar, pero algo miserable se los impide.
Este tango sufrió durante varios años los embates de la censura, estuvo prohibido a partir de la Dictadura Militar instalada en 1943. En una ley se prohibía el lunfardo, ¡qué locura sólo explicada en la cabeza de los milicos! Pero, además, cortaba toda expresión que aluda a la embriaguez o a “situaciones inmorales”, a criterio de los censores, profesores de la inmoralidad. Una comisión de directivos de SADAIC, en el año 1949, se entrevistó con el presidente Perón. Este reconoció que no tenía idea de la existencia de esa ley y la anuló de inmediato. Pero, las discusiones siguieron con las radios en materia de difusión. Quedó en el recuerdo que, al ser grabado Anclao en París, por Alberto Castillo, con la orquesta de Emilio Balcarce el 19 de enero de 1944, pasó a llamarse Anclado en París, la palabra “tirao” fue cambiada por “tirado”, “faubourg”, que significa “arrabal” en francés, se transformó en “rincón” y “me encane la muerte” pasó a ser “me encuentre la muerte”.
Es inolvidable, para mí, una escena en una hermosa película de Pino Solanas: El exilio de Gardel. En ella, se muestran los días duros en la vida de un puñado de argentinos/as que escaparon de la Dictadura Cívico-Militar en 1976 para salvar sus vidas y trabajar en el arte. Tienen en mente un espectáculo de tango con música y danza. Una noche, el protagonista junto a su compañera, están en una cabina telefónica y se comunican con la Argentina para saber la suerte de las/os suyas/os. En medio del humo invernal típico de las películas de Pino, aparece un viejo auto a lo lejos, con fuertes luces latinas, descienden Gardel y sus guitarristas y tocan, justamente, Anclao en París. La voz de Carlitos hace estallar la melancolía, una escena que en los cines emocionaba hasta las lágrimas. Imágenes que tienen todo lo que conduce a la posteridad.
También recuerdo a mi viejo junto a Mario, un amigo suyo que venía algunos viernes a la noche a mi casa. Cenábamos, se hablaba del trabajo desde la lupa obrera y, luego, en un viejo tocadiscos de madera, se mataban escuchando discos de Gardel. Reflexionaban sobre las letras, se deshacían en elogios sobre el modo de cantar, el fraseo tan particular y los giros melódicos de esa voz privilegiada. Yo estaba ahí captando el significado de la música y la poesía, dos mundos que hasta hoy sigo tratando de recorrer. Puede atacarme la inflación, los aumentos de los pasajes harán de las suyas, la guita me dirá, una vez más, que no le interesa estar conmigo, pero, jamás me van a llevar a desistir de viajar dentro de las canciones, dejarme caer por entre las palabras sabias de la poesía y, allí, revolcado entre sentimientos propios y ajenos, sé que voy a tener la eternidad de las/os soñadoras/es.
Este tango sufrió durante varios años los embates de la censura, estuvo prohibido a partir de la Dictadura Militar instalada en 1943. En una ley se prohibía el lunfardo, ¡qué locura sólo explicada en la cabeza de los milicos! Pero, además, cortaba toda expresión que aluda a la embriaguez o a “situaciones inmorales”, a criterio de los censores, profesores de la inmoralidad. Una comisión de directivos de SADAIC, en el año 1949, se entrevistó con el presidente Perón. Este reconoció que no tenía idea de la existencia de esa ley y la anuló de inmediato. Pero, las discusiones siguieron con las radios en materia de difusión. Quedó en el recuerdo que, al ser grabado Anclao en París, por Alberto Castillo, con la orquesta de Emilio Balcarce el 19 de enero de 1944, pasó a llamarse Anclado en París, la palabra “tirao” fue cambiada por “tirado”, “faubourg”, que significa “arrabal” en francés, se transformó en “rincón” y “me encane la muerte” pasó a ser “me encuentre la muerte”.
Es inolvidable, para mí, una escena en una hermosa película de Pino Solanas: El exilio de Gardel. En ella, se muestran los días duros en la vida de un puñado de argentinos/as que escaparon de la Dictadura Cívico-Militar en 1976 para salvar sus vidas y trabajar en el arte. Tienen en mente un espectáculo de tango con música y danza. Una noche, el protagonista junto a su compañera, están en una cabina telefónica y se comunican con la Argentina para saber la suerte de las/os suyas/os. En medio del humo invernal típico de las películas de Pino, aparece un viejo auto a lo lejos, con fuertes luces latinas, descienden Gardel y sus guitarristas y tocan, justamente, Anclao en París. La voz de Carlitos hace estallar la melancolía, una escena que en los cines emocionaba hasta las lágrimas. Imágenes que tienen todo lo que conduce a la posteridad.
También recuerdo a mi viejo junto a Mario, un amigo suyo que venía algunos viernes a la noche a mi casa. Cenábamos, se hablaba del trabajo desde la lupa obrera y, luego, en un viejo tocadiscos de madera, se mataban escuchando discos de Gardel. Reflexionaban sobre las letras, se deshacían en elogios sobre el modo de cantar, el fraseo tan particular y los giros melódicos de esa voz privilegiada. Yo estaba ahí captando el significado de la música y la poesía, dos mundos que hasta hoy sigo tratando de recorrer. Puede atacarme la inflación, los aumentos de los pasajes harán de las suyas, la guita me dirá, una vez más, que no le interesa estar conmigo, pero, jamás me van a llevar a desistir de viajar dentro de las canciones, dejarme caer por entre las palabras sabias de la poesía y, allí, revolcado entre sentimientos propios y ajenos, sé que voy a tener la eternidad de las/os soñadoras/es.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación de Músicas/os Independientes Buenos Aires).
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