Fue en París, en la madrugada, en pleno centro. Con 42 años, el ex rugbier fue asesinado a quemarropa en la puerta del hotel donde se hospedaba, luego participar de un altercado en el bar Mabillon, que queda a dos cuadras del hotel. Fue atacado por dos militantes de extrema derecha con los que había discutido y peleado en un bar cercano un rato antes. Hasta aquí, nada novedoso, un nazi matando gente. Pero la nota que paso a copiar habla de la lógica de la muerte que la comunicación hegemónica no le interesa develar.
Según las autoridades húngaras, Le Priol estaba tramitando el ingreso a Ucrania para integrarse a los grupos de ultraderecha que se suman cada semana a los batallones fascistas que enfrentan la intervención rusa. Según datos de las autoridades migratorias polacas, húngaras y eslovacas –que limitan con el oeste de Ucrania– ya han ingresado 3 mil combatientes pertenecientes a grupos blancos supremacistas provenientes del Reino Unido, Estados Unidos y diferentes países europeos.
Los medios de comunicación argentinos –guionados en forma explícita o implícita por el discurso neoliberal, funcional a los intereses extranjeros y concentrados– no se percataron de la obvia coincidencia. Nada dijeron del perfil de un cobarde asesino asociado a simpatías neonazis. Lo taparon. Lo eludieron. Lo silenciaron. Debieron actuar así para esquivar una realidad incuestionable, solapada detrás de un discurso que omite una de las tres razones centrales de la intervención militar rusa: la desnazificación.
Federico Martín Aramburu fue asesinado por un nazi. Y ese dato no es una contingencia olvidable detrás de la casuística criminológica. Los nazis aman la muerte. Se identifican con las calaveras. Imponen una lógica patriarcal que celebra la violencia. Disfrutan del poder y de la guerra. Y este nazi, además, fue a encontrarse con lo suyos. Con el Batallón Azov, con los perseguidores de gitanos (comunidad Rom) del este de Ucrania. Con los que se creen descendientes de la purificada civilización blanca que odia a los eslavos. Con los que colaboraron en el asesinato de 14 mil ruso-hablantes en el Donbas desde 2014 hasta la actualidad. Con los que prohibieron el idioma ruso como lengua oficial, después de ser utilizada en ese territorio por mil años. Le Priol ansiaba la limpieza étnica impulsada por las autoridades del gobierno de Volodímir Zelenski.
No es llamativo que los medios locales repliquen la crónica del horrendo crimen de Federico. Lo que es llamativo es que eludan vincularlo con la ideología que estructura el comportamiento de esos personajes amantes de la violencia –como Priol– que hoy se trasladan de a miles para alistarse en las tropas neonazis ucranianas para combatir a los rusos. ¿No les llama la atención esa asociatividad? ¿No les dice algo sobre qué modelo social están financiando y defendiendo?
Mientras los cómplices del neonazismo se ligan en forma creciente al ultraliberalismo que desprecia a los pobres, a los inmigrantes y a los diferentes, alguien –con memoria trágica de su Gran Guerra Patria– vuelve a pronunciar la consigna inflexible y victoriosa de antaño: “Con el fascismo no se dialoga. Al fascismo se lo combate”.
Jorge Elbaum
El ex rugbier Aramburu y la desnazificación
Por Jorge Elbaum
Según las autoridades húngaras, Le Priol estaba tramitando el ingreso a Ucrania para integrarse a los grupos de ultraderecha que se suman cada semana a los batallones fascistas que enfrentan la intervención rusa. Según datos de las autoridades migratorias polacas, húngaras y eslovacas –que limitan con el oeste de Ucrania– ya han ingresado 3 mil combatientes pertenecientes a grupos blancos supremacistas provenientes del Reino Unido, Estados Unidos y diferentes países europeos.
Los medios de comunicación argentinos –guionados en forma explícita o implícita por el discurso neoliberal, funcional a los intereses extranjeros y concentrados– no se percataron de la obvia coincidencia. Nada dijeron del perfil de un cobarde asesino asociado a simpatías neonazis. Lo taparon. Lo eludieron. Lo silenciaron. Debieron actuar así para esquivar una realidad incuestionable, solapada detrás de un discurso que omite una de las tres razones centrales de la intervención militar rusa: la desnazificación.
Federico Martín Aramburu fue asesinado por un nazi. Y ese dato no es una contingencia olvidable detrás de la casuística criminológica. Los nazis aman la muerte. Se identifican con las calaveras. Imponen una lógica patriarcal que celebra la violencia. Disfrutan del poder y de la guerra. Y este nazi, además, fue a encontrarse con lo suyos. Con el Batallón Azov, con los perseguidores de gitanos (comunidad Rom) del este de Ucrania. Con los que se creen descendientes de la purificada civilización blanca que odia a los eslavos. Con los que colaboraron en el asesinato de 14 mil ruso-hablantes en el Donbas desde 2014 hasta la actualidad. Con los que prohibieron el idioma ruso como lengua oficial, después de ser utilizada en ese territorio por mil años. Le Priol ansiaba la limpieza étnica impulsada por las autoridades del gobierno de Volodímir Zelenski.
No es llamativo que los medios locales repliquen la crónica del horrendo crimen de Federico. Lo que es llamativo es que eludan vincularlo con la ideología que estructura el comportamiento de esos personajes amantes de la violencia –como Priol– que hoy se trasladan de a miles para alistarse en las tropas neonazis ucranianas para combatir a los rusos. ¿No les llama la atención esa asociatividad? ¿No les dice algo sobre qué modelo social están financiando y defendiendo?
Mientras los cómplices del neonazismo se ligan en forma creciente al ultraliberalismo que desprecia a los pobres, a los inmigrantes y a los diferentes, alguien –con memoria trágica de su Gran Guerra Patria– vuelve a pronunciar la consigna inflexible y victoriosa de antaño: “Con el fascismo no se dialoga. Al fascismo se lo combate”.
Jorge Elbaum
Hasta ahí, la nota sobre Federico Martín Aramburu, y más abajo, alguna joyita de la CNN dando un paso más al frente en esta guerra de las fake news: la CNN hace pasar un incendio en Edmonton por el ataque ruso contra la ciudad de Lvov
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