Desde luego que una respuesta definitiva a la cuestión de si la música para el consumo es o no válida sólo puede lograrse en el plano ideológico, y por lo tanto es una cuestión más o menos dogmática y dependiente fuertemente de las posiciones individuales. Pero no podemos dejar de considerar la magia que realmente estamos consumiento (y disfrutando) como para poder pensarla como sólo un mero espectáculo, una diversión, un pasatiempo pasajero que se reemplazara efímeramente. Viendo el siguiente video ¿pueden realmente concebir esa idea con respecto a las ondas sonoras que generan nuestra música?
En resumen, esa música para el consumo es el nexo que asegura la simbiosis entre la industria electrónica y la del espectáculo. El precio lo paga la sociedad que se deja seducir para su consumo irreflexivo.
Obvio que no toda la música tiene este objetivo, por suerte podemos hablar de la música que persigue específicamente fines estéticos y artísticos. Ejemplos de ello son la música clásica o erudita, muchas músicas folclóricas, el tango o el jazz, y por supuesto los distintos tipos de rock progresivo. Es en general música más elaborada, cuya asimilación completa no suele ser casual sino el resultado de una escucha activa, reflexiva, a menudo reiterada en el tiempo. Es música destinada a perdurar, y aún trascender, y no a su mero consumo que termina en su agotamiento. Son verdaderas arquitecturas sonoras, testimonio de posturas estéticas correspondientes a la época en que se gestan u homenajes a la tradición.
Pero es interesante destacar que aún la exposición casual a estas músicas puede favorecer ciertos procesos intelectuales. Esto se ha puesto de manifiesto en experimentos en los cuales se ponía música de Mozart a bajo volumen como fondo sonoro para clases de matemática, mejorando el rendimiento de los alumnos con respecto al uso de otros sonidos de fondo.
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