Michael Pollan (autor de cinco best sellers de "The New York Times"), reconocido periodista y activista de la comida saludable, decidió investigar los nuevos usos de drogas como el LSD o la psilocibina en el tratamiento para la depresión, la adicción o la ansiedad asociada al cáncer. Y de paso, se atrevió a probarlas a los 60 años. Lo cuenta en su último ensayo. Una brillante y valiente investigación sobre la revolución médica y científica en torno a las drogas psicodélicas, y la fascinante historia de sus propias experiencias psicodélicas que le cambiaron la vida. Pollan no habla en su libro del uso recreativo de las drogas, ni de tomarlas para ir a dar una vuelta por los bares, sino de su empleo bajo supervisión médica. El libro expone la teoría de que estas drogas podrían ser el siguiente paso para la salud pública, y los viajes destinados a la disolución del ego (a los que algunos se refieren como "un orgasmo del alma") sean el antídoto contra la cultura capitalista, sobre cómo expandir nuestra conciencia podría ayudar a solucionar los problemas de la ecología y el desastre global. Pollan se muestra escéptico (al contrario de Huxley y tantos otros) a que la utilización de estas drogas puedan cambiar la sociedad, hacerla más amable y eliminar las patologías, pero plantea la eliminación de la demonización a las drogas psicodélicas para su utilización de lleno en el terrano de la salud.
Los detalles de la génesis de la primera oleada psicodélica son, como parte del gran relato de la contracultura, más conocidos que los de la segunda. Albert Hofmann sintetizó el LSD por casualidad en 1938 en un laboratorio de Basilea (Suiza), pero no fue hasta cinco años después cuando probó la poderosa sustancia (una simple gota es suficiente para pegarle a la conciencia un buen meneo de unas 10 horas). Aquel día, Hofmann se fue a casa en bicicleta. Durante ese viaje inaugural, comprobó por primera vez los inesperados efectos de su criatura. La nueva droga, que se exportaba legalmente a Estados Unidos desde los laboratorios suizos Sandoz, gozó de una saludable reputación más o menos en la misma época en la que la experiencia con setas mexicanas de un banquero de Nueva York, R. Gordon Wasson, ocupó la portada de la revista Life (que entonces tenía una tirada de 5,7 millones de ejemplares). Fueron los años de la luna de miel entre los alucinógenos y la opinión pública estadounidense. Ambas poderosas moléculas, la dietilamida de ácido lisérgico y la psilocibina, empleada en México y Centroamérica desde hace cientos de años, dejaron una honda muesca en la historia social, cultural y política del siglo XX, desde el escritor Aldous Huxley, un temprano entusiasta, hasta el actor Cary Grant, que cantó las bondades de un buen viaje (en realidad, se sometió a 60 sesiones, al final de las cuales sintió cómo “se desvanecían la tristeza y la vanidad”, según contó en una entrevista en 1959).
El establishment psiquiátrico veía ante sí un horizonte de posibilidades. Pero cuando estos medicamentos se convirtieron en un pilar de la contracultura, los investigadores ya habían estudiado los psicodélicos durante unos 15 años, en especial como tratamientos para las adicciones, la depresión y para mitigar el miedo a la muerte entre los pacientes de cáncer en etapa terminal; que son los mismos usos por los que se estudian estos medicamentos hoy en día. Según Pollan, gran parte de esta investigación produjo buenos resultados, al demostrar que los psicodélicos podrían ser muy útiles en el ámbito psiquiátrico. Por desgracia, a medida que la contracultura comenzó a consumir sustancias psicodélicas, se volvió cada vez más difícil para los investigadores analizar los compuestos.
A mediados de los años 60, la opinión pública se puso en contra de los estupefacientes, hubo un pánico moral sobre el uso de los psicodélicos que terminó por satanizarlos. El presidente Richard Nixon arremetió en contra de los psicodélicos y dijo que eran la razón por la que los jóvenes no estaban dispuestos a enlistarse en la guerra de Vietnam.
Ahí sitúa Pollan el final de la edad dorada de la investigación con psicotrópicos. Los historiadores de los sesenta suelen definir lo que vino después de Harvard con una eficaz imagen: las drogas psicodélicas saltaron la tapia del laboratorio para atrapar los sueños y las pesadillas de una generación que descubrió en el LSD un rito de paso, fascinante, aterrador y radicalmente distinto de las iniciaciones por las que habían pasado sus padres. Cuando los Beatles, tras sus propias experiencias psicotrópicas, colaron un consejo para superar el vértigo inicial y rendirse a una experiencia lisérgica —"Desconecta tu mente, relájate y flota río abajo", cantaba John Lennon en "Tomorrow Never Knows"—, el LSD, ya ilegalizado, era consumido con fines poco científicos por decenas de miles de jóvenes de pelo largo que habían abandonado a ritmo de rock psicodélico el nido familiar en pos del sueño jipi.
El autor Michael Pollan siempre había sentido curiosidad acerca de las plantas psicoactivas, pero su interés se disparó cuando se enteró de un estudio de investigación en el que a personas con cáncer terminal se les administraba un psicodélico llamado 'psilocibina', el ingrediente activo de los "hongos mágicos", para ayudarles a lidiar con su angustia.
Cuando Michael Pollan se propuso investigar por qué el LSD y la psilocibina (el componente activo de las setas alucinógenas) proporcionan un enorme alivio a personas que padecen condiciones de difícil tratamiento como el trastorno por estrés postraumático, la depresión o la adicción, no tenía la intención de escribir lo que es sin lugar a dudas su libro más personal. Pero al descubrir cómo estas notables sustancias mejoran la vida no solo de pacientes con problemas de salud mental sino también de personas que simplemente se enfrentan a los altibajos de la vida cotidiana, decidió explorar la cartografía de la mente tanto en primera como en tercerapersona. Así comenzó una singular aventura que lo llevaría a la experimentación de la conciencia alterada, a la profunda inmersión en la neurociencia más pionera y al contacto con una prodigiosa comunidad subterránea de expertos psicodélicos.
En esta investigación periodística, se revisan archivos históricos y documentos científicos para separar la verdad de los mitos, la propaganda y el pánico moral alrededor de estas drogas que se ha ido acumulando desde los años sesenta, cuando un puñado de personajes rebeldes catalizaron una poderosa corriente hacia lo que entonces era un prometedor campo de investigación.
Sugerente, polémico y deslumbrante, una mezcla única de ciencia, memoria, historia y medicina, este libro es el resultado de un viaje a una nueva, emocionante e inesperada frontera de la percepción, de nuestra comprensión de la mente, del yo y de nuestro lugar en el mundo.
El nuevo libro de Pollan, Cómo cambiar tu mente: lo que la nueva ciencia de los psicodélicos nos enseña sobre la conciencia, el morir, la adicción, la depresión y la trascendencia , relata sus experiencias con las drogas y también examina la historia de los psicodélicos y sus posibles usos terapéuticos .
Pollan no es un psiconauta trasnochado, ni el típico autor de literatura de enteógenos (sin duda, un género aparte), sino un periodista conocido sobre todo por largos artículos de investigación que publica en algunos de los medios más prestigiosos de Estados Unidos y luego convierte en libros sobre la industria agroalimentaria (El dilema del omnívoro), la obsesión contemporánea por la nutrición (El detective en el supermercado) o las virtudes de cocinar, a poder ser en familia, más allá del circo estomagante de la gastronomía (Cocinar. Una historia natural de la transformación, que también es una serie de Netflix). Suelen definirlo como "activista alimentario" por su interés en las implicaciones políticas y medioambientales del acto de comer. Colaboró como asesor con la Administración de Obama. En 2010 fue incluido en la lista de los 100 personajes más influyentes del año por la revista "Time".
El autor explica, en un momento del libro, un concepto de la neurociencia llamado "codificación predictiva", que podríamos definir como el proceso por el cual nuestro cerebro entiende el mundo a su alrededor.
Estas estructuras condicionan cómo pensamos sobre nuestro pasado y nuestro futuro, lo cual es vital para construir nuestra identidad, y también la imagen sobre los demás. Todavía estamos aprendiendo cuáles son los efectos de las drogas psicodélicas en nuestro cerebro. Pero el principal efecto parece ser el que tiene sobre la red neuronal por defecto (RND) [un conjunto de regiones cerebrales que colaboran entre sí mientras la mente está en reposo] que afectan a nuestro sentido del yo. Son unas neuronas que también están implicadas en la narrativa autobiográfica, la historia que te cuentas a ti mismo sobre quién eres.
¿Cuán útil es en un sentido terapéutico?
La psicoterapia trataba sobre todo de hablar y de explorar la mente, prestando muy poca atención al hecho de que tenemos un órgano biológico que usa química y ondas y señales eléctricas para organizar experiencias y presentarlas ante nosotros. Después, cuando descubrimos la neuroquímica, el péndulo se fue hasta el lado contrario, así que comenzamos a ver la terapia como una pérdida de tiempo. Sólo tenías que darle a la gente la droga correcta. La depresión es un desajuste químico. La esquizofrenia es un desajuste químico. Durante un tiempo, todo se resolvía con drogas. Hoy seguimos empujando a la gente a los brazos de los ISRS como si nada. Tu médico de cabecera puede recetarte Prozac, sin hacerte pasar en ningún momento por una sesión real de psicoterapia. Pero el Prozac no ayuda cuando enfrentas tu mortalidad. Pero aquí tenemos algo que ocasiona una experiencia en personas, una experiencia mística, que de alguna manera hace que sea más fácil dejarlo ir. Y creo que parte de eso tiene que ver con el hecho de que experimentas la "extinción" de ti mismo y es una especie de ensayo de la muerte.
Una noche de hace más o menos 10 años, durante una cena con amigos en Berkeley, escuchó la historia de una de las invitadas, una psicóloga prominente, y sus recién descubiertas experiencias con el LSD, que consideraba intelectualmente estimulantes y valiosas para su trabajo. Pollan le preguntó si tenía intención de compartir esos hallazgos con sus pares. La mujer le miró como quien contempla el desvarío de un loco.
Al día siguiente, el periodista rebuscó en su bandeja de entrada hasta dar con un artículo científico que un tal Bob Jesse le había enviado un par de años antes y al que no había hecho demasiado caso. Recogía las conclusiones de un estudio de la Johns Hopkins realizado con 30 pacientes sin experiencia lisérgica previa que recibían o bien una dosis sintética significativa de esa droga o bien un placebo activo. Se titulaba: La psilocibina puede ocasionar experiencias de tipo místico con un significado personal sustancial y sostenido y una gran importancia espiritual, y pretendía demostrar exactamente eso, el potencial de los hongos alucinógenos para los buscadores de un poco de trascendencia. A Pollan le sorprendió el uso de palabras como "mística" o "espiritual" en un entorno más bien empírico.
Aquel ensayo clínico fue uno de los hitos iniciales del viaje de vuelta de la psicodelia a la respetable superficie médica. Los otros dos, ambos de 2006, son la celebración en Suiza del centenario del nacimiento de Albert Hofmann, descubridor del LSD (que murió a los 102 años), y la decisión unánime del Tribunal Supremo de Estados Unidos de permitir a una pequeña secta la importación desde Brasil de la ayahuasca, pócima alucinógena empleada en sus rituales y que contiene DMT, una sustancia ilegal (los jueces antepusieron la libertad religiosa a la prohibición narcótica). Así, inadvertidamente, empezó el renacimiento de la investigación científica en torno a las drogas psicodélicas, un cambio cultural que tiene sus resistencias.
En el libro, el periodista sostiene que es virtualmente imposible morir de una sobredosis de esta droga o de psilocibina, y que ninguna de las dos sustancias es adictiva.
Pollan dice que el uso clínico de los psicoactivos puede ser muy positivo, sobre todo teniendo en cuenta la crisis global de salud mental actual —según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay más de 300 millones de personas en el mundo con depresión— y el hecho de que varios psicólogos prominentes coinciden en se necesitan nuevas opciones para tratarla.
Notas originales:
Los detalles de la génesis de la primera oleada psicodélica son, como parte del gran relato de la contracultura, más conocidos que los de la segunda. Albert Hofmann sintetizó el LSD por casualidad en 1938 en un laboratorio de Basilea (Suiza), pero no fue hasta cinco años después cuando probó la poderosa sustancia (una simple gota es suficiente para pegarle a la conciencia un buen meneo de unas 10 horas). Aquel día, Hofmann se fue a casa en bicicleta. Durante ese viaje inaugural, comprobó por primera vez los inesperados efectos de su criatura. La nueva droga, que se exportaba legalmente a Estados Unidos desde los laboratorios suizos Sandoz, gozó de una saludable reputación más o menos en la misma época en la que la experiencia con setas mexicanas de un banquero de Nueva York, R. Gordon Wasson, ocupó la portada de la revista Life (que entonces tenía una tirada de 5,7 millones de ejemplares). Fueron los años de la luna de miel entre los alucinógenos y la opinión pública estadounidense. Ambas poderosas moléculas, la dietilamida de ácido lisérgico y la psilocibina, empleada en México y Centroamérica desde hace cientos de años, dejaron una honda muesca en la historia social, cultural y política del siglo XX, desde el escritor Aldous Huxley, un temprano entusiasta, hasta el actor Cary Grant, que cantó las bondades de un buen viaje (en realidad, se sometió a 60 sesiones, al final de las cuales sintió cómo “se desvanecían la tristeza y la vanidad”, según contó en una entrevista en 1959).
El establishment psiquiátrico veía ante sí un horizonte de posibilidades. Pero cuando estos medicamentos se convirtieron en un pilar de la contracultura, los investigadores ya habían estudiado los psicodélicos durante unos 15 años, en especial como tratamientos para las adicciones, la depresión y para mitigar el miedo a la muerte entre los pacientes de cáncer en etapa terminal; que son los mismos usos por los que se estudian estos medicamentos hoy en día. Según Pollan, gran parte de esta investigación produjo buenos resultados, al demostrar que los psicodélicos podrían ser muy útiles en el ámbito psiquiátrico. Por desgracia, a medida que la contracultura comenzó a consumir sustancias psicodélicas, se volvió cada vez más difícil para los investigadores analizar los compuestos.
A mediados de los años 60, la opinión pública se puso en contra de los estupefacientes, hubo un pánico moral sobre el uso de los psicodélicos que terminó por satanizarlos. El presidente Richard Nixon arremetió en contra de los psicodélicos y dijo que eran la razón por la que los jóvenes no estaban dispuestos a enlistarse en la guerra de Vietnam.
Ahí sitúa Pollan el final de la edad dorada de la investigación con psicotrópicos. Los historiadores de los sesenta suelen definir lo que vino después de Harvard con una eficaz imagen: las drogas psicodélicas saltaron la tapia del laboratorio para atrapar los sueños y las pesadillas de una generación que descubrió en el LSD un rito de paso, fascinante, aterrador y radicalmente distinto de las iniciaciones por las que habían pasado sus padres. Cuando los Beatles, tras sus propias experiencias psicotrópicas, colaron un consejo para superar el vértigo inicial y rendirse a una experiencia lisérgica —"Desconecta tu mente, relájate y flota río abajo", cantaba John Lennon en "Tomorrow Never Knows"—, el LSD, ya ilegalizado, era consumido con fines poco científicos por decenas de miles de jóvenes de pelo largo que habían abandonado a ritmo de rock psicodélico el nido familiar en pos del sueño jipi.
El autor Michael Pollan siempre había sentido curiosidad acerca de las plantas psicoactivas, pero su interés se disparó cuando se enteró de un estudio de investigación en el que a personas con cáncer terminal se les administraba un psicodélico llamado 'psilocibina', el ingrediente activo de los "hongos mágicos", para ayudarles a lidiar con su angustia.
"La profunda crónica de Pollan iluminará a aquellos que piensan en las drogas psicodélicas como una broma sobre la generación de Woodstock y animará a aquellos que las ven como un potencial antídoto para nuestras mentes obstinadamente estrechas [...] Atractiva e informativa."
The Boston Globe
Cuando Michael Pollan se propuso investigar por qué el LSD y la psilocibina (el componente activo de las setas alucinógenas) proporcionan un enorme alivio a personas que padecen condiciones de difícil tratamiento como el trastorno por estrés postraumático, la depresión o la adicción, no tenía la intención de escribir lo que es sin lugar a dudas su libro más personal. Pero al descubrir cómo estas notables sustancias mejoran la vida no solo de pacientes con problemas de salud mental sino también de personas que simplemente se enfrentan a los altibajos de la vida cotidiana, decidió explorar la cartografía de la mente tanto en primera como en tercerapersona. Así comenzó una singular aventura que lo llevaría a la experimentación de la conciencia alterada, a la profunda inmersión en la neurociencia más pionera y al contacto con una prodigiosa comunidad subterránea de expertos psicodélicos.
En esta investigación periodística, se revisan archivos históricos y documentos científicos para separar la verdad de los mitos, la propaganda y el pánico moral alrededor de estas drogas que se ha ido acumulando desde los años sesenta, cuando un puñado de personajes rebeldes catalizaron una poderosa corriente hacia lo que entonces era un prometedor campo de investigación.
"He escuchado a los médicos de la Universidad de Nueva York contar que muchos de sus compañeros oncólogos se oponen a administrar alucinógenos a sus pacientes con cáncer. No me gusta la idea de que les des crac, lo cual demuestra sobre todo una gran ignorancia".
Michael Pollan
Sugerente, polémico y deslumbrante, una mezcla única de ciencia, memoria, historia y medicina, este libro es el resultado de un viaje a una nueva, emocionante e inesperada frontera de la percepción, de nuestra comprensión de la mente, del yo y de nuestro lugar en el mundo.
El nuevo libro de Pollan, Cómo cambiar tu mente: lo que la nueva ciencia de los psicodélicos nos enseña sobre la conciencia, el morir, la adicción, la depresión y la trascendencia , relata sus experiencias con las drogas y también examina la historia de los psicodélicos y sus posibles usos terapéuticos .
Pollan no es un psiconauta trasnochado, ni el típico autor de literatura de enteógenos (sin duda, un género aparte), sino un periodista conocido sobre todo por largos artículos de investigación que publica en algunos de los medios más prestigiosos de Estados Unidos y luego convierte en libros sobre la industria agroalimentaria (El dilema del omnívoro), la obsesión contemporánea por la nutrición (El detective en el supermercado) o las virtudes de cocinar, a poder ser en familia, más allá del circo estomagante de la gastronomía (Cocinar. Una historia natural de la transformación, que también es una serie de Netflix). Suelen definirlo como "activista alimentario" por su interés en las implicaciones políticas y medioambientales del acto de comer. Colaboró como asesor con la Administración de Obama. En 2010 fue incluido en la lista de los 100 personajes más influyentes del año por la revista "Time".
"Uno de los motivos que me empujaron a escribir "Cómo cambiar tu mente", aunque eso no lo supe hasta después, es que mi padre [a quien está dedicado el libro] tenía cáncer. Falleció en enero. Nunca comprendí cómo estaba procesando la inminencia de la muerte: a sus 88 años, ya iba perdiendo la memoria y cuando estaba en sus cabales tampoco quería hablar sobre lo que pasaba. Me dediqué a satisfacer mi necesidad de entender con otros pacientes a los que entrevistaba para el libro. (...) los increíbles resultados de los estudios con psilocibina para el cáncer en las universidades Johns Hopkins y de Nueva York, que habían aparecido publicados [en 2016] en un número especial del "Journal Of Psychopharmacology" (...). Alrededor del 80% de los pacientes mostró disminuciones clínicamente significativas de la ansiedad y la depresión medidas de maneras convencionales, un efecto que perduró al menos seis meses tras su sesión”.
Michael Pollan
El autor explica, en un momento del libro, un concepto de la neurociencia llamado "codificación predictiva", que podríamos definir como el proceso por el cual nuestro cerebro entiende el mundo a su alrededor.
Lo importante, y de alguna manera lo más terrorífico, es que lo crees que estar viendo podría no estar ahí. Verás, muchos neurocientíficos contemplan "el cerebro como una máquina de hacer predicciones". Debido a que quiere ser eficiente a un nivel maximalista —lo cual resulta útil cuando la velocidad a la que puedes responder "¿Qué eso que suena?" decide si sobrevives o si mueres entre las fauces de un león—, tu cerebro usa la menor cantidad posible de información sensorial para determinar qué sucede a tu alrededor. En su lugar, se basa en tu catálogo completo de experiencias, extrayendo sólo unos pocos datos procedentes de los sentidos para formar después una serie de conjeturas inspiradas en todo lo que hayas visto antes.
Estas estructuras condicionan cómo pensamos sobre nuestro pasado y nuestro futuro, lo cual es vital para construir nuestra identidad, y también la imagen sobre los demás. Todavía estamos aprendiendo cuáles son los efectos de las drogas psicodélicas en nuestro cerebro. Pero el principal efecto parece ser el que tiene sobre la red neuronal por defecto (RND) [un conjunto de regiones cerebrales que colaboran entre sí mientras la mente está en reposo] que afectan a nuestro sentido del yo. Son unas neuronas que también están implicadas en la narrativa autobiográfica, la historia que te cuentas a ti mismo sobre quién eres.
¿Cuán útil es en un sentido terapéutico?
La psicoterapia trataba sobre todo de hablar y de explorar la mente, prestando muy poca atención al hecho de que tenemos un órgano biológico que usa química y ondas y señales eléctricas para organizar experiencias y presentarlas ante nosotros. Después, cuando descubrimos la neuroquímica, el péndulo se fue hasta el lado contrario, así que comenzamos a ver la terapia como una pérdida de tiempo. Sólo tenías que darle a la gente la droga correcta. La depresión es un desajuste químico. La esquizofrenia es un desajuste químico. Durante un tiempo, todo se resolvía con drogas. Hoy seguimos empujando a la gente a los brazos de los ISRS como si nada. Tu médico de cabecera puede recetarte Prozac, sin hacerte pasar en ningún momento por una sesión real de psicoterapia. Pero el Prozac no ayuda cuando enfrentas tu mortalidad. Pero aquí tenemos algo que ocasiona una experiencia en personas, una experiencia mística, que de alguna manera hace que sea más fácil dejarlo ir. Y creo que parte de eso tiene que ver con el hecho de que experimentas la "extinción" de ti mismo y es una especie de ensayo de la muerte.
"Este modelo sugiere que nuestra percepción del mundo no nos ofrece una transcripción literal de la realidad, sino una convincente ilusión, cocinada a partir de datos procedentes de nuestros sentidos y patrones extraídos de nuestros recuerdos. El estado normal de conciencia parece perfectamente transparente, pero en realidad no es tanto una ventana hacia la realidad como el producto de nuestra imaginación, una suerte de alucinación controlada. Esto nos lleva a preguntarnos en qué se diferencia el estado normal de conciencia de otros (en apariencia, menos fiables) productos de nuestra imaginación, como los sueños, las ilusiones psicóticas o los viajes psicodélicos. De hecho, todos estos estados de conciencia son imaginados, construcciones mentales que nos proporcionan noticias sobre el mundo en diferentes grados de prioridad".
Una noche de hace más o menos 10 años, durante una cena con amigos en Berkeley, escuchó la historia de una de las invitadas, una psicóloga prominente, y sus recién descubiertas experiencias con el LSD, que consideraba intelectualmente estimulantes y valiosas para su trabajo. Pollan le preguntó si tenía intención de compartir esos hallazgos con sus pares. La mujer le miró como quien contempla el desvarío de un loco.
Al día siguiente, el periodista rebuscó en su bandeja de entrada hasta dar con un artículo científico que un tal Bob Jesse le había enviado un par de años antes y al que no había hecho demasiado caso. Recogía las conclusiones de un estudio de la Johns Hopkins realizado con 30 pacientes sin experiencia lisérgica previa que recibían o bien una dosis sintética significativa de esa droga o bien un placebo activo. Se titulaba: La psilocibina puede ocasionar experiencias de tipo místico con un significado personal sustancial y sostenido y una gran importancia espiritual, y pretendía demostrar exactamente eso, el potencial de los hongos alucinógenos para los buscadores de un poco de trascendencia. A Pollan le sorprendió el uso de palabras como "mística" o "espiritual" en un entorno más bien empírico.
Aquel ensayo clínico fue uno de los hitos iniciales del viaje de vuelta de la psicodelia a la respetable superficie médica. Los otros dos, ambos de 2006, son la celebración en Suiza del centenario del nacimiento de Albert Hofmann, descubridor del LSD (que murió a los 102 años), y la decisión unánime del Tribunal Supremo de Estados Unidos de permitir a una pequeña secta la importación desde Brasil de la ayahuasca, pócima alucinógena empleada en sus rituales y que contiene DMT, una sustancia ilegal (los jueces antepusieron la libertad religiosa a la prohibición narcótica). Así, inadvertidamente, empezó el renacimiento de la investigación científica en torno a las drogas psicodélicas, un cambio cultural que tiene sus resistencias.
En el libro, el periodista sostiene que es virtualmente imposible morir de una sobredosis de esta droga o de psilocibina, y que ninguna de las dos sustancias es adictiva.
"Después de probarlas una vez, los animales no buscan una segunda dosis, y el uso repetido por parte de las personas le resta efecto. Es cierto que las aterradoras experiencias que algunas personas han vivido con las drogas psicodélicas pueden arrastrarlas a estados psicóticos, por lo que nadie con antecedentes familiares o predisposición a la enfermedad mental debe tomarlas. También es verdad que la gente puede hacer cosas realmente estúpidas bajo su influencia. Cosas como cruzar la calle sin mirar, arrojarse al vacío o llegar al suicidio. Los malos viajes son muy reales y pueden convertirse en una de las experiencias más duras de la vida. Por ello es importante conocer qué puede suceder cuando estos fármacos se utilizan en situaciones no controladas, sin prestar atención a la actitud y al escenario, al revés de como sucede en condiciones clínicas, después de un cuidadoso examen y bajo supervisión. Desde que se ha reactivado la investigación controlada a partir de la década de 1990, casi un millar de voluntarios han recibido dosis, y ni un solo suceso adverso serio ha sido notificado".
Michael Pollan
Pollan dice que el uso clínico de los psicoactivos puede ser muy positivo, sobre todo teniendo en cuenta la crisis global de salud mental actual —según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay más de 300 millones de personas en el mundo con depresión— y el hecho de que varios psicólogos prominentes coinciden en se necesitan nuevas opciones para tratarla.
"La última herramienta revolucionaria fueron los antidepresivos, que se desarrollaron en los 80 y 90, pero tienen serias limitaciones porque son adictivos y provocan efectos secundarios. Es hora de reexaminar la cuestión de los psicodélicos. Todas las drogas tienen riesgos".
Michael Pollan
Notas originales:
- El nuevo apóstol de la psicodelia
- La psicodelia nos va a salvar a todos
- Michael Pollan: por qué probé el LSD y cómo cambió mi idea sobre las drogas psicodélicas
- Michael Pollan abraza la 'nueva ciencia' de los psicodélicos
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