Un amigo de este blog vuelve a presentarse, ahora con su segunto disco enteramente solista, desde Claypole a la conquista del blog cabezón. El músico ya apareció en algunos de sus tantos proyectos, como Jacarandaes o Aireeria, ahora desarrollando una exquisita mezcla entre géneros tan disímiles como el folk-rock, el indie, el math rock y el post-rock para conjugar un interesante puñado de canciones ¿deberíamos decir canciones de un post-rock acústico? Pero sí con su propio sonido, quizás podríamos decir de Radiohead, Portishead a de Muse, pero con esa una clara influencia del Flaco que ya es un sello distintivo de muchas bandas argentinas, una fusión natural del rock argento de nuestros días, donde se puede apreciar el estilo creado por las distintas dinámicas que propone Boris en su primer trabajo solista. Un trabajo muy interesante y sumamente disfrutable que los invito a conocer.
Artista: Boris Cerda Prémoli
Álbum: Nínive
Año: 2017
Género: Folk-rock/ Post-rock / Indie
Duración: 26:04
Nacionalidad: Argentina
La verdad escucho el disco y escucho muchas cosas al mismo tiempo, que me cuesta describirlo aunque utilice muchas palabras. A esto hay que escucharlo, simple como eso. Boris no pretende hacer nada complejo, simplemente parece dejar volar su imaginación y sus sentimientos, con muy buen gusto para componer y realizar algunas canciones verdaderamente hermosas, con muchos recursos pop pero con una sensibilidad a toda prueba, y muchas sutilezas exquisitas.
Lo importante de este disco se sostiene en la sutileza que le dan los músicos, tiene cierta fuerza rítmica y emocional, bella, sin demasiados sobresaltos, acompasada.
En definitiva, lindo disco para escuchar en casa, tranquilo, y dejarse deslumbrar por los pequeños detalles que pueden sorprendernos si no tomamos en cuenta del notable talento que explota en todo el under argento y del que Boris es sólo una expresión.
Pero una expresión muy recomentable!
Con temas evidentemente apegados a la cultura under y con sonidos y elementos musicales no tradicionales, pero sin salir de un estilo casi en "formato canción" pero de un modo anti-comercial, despegándose de lugares comunes y melodías fáciles, canciones que van hacia una especie de post-rock acústico.
El rasguido de la guitarra y la voz abren "De la paciencia" con un clima melancólico y la voz de Boris ganando en emotividad, canción con un lindo estribillo, un medio tempo que recuerda a los climas más tranquilos de los Pixies hasta que en la mitad de la canción, las guitarras ganan protagonismo desatan una pequeña tormenta eléctrica en miniatura. "Iluminaciones" comienza con arpegios de guitarra a los que se suma la percusión (convengamos que el disco sólo tiene guitarras, batería, y voz) obviamente con las guitarras como piloto principal, pequeño instrumental de poco más de tres minutos que da origen a "Erósfobos", balada guitarrera suave, delicada y con una interesante letra que relata situaciones existenciales.
Ya llegado a este punto, ya sabemos que esto viene muy bien y, a pesar de la humildad del proyecto, tanto en las instrumentaciones como en la producción, hecha a pulmón, esta experimentación viene muy bien y con muy buen gusto.
Seguimos con "Naranja", otra canción corta de poco más de tres minutos, una canción elegante y con algunos toques de experimentación sobre la melodía muy bien logrados, medio tempo con entradas y salidas de las guitarras y la voz mientras la voz se asienta sobre la batería, con un clima in crescendo que termina con una transmisión de angustia, de búsqueda, de culpas en medio del desierto, que da paso al tema homónimo, con claro sonido al Flaco y basado en la bella interpretación de la voz, una de las más bellas canciones del disco, con muy buena lírica, y notable track compuesto sólo por el rasgueo de la guitarra acústica y la voz, en una joyita de poco más de dos minutos, algo así como una plegaria hecha canción.
El siguiente tema gana en tempo y en velocidad, pero sin salirse del estilo general bastante bucólico, otro tema instrumental ahora titulado "Un burro de oro", un tema juguetón y seductor, y que mantiene una pulsión más rítmica.
Viene los acordes de "Almacén" con su medio minuto apenas, y que sirve para dar paso a la última canción titulada "Nunca Entendí", otra dulce canción acústica muy al estilo Almendra, al que luego se agrega una base muy tenue, otra de las canciones destacadas del disco.
PROLEGÓMENOS
Muy buen álbum, sencillo pero emotivo y que tiene claro dónde quiere llegar y qué fibras son las que quiere tocar. Un disco muy agradable que los invito a conocer, está incluso disponible para su descarga gratuita en Bandcamp. No se lo pierdan, no tienen excusas, esto es placer asegurado! Y felicitaciones a Boris por tan noble trabajo!
Lista de Temas:
1. De la paciencia
2. Iluminaciones
3. Erósfobos
4. Naranja
5. Nínive
6. Un burro de oro
7. Almacén
8. Nunca Entendí
Alineación:
- Boris Cerda Prémoli / Voces, guitarras eléctricas, acústicas y bajo.
- Ignus Ignustio / Batería electrónica y acústica, percusión.
Artista: Boris Cerda Prémoli
Álbum: Nínive
Año: 2017
Género: Folk-rock/ Post-rock / Indie
Duración: 26:04
Nacionalidad: Argentina
La verdad escucho el disco y escucho muchas cosas al mismo tiempo, que me cuesta describirlo aunque utilice muchas palabras. A esto hay que escucharlo, simple como eso. Boris no pretende hacer nada complejo, simplemente parece dejar volar su imaginación y sus sentimientos, con muy buen gusto para componer y realizar algunas canciones verdaderamente hermosas, con muchos recursos pop pero con una sensibilidad a toda prueba, y muchas sutilezas exquisitas.
Nínive (o Nineveh, Ninua, Ninebe, etc.) fue el nombre de una antigua ciudad del Imperio Asirio y es nombrada en varios textos sagrados con diferentes singularidades. Como vocablo se desconocen su origen y significado. Mi absoluto desconocimiento del acadio, y de cualquier otro idioma que no sea mi lengua materna, me permite traducir Nínive como "Nosotros".
Lo importante de este disco se sostiene en la sutileza que le dan los músicos, tiene cierta fuerza rítmica y emocional, bella, sin demasiados sobresaltos, acompasada.
En definitiva, lindo disco para escuchar en casa, tranquilo, y dejarse deslumbrar por los pequeños detalles que pueden sorprendernos si no tomamos en cuenta del notable talento que explota en todo el under argento y del que Boris es sólo una expresión.
Pero una expresión muy recomentable!
Con temas evidentemente apegados a la cultura under y con sonidos y elementos musicales no tradicionales, pero sin salir de un estilo casi en "formato canción" pero de un modo anti-comercial, despegándose de lugares comunes y melodías fáciles, canciones que van hacia una especie de post-rock acústico.
Este disco se arregló buscando la verdad de las canciones, esto significó no siempre tomar la decisión más estética pal oído. Tuvimos fe en la pre-existencia de la canción como gota del océano de la Música. Algo parecido cuenta Leopoldo en su Adán, hablando del Silencio y su Música en potenciaNínive - Prólogo
De la paciencia es un soliloquio. Naranja es irracional. El personaje de Nunca Entendí es un violento.
El rasguido de la guitarra y la voz abren "De la paciencia" con un clima melancólico y la voz de Boris ganando en emotividad, canción con un lindo estribillo, un medio tempo que recuerda a los climas más tranquilos de los Pixies hasta que en la mitad de la canción, las guitarras ganan protagonismo desatan una pequeña tormenta eléctrica en miniatura. "Iluminaciones" comienza con arpegios de guitarra a los que se suma la percusión (convengamos que el disco sólo tiene guitarras, batería, y voz) obviamente con las guitarras como piloto principal, pequeño instrumental de poco más de tres minutos que da origen a "Erósfobos", balada guitarrera suave, delicada y con una interesante letra que relata situaciones existenciales.
Ya llegado a este punto, ya sabemos que esto viene muy bien y, a pesar de la humildad del proyecto, tanto en las instrumentaciones como en la producción, hecha a pulmón, esta experimentación viene muy bien y con muy buen gusto.
Seguimos con "Naranja", otra canción corta de poco más de tres minutos, una canción elegante y con algunos toques de experimentación sobre la melodía muy bien logrados, medio tempo con entradas y salidas de las guitarras y la voz mientras la voz se asienta sobre la batería, con un clima in crescendo que termina con una transmisión de angustia, de búsqueda, de culpas en medio del desierto, que da paso al tema homónimo, con claro sonido al Flaco y basado en la bella interpretación de la voz, una de las más bellas canciones del disco, con muy buena lírica, y notable track compuesto sólo por el rasgueo de la guitarra acústica y la voz, en una joyita de poco más de dos minutos, algo así como una plegaria hecha canción.
El siguiente tema gana en tempo y en velocidad, pero sin salirse del estilo general bastante bucólico, otro tema instrumental ahora titulado "Un burro de oro", un tema juguetón y seductor, y que mantiene una pulsión más rítmica.
Viene los acordes de "Almacén" con su medio minuto apenas, y que sirve para dar paso a la última canción titulada "Nunca Entendí", otra dulce canción acústica muy al estilo Almendra, al que luego se agrega una base muy tenue, otra de las canciones destacadas del disco.
PROLEGÓMENOS
NÍNIVE // PRÓLOGO VII por Marcos Mizzi
*Poeta, novelista, filólogo autodidacta*
Los campesinos del Sur, cuando arrecia el fogón y los celulares se quedan sin batería y la chicha mece lentamente los sentidos, cuentan la historia de un árbol mágico, capaz de meterse en los sueños de los hombres. El árbol es distinto según cada tribu (en Glew aseguran se trata de un sauce, según la etnia de Domselaar es un tilo, para los Ranelagh es una tipa blanca descomunal, para los Llavallol un ciprés) pero la historia en sí misma no varía, y eso es lo importante. Dice así: un viajero, harto del sol del desierto pampeano, se encuentra en la orilla del camino con un árbol de frondosa copa, y prácticamente se arroja a sus pies a disfrutar de una siesta. Hasta ahí nada extraño, cualquiera sabe que el cansancio y el hambre se curan con sueño. Pero lo realmente mágico ocurre cuando el viajero empieza a dormir. Percibe primero formas informes, manchas parecidas a las de los test psicológicos de las películas o a las que aparecen cuando uno se frota los párpados cerrados, reminiscencias sin nombre concreto. Luego, las imágenes se van configurando: el árbol está soñando y le contagia sus sueños al hombre. Un pájaro azul, una navaja tallando en bajorrelieve un corazón en la madera, un rayo, una hamaca, el sutil cambio de tonalidad de las hojas en Marzo, el viento, los veranitos dentro del invierno, un hombre durmiendo bajo la sombra de un árbol que sueña con un hombre durmiendo, un laberinto de espejos.
No sabemos a ciencia cierta si Cerda Prémoli está al tanto de esta leyenda, aunque su origen sureño nos da a pensar que la conoce. Como sea, no importa: lo cierto es que este matemático y pintor renacentista logró en su disco “Nínive” recrear el mito del árbol soñador y el viajero durmiendo a su sombra. Si no literalmente, al menos sí en esencia. Hay algo sumamente arbóreo en la lírica y la música de Cerda Prémoli que se va entretejiendo en el oyente, como una raíz en la tierra o las imágenes en los sueños. Un gusto indefinido, como el de un mate con yuyos cuyo nombre no sabemos, pero que nos resulta dulce y extrañamente familiar. Un dejavu de otro. Una ajenidad vecina.
Vayamos en orden. El disco se inaugura con “De la Paciencia”. Se trata de un soliloquio, según lo define su autor. Arranca con un falsete paisano, un lamento escuchado en cientos de cantinas a la hora del penúltimo vino (“ya deja de ser tanto pa’mí”), que enseguida nos evoca al Señor de la Paciencia. Se trata de aquella adoración de Jesucristo muy difundida en el Tucumán, que lo representaba sentado, cruzado de piernas, en actitud pensativa antes de la Crucifixión. La canción, spinettiana hasta el tuétano, tiene una batería en el estribillo que parece un nenito saltando en un charco, acaso bajo la mirada atenta de un Padre que pacientemente aconseja: no grites más, no pidas más, pastá, esperá.
“Iluminaciones”, el segundo paso del disco, es instrumental. Sin embargo, en el arte del disco se lo presenta como si tuviera letra, un cuento surrealista que narra lo sucedido después de la paciencia. Paisaje posdiliviano con guitarras dulces y ritmo espacial-latino, que nos invita a viajar, y prepararnos para “Erósfobos”. El Amor y el Miedo se juntan en “Erósfobos”, uno de los puntos más altos de “Nínive”. Tan alto que empieza declarando: “Una vez me enfermé en la altura/la visión más allá de los ojos”. Se trata de una elegía a las pesadillas. Porque contrariamente a lo que se puede sospechar (y esto lo vimos después de varias escuchas) “Erósfobos” no habla del miedo al amor (si así fuera se llamaría “erosfobia”), si no del amor al miedo. Ese sentimiento tan denostado, en una sociedad que paradójicamente hace de culto de la cobardía, es fundamental para aprehender al mundo porque engendra la prudencia. Quien no sienta miedo es un necio. Hay que sentirlo para poder dominarlo. Lo sabía Alejandro Magno, que antes de la batalla de Gaugmela le rezó a Fobos, dios del miedo, pidiéndole la victoria. Causalmente, tras esta batalla Alejandro conquistó al Imperio Persa, entre cuyos dominios se encontraba la ciudad de Nínive. Todo esto lo sabe o lo intuye o lo recuerda (¿hay diferencia?) Cerda Prémoli cuando tras cantar “perdí el Miedo ya”, le pide a Fobos: “quiero sentirte otra vez/cubrirme el pecho de dolor/ser la montaña que fui ayer/ser sólo el eco de tu voz”. “Naranja” nos suena a selva. Su autor define a la canción como “irracional”, así que tan equivocados no debemos estar. Los ritmos cruzados entre guitarras, bajo y percusiones (caos armónico de la jungla) y la melodía flotando por encima de todo como neblina. ¿Querías miedo? Acá está. Sí, es sumamente irracional, casi como una confesión posesa: “no sé mentir/como no sé una palabra/que no sea/una trampa” afirma Cerda Prémoli antes de que estalle un gong y aparezca un estribillo de rasguido pesado y palabras duras que en una letanía asegura que “nadie espera/las libertades/no quiero mentirte”. El tema homónimo es el hit. “Nínive” es un vaso de agua clara después de la oscuridad que empezamos a percibir (cada vez más creciente) con “Erósfobos” y “Naranja”. Es como si el disco hubiera empezado al atardecer y tras hundirse en la noche, en su fin, ahora estuviera amaneciendo. Es extraño, pensamos ahora en la decimonovena escucha, el desarrollo del disco hasta este momento. No empieza con el hit. Empieza con un monólogo del que espera, para terminar perdiendo toda paciencia. Y entonces vuelve a empezar, como antes pero "después de vivir un siglo" a la manera de la Parra, con experiencia y (nos animamos a decirlo) con cinismo, en el mejor sentido de la palabra. No es casualidad que nos encontremos en la mitad exacta del disco. La voz llega al regazo del Amor tras haber visto y oído demasiado. Tema de fogón, melancolía donoriana para todos y todas, melodía hermosa. No hay otras palabras para definir su música. Capaz podríamos explicar la escala o la tonalidad pero de qué sirve. Sería explicar la lluvia. Líricamente es la historia de un desencuentro: un uno que pregunta en las estrofas y otro que pone excusas en el estribillo. Pero ¡momento!, que no son excusas. Porque nunca explica nada. Simplemente canta que “algo me pasó/cuando te fui a buscar”. Y en el segundo estribillo se rescata y se da cuenta que “lo que me pasó/no te lo puedo contar”. No hay excusas ahí. Nadie sabe qué significa la palabra “Nínive”. Cerda Prémoli elige traducirla como “Nosotros”. Ese “nos, otros”: preguntas que no se pueden responder. Los falsetes finales del tema, nos atrevemos a vaticinar, serán inmortales.
Como el ruido a lluvia que nos liga a la siguiente pista. “El Burro de Oro”, como dice el arte del disco, “es instrumental, che”. El título hace referencia a una novela romana muy estudiada por San Agustín, que cuenta sobre un tipo que se va de viaje. Fascinado por la magia, mete las narices donde no debe y termina transformándose en burro. Sufre cientos de desventuras hasta que tras bañarse en el mar, come unas rosas y vuelve a su forma humana. Un símbolo es una casa de mil puertas. Y Cerda Prémoli y las guitarras las abren a todas para que entre la luz. Alquimia. Eso es esta canción. Un tránsito. Hacia el “Almacén”, pulpería en un extremo del puente, de respiro antes de hundirnos en el ¿final?. Desesperado. “Nunca entendí” es el viajero del que hablábamos al comienzo de este ensayo, levantándose confundido de su siesta bajo el árbol. O acaso el tipo que terminó transformándose en burro por husmear en lo que no le tocaba. ¡Lo que suenan esas guitarras, hipnóticas! Cerda Prémoli dice que el personaje de la canción es un violento. Sí. Lo es. Es alguien peleándose con la Belleza. Lo Inconmensurable (qué linda palabra), que es santo y seña de todo el disco, acá llega y derrumba todos los pequeños mundos que supimos conseguir: “Hay mucho más que/se me pasó”. Pero ojo, porque el viajero sigue su camino. Es él y es otro. “Hay mucho más que/me cambió”. La guitarra toca sus últimas notas, ya exhausta, casi que se desinfla. La siesta terminó. Capaz el único altibajo de este disco haya sido que duró poco. El árbol nos soltó demasiado pronto. Nos quedamos con ganas de zapadas más largas, de raíces más leñosas. Esta debilidad, al mismo tiempo, da una vuelta completa, y se transforma en potencia. Fue tan corto el viaje que vamos a volver, una y otra vez, al sueño vivido en su escucha. Por ahora, al camino. Nínive espera, ahicito nomás.
NÍNIVE // PRÓLOGO VI por Carolina Restuccia
*cantante en Catu Kuá y Factor Burzaco.*
Por alguna razón nos gusta sentirnos parte de una tradición. Por algo de cierta responsabilidad y memoria antigua tal vez. Tradición no solo en el conjunto de valores y costumbres que una comunidad considera como propios, sino también en el hecho de transmitirlos de generación en generación. No hay tradición sin transmisión y, a su vez, como es sabido, las tradiciones forman y nutren identidades.
La música por supuesto no tiene la obligación de llevar adelante por sí sola este trabajo, aunque de algún modo, y en el mejor de los casos, toda música hable de su tiempo.
Las canciones de Boris parecen inscribirse en esta intención. En Nínive se oye la peculiar honestidad de éstos pagos. La necesidad, o el simple hecho de dar-dejar testimonio del sentir amoroso, humano, político y poético de un joven del conurbano. Resulta interesante ver como ésta identidad se escucha sin la necesidad de acudir a los clichés musicales y literarios que podrían aparecer incluso con buena intención. Esto nos obliga tal vez a extender los límites de nuestras propias clasificaciones y considerar a este trabajo como parte (¿vale el término “más elevada”?) del rock barrial. Más allá de todo rótulo, se agradece la vivencia de un movimiento interno que ocurre en la escucha, y la compañía de una música que fluye y una poesía clara y sugerente. Hay aquí un universo definido que amablemente se deja ser comprendido. En él se oye la marca de grandes canciones guitarreras Spinettianas, sutiles intenciones de lo progresivo, algo de la hipnótica constancia rítmica de los Cocteau Twins, pero todo sucede con un color personal en un Hoy y un Aquí.
Es tan agradable escuchar una música que no quiere ser otra. Que no quiere estar en otro lugar. Que no pretende responder a voces que no le son propias. Porque estar en sintonía con la verdad de lo propio es un lugar creativo de inmenso valor en estos tiempos donde los límites se borran más que en pos de la igualdad entre los pueblos, en función de desdibujar sus identidades y, por consiguiente, su historia.
Clara y concreta resistencia ofrece el artista consciente de esto.
Voy en el colectivo. Las canciones toman por completo el auricular. La estación de tren, los techos y los cables funcionan como escenografía natural. No hay conflicto. Y esto ya es suficiente para que Nínive sea celebrado.
NÍNIVE // PRÓLOGO V por Lucas Ariel Ferrero
*Poeta, guitarrista en Espirales y Jacarandaes*
PRÓLOGO o CELEBRACIÓN de NÍNIVE
Hay una búsqueda sincera (¡hay una búsqueda!) en el primer disco de Boris Cerda Premoli. Una búsqueda relacionada no sólo con la música, y con lo que se implica en la misma, sino con la verdad, con el hablar de un presente sin explicitaciones infantiles. Hay una apuesta por el respeto, en donde el trinomio artista-obra-espectador son tratados sin tanta pretensión ni subestimación indebida. Todo esto conseguido con cierta naturalidad y en una intención abarcativa, en donde se conjuga las diferentes influencias y ramas artísticas que nutren al músico, saliendo favorecida (esto hay que agradecerlo) la canción. Cuando en otros quedaría como un acto de vanidad y vacía pose spinetteana, Boris lucha por librarse de comparaciones fastidiosas y por momentos, lo prometo, lo consigue.
Es la primera vez que la obra solista del artista suena a él mismo y no sobras de Jacarandaes. Boris suena a sí mismo, y esta es quizás, su principal virtud, y por momentos, también, falencia. Hay un éxito en el disco: su brevedad, salvándolo de sí mismo y de ciertas pretensiones puntuales, disfrazando la monotonía que impera a nivel rítmico y melódico. Todo se siente coherente consigo mismo, y sin embargo, también hay algo que se siente fuera de lugar, que incomoda, que pide que lo busques. Aquello es el detalle invisible: la herida oculta que confirma que las canciones del disco están vivas. Lo que a la voz protagonista de Nínive le pasó, aquello que no me puede contar, yo no quiero saberlo. No debería saberlo, jamás, pero sólo porque le creo.
Pessoa decía que el poeta es el ojo del aire y Don Orione parece acompañar esa claridad climática con la que Boris se permite observar, y cuidar de su tierra. Parece haberse disipado toda nievla que alguna vez entorpeció el paisaje propio de los ojos. Nunca se oyó a un Boris tan luminoso y emotivo en lo lírico, tan al frente, tan hermandado con su familia, como cuando en Erósfobos canta “hoy sé si puedo volver/ ¡perdí el miedo ya!”. Aquel verso fácilmente trasladable y aplicable a cualquier situación, es donde radica uno de los grandes aciertos de Nínive: letras en que las que el misterio nunca se termina de develar, pudiendo ser nosotros los que decidamos a dónde volver luego de enfrentarnos a aquello que nos paraliza como pueblo.
Nunca entendí es la redención de los hijos hacia sus madres. La voz que nunca habia querido ser mujer- Un hombre no puede tener las caderas anchas, por eso grita, por eso golpea las mesas. El pataleo irracional de la violencia.
En esta amalgama de letras heredadas de la tradición de Spinetta y Abuelo, manos derechas cercanas al Mateo más clásico, timbres propios de Mars Volta, y todo esto en un envoltorio beatlesco, Boris hace canciones, sólo canciones, pero bancá: son buenas canciones.
Al menos para mi, y para sus vecinos del pueblo.
Por esto existe la fiesta, por estas cosas es necesaria la celebración
NÍNIVE // PRÓLOGO IV por Julián Luna
*Poeta*
De la mano fría del músico que se desgaja, que se desangra, es donde reside la fuerza de Nínive. Todo lo sagrado de Claypole al corazón de Don Orione, en donde levantar una pared de ladrillos huecos naranjas y componer una obra, bajo los cielos tan amplios y atravesados por zanjones y monoblocks, son una caricia a quienes dan forma a su paisaje. El Dono, con permiso de su gente para hablar de su casa y con todo mi respeto, por renuncia al contrastarse de querer ser otro, ganó su vida. Su propia tradición hoy, se manifiesta en todo lo que la hace ser y Nínive viene a contar su verdadera naturaleza.
Veo a la obra como un Éxodo, por sí misma me lleva a perderme, y en las puertas de la Ciudad encuentro la voluntad de dar, darme al otro, no como cosa, entregarlo todo, eso que aún no conozco. La obra está gritando y guía, comanda con el galope del Burro de oro, me obliga a pedir perdón, me persigna en sacrificios, me está invitando a abandonarme y entiendo que yo también soy Nosotros.
Yo también me quiero curar, compañero.
Tengo la suerte de ver el trabajo que día a día lleva adelante el artista, doy fe de ese amor, y siento que esta obra es un regalo para todos aquellos que proyectamos ese mismo amor y descansamos contemplando. Todos aquellos artistas que luchan contra las corrientes que avasallan con engaños a la verdad de la belleza y busca sin descanso el último respiro de gracia del verdadero arte; aquel que se enmascara para demostrar la mentira de las ruinas, el arte que muestra la tierra del mundo, el arte que busca hacer de los escombros una casa y que no va a parar hasta levantar templos en donde jueguen los pibitos y pibitas de la patria.
“El poeta es el genio del recuerdo; no puede nada sino recordar; nada sino admirar lo que fue cumplido; no saca nada de su propio fondo; pero del depósito entregado a su custodia es guardián celoso. Sigue lo que su corazón ha elegido; hallado el objeto de su búsqueda, va de puerta en puerta a recitar su cantos y sus discursos con el fin de que todos participen de su admiración por el héroe así como de su orgullo.”
Elogio de Abraham, Temor y Temblor, Kierkegaard.
Agradecido por la obra a todos, y gracias por parirla y traerla, Boris el poeta, Boris el músico, Boris “el hombre que inventó el dolor de muelas”.
NÍNIVE // PRÓLOGO III por Gisela Ruiz Díaz
*Guitarrista, ocultista*
¿Por qué será que los poetas siempre mencionan a las cosas de la naturaleza? La lluvia y el viento por ejemplo... ¿es que sólo allí quedan vestigios de lo que alguna vez fue el alma humana? Aquí también son las mismas palabras para todo, y significan lo mismo de siempre... el amor, la angustia, el miedo y algún secreto. A todos nos gusta hablar de nosotros mismos pero casi siempre mentimos. Aquí no se busca lo insólito, ni inventar un nuevo lenguaje; la verdad es siempre la misma y alguien la tiene que recordar. Las canciones dan la pista de haber sido creadas llevando en una mano los principios de cualquier admirador de Luis Alberto y en la otra mano la experiencia natural. Sólo son canciones que dicen la verdad.
NÍNIVE // PRÓLOGO II, por Julián Berenguel
*Poeta*
Prólogo para un astrólogo:
Una vez, después de un recital de Jacarandaes en Monte Grande le dije a Boris que él para mí era como un Rimbaud con una guitarra eléctrica. Me respondió que estaba borracho. Y era verdad. Pero esa idea yo la había robado de algo que contaba Luis Alberto Spinetta en una entrevista. El Flaco decía: "Rimbaud era un tipo rock hace cien años. Un rockero. No existía la guitarra eléctrica, pero si hubiera existido, ese tipo hubiera tocado rock". El segundo tema de Nínive, "Iluminaciones", es la musicalización instrumental de un fragmento de Arthur Rimbaud. No creo que sea casualidad. Según el dicho popular, los borrachos dicen la verdad. Para mí, estas canciones tienen la fuerza vital que hay en la poesía. Y Boris es eso: un poeta que canta, un poeta que hace música. ¿Qué es un poeta? Tal vez, alguien que se hace preguntas. Pero no solamente: alguien que se interroga podría ser, quizás, un filósofo. Un poeta intenta, además, explicar los nervios de lo humano, las tangentes de la existencia, compartir el sufrimiento como una forma de conocimiento. Quiero decir, no hacer una apología de la tristeza, sino plantear un aprendizaje desde la pasión.
La música de Boris es como la metafísica, el mate, las casas de techos bajos y las cervezas entre amigos: necesaria. Hay una sabiduría en las cosas de todos los días ("no pidas más que el tiempo te lo va a sacar"), una verdad en la naturaleza, un cuerpo presente que se desgarra. Un dolor criollo, barrial, de terreno baldío. En "Erósfobos", por ejemplo, escuchamos: "quiero sentirte otra vez / cubrime el pecho de dolor". La voz se ensancha y enuncia una entrega, una posibilidad de la emoción en toda su potencialidad. Otra de las joyitas del disco es el instrumental "Un burro de oro". "Almacén" es un gesto minimalista acompañado por un poema breve que encierra una conclusión borgeana: la imagen del tigre, inmenso, en la noche. “Nunca entendí” plantea una incertidumbre: ¿cómo comprender al otro sin someterse ni someter? La tensión entre lo ajeno y lo propio interrumpe cualquier equilibrio posible.
En la tradición de cantautores argentinos como Tanguito o Miguel Abuelo, Boris Cerda Prémoli se planta con su guitarra y la agita. Es decir, Boris canta. Y la vida se mueve
PROLOGO I // NÍNIVE por Boris Cerda Prémoli
*matemático y pintor cuatrocentista*
Nínive (o Nineveh, Ninua, Ninebe, etc.) fue el nombre de una antigua ciudad del Imperio Asirio y es nombrada en varios textos sagrados con diferentes singularidades. Como vocablo se desconocen su origen y significado. Mi absoluto desconocimiento del acadio, y de cualquier otro idioma que no sea mi lengua materna, me permite traducir Nínive como "Nosotros".
Este disco se arregló buscando la verdad de las canciones, esto significó no siempre tomar la decisión más estética pal oído. Tuvimos fe en la pre-existencia de la canción como gota del océano de la Música. Algo parecido cuenta Leopoldo en su Adán, hablando del Silencio y su Música en potencia
De la paciencia es un soliloquio. Naranja es irracional. El personaje de Nunca Entendí es un violento.
Muy buen álbum, sencillo pero emotivo y que tiene claro dónde quiere llegar y qué fibras son las que quiere tocar. Un disco muy agradable que los invito a conocer, está incluso disponible para su descarga gratuita en Bandcamp. No se lo pierdan, no tienen excusas, esto es placer asegurado! Y felicitaciones a Boris por tan noble trabajo!
Lista de Temas:
1. De la paciencia
2. Iluminaciones
3. Erósfobos
4. Naranja
5. Nínive
6. Un burro de oro
7. Almacén
8. Nunca Entendí
Alineación:
- Boris Cerda Prémoli / Voces, guitarras eléctricas, acústicas y bajo.
- Ignus Ignustio / Batería electrónica y acústica, percusión.
Download: (Flac + Mp3)
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