El 1954, George Orwell escribió el artículo al que no paro de volver, porque más allá de su descripción de lo que él veía como la decadencia del idioma inglés, contenía un concepto madre, una idea fuerza para comprender un poco más tanto su época como ésta (ya entonces él como varios otros previeron la tendencia a la vigilancia permanente a través de dispositivos que serían consumidos como puentes a "la libertad": así imaginó su Gran Hermano). Esa idea fuerza es simple, y es la siguiente: toda decadencia cultural tiene una base económica, y lo primero sobre lo que se lanza el poder cuando está en plan de conquista es sobre el lenguaje.
Mientras cualquier persona lee "El poder y la palabra" descubre ante sus ojos las ideas que posteriormente hicieron surgir algunas de sus novelas más importantes como "1984" o "Rebelión en la granja". Aparece delante de ti ese propósito que habías interpretado, pero que solo formaba parte de tus pensamientos, pero que ahora se confirmaba gracias a las propias letras de George Orwell. Ahí radica parte de la importancia de "El poder y la palabra".
Aunque es un long-seller que se reedita continuamente, recientemente las ventas de la distopía de Orwell se dispararon en Estados Unidos, donde según The New York Times la editorial Penguin despachó varios cientos de miles de ejemplares poco después de que Kellyanne Conway, consejera en el Gabinete del presidente Donald Trump, reprochase a la prensa su insistencia en que la Administración reconociera que la cifra de asistentes a la toma de posesión de Trump era un dato falso que su equipo había hecho circular. Al fin y al cabo, aseveró Conway, no se trataba ni de una mentira ni de una equivocación, sino de lo que definió como “hechos alternativos”. Al escuchar sus palabras muchos ciudadanos recordaron algunas predicciones de la novela de Orwell: la “neolengua”, un vocabulario sintético y reducido, cuya pobreza aspira a reducir también la capacidad de pensar; y el “Ministerio de la Verdad”, cuyos funcionarios en el libro se aplican a corregir los testimonios del pasado reciente y a reescribir la historia para que se acople perfectamente al discurso oficial. Es decir, lo que muchos vieron en Conway era un despliegue sin complejos de la mentira institucionalizada, presente en mayor o menor medida no solo en Trump, sino en general en los discursos de la política, el comercio, la religión…, el periodismo…
Ignacio Vidal-Folch - El Gran Hermano de Orwell vive - Diario El País.
Lo que está pasando en Europa, es que la derecha está haciendo un enorme negocio político con la pandemia y está apelando a una noción que para nuestros pueblos es extremadamente importante, no solo en Europa sino también en América latina, que es la libertad. La derecha se está tratando de apropiar de esta bandera de la libertad tratando de hacernos creer que todas las medidas de control socio sanitarias están vinculadas una voluntad autoritaria y despótica. En Europa el partido popular que ganó las elecciones, decía comunista, o socialista de la izquierda española, o en nuestro caso del progresismo, del movimiento popular argentino, que lo que trata de hacer es cercenar libertades, y detrás de ese argumento lo que la derecha trata de capitalizar es este enorme desconcierto, este gran descontento, esta gran desorientación que sentimos todos después de casi más de un año y medio de pandemia en todo el mundo.
Pablo Gentili - Secretario de Cooperación Educativa y Acciones Prioritarias del Ministerio de Educación de España
Como Rodríguez Larreta en CABA, Isabel Díaz Ayuso, la derecha mayoritaria del Partido Popular, en la comunidad de Madrid, es el triunfo de una estrategia que supo instalar la falsa dicotomía entre la libertad y el cuidado en pandemia. Una estrategia despótica y narcisista, que ignora las muertes por el virus. (...) Judicializó entonces las medidas de contención y con la sentencia a su favor, forzó una intervención del Ejecutivo: aplicar el Estado de Alarma, como paraguas constitucional de restricciones que afectan a derechos fundamentales, para frenar la curva de contagio. Desde ese momento, hace medio año, la estrategia trumpista tuvo una vuelta de tuerca: el victimismo y la profundización del uso adulterado del concepto ‘libertad’.
Por Sandra Russo
Cierta actualización de la mirada de Orwell nos mostraría hoy cómo no una lengua, sino un conjunto de lenguas al mismo tiempo, son permanentemente fumigadas por el veneno degenerador del poder neoliberal en su caída, ya carcomido por la ideología del sinsentido, que enmascara el fetichismo del dinero. Para lograr una verdadera colonización masiva, el poder del dinero y sus operadores han descubierto que, ya con los medios concentrados como sus adelantados, el objetivo hoy no es la desinformación, porque ése es objetivo cumplido, sino la incomunicación.
¿Cómo incomunicar a millones de personas que pueden seguir hablando en otros soportes o conectándose a distancia desde distintas latitudes? Rompiendo las lenguas, mandándolas a todas juntas a una decadencia terminal.
¿Pero cómo lograr semejante operación simbólica, para lograr sus verdaderos fines, que son materiales? Enloqueciendo el lenguaje a nivel global, e intentando en ese mismo movimiento varias cosas: el borramiento entre lo real y lo ficcional, el potenciamiento de la negación al dolor y la fobia al otro, la exacerbación narcisista, porque una comunicación rota deja a cada uno solo. Y con todo esto: esfumando la razón de ser de la política.
Muchos nos reímos cuando vimos el video de la conductora de un canal de cable creer que William Shakespeare acababa de morir, o leyendo los tuits de una diputada que confundía la avenida Córdoba con su provincia del mismo nombre. Pero muchos no se habrán reído porque nunca en su vida escucharon hablar de un tal Shakespeare, como la conductora, o porque aunque lean desmentidas explicaciones no comprenden lo que leen. Nuestras sociedades han involucionado culturalmente en una medida difícil de precisar. Cuando el presidente de un país no podía distinguir que el Día de la Independencia no era el Día de la Bandera, o cuando uno de sus funcionarios se jactaba de que "algo chiquito pero lindo" que habían hecho era borrar a los héroes nacionales de los billetes, no estaban solamente siendo cínicos o ignorantes: estaban llevando a cabo una operación cultural regresiva de grandes proporciones. No lo planificaron: es una inercia. El exhibicionismo de la ignorancia es un subproducto de la destrucción del lenguaje.
En los procesos decadentes, hay algo de efecto dominó que no requiere conciencia sino inercia. No es que Macri finja ser una persona con grandes baches culturales: lo que está diciendo un hombre con mucho dinero y poder cuando exhibe su ignorancia es que la cultura no es necesaria ni un bien valorado en el reino del dinero.
En los panfletos que dejaron quienes pusieron la bomba en el local de La Cámpora de Bahía Blanca se leía línea tras línea la descomposición de la lengua, en tanto soporte del pensamiento. No era un texto regido por ninguna lógica, como exigiría un panfleto del viejo fascismo: "por los jueces puestos a dedo y la falta de justicia" o "por los políticos cínicos y corruptos" precedían a la queja por la ley del aborto y por la educación sexual. El mismo sinsentido del cartel de un manifestante del Obelisco: a "Terminemos con la tiranía" le seguía "Basta de anarquía".
¿Qué discusión se podría dar con gente que se expresa de esa forma? Hablan un nuevo lenguaje, el que han forjado las noticias falsas, el lawfare, los que desde las pantallas hacen acción psicológica o terrorismo sanitario: no es castellano. Es un lenguaje sin sentido que replica palabras pero son a su vez significantes de significados impuestos por el cocoliche del sinsentido.
Hace poco leía que las plantas se comunican entre ellas en tres niveles de lenguaje y dos maneras: a través de moléculas que liberan a la atmósfera y a través de impulsos eléctricos que envían sus raíces. Stefano Mancuso, neurobiólogo vegetal de la Universidad de Florencia, concluía que las plantas nunca dejan en enviar mensajes sobre posibles obstáculos a otras plantas, aunque no sean de su misma especie. Por eso están aquí hace 5 millones de años, y por eso los "sapiens", que aparecimos hace menos de medio millón de años, estamos preocupados por nuestra propia y posible extinción. Nuestro cerebro, decía Mancuso, no es, desde el punto de vista evolutivo, una ventaja sino un inconveniente.
Nuestros lenguajes están rotos. Hay que repararlos o inventar otros nuevos.
Sandra Russo para Página 12
Comentarios
Publicar un comentario