En 1693 se publicó una colección de sonatas instrumentales que por lo general se considera la primera publicada por una mujer. La innovadora en cuestión era una ursulina italiana llamada Isabella Leonarda.
Nacida tal día como hoy, ingresó como novicia, todavía adolescente, en el Colegio de Santa Úrsula de Novara. Fue ascendiendo en el convento hasta llegar a ser superiora y todavía encontró tiempo para escribir más de doscientas obras musicales, entre las que destaca esta sonata de aire inquietante por su ambición y carácter insólito.
A mí me parece increíble que esta mujer viviera encerrada en el convento y concibiera una música así. No tenemos forma de saber qué música escuchó en el curso de su vida, pero podemos asegurar que no se iba con sus monjas a escuchar conciertos los viernes por la noche para conocer los últimos adelantos de la forma sonata. Vale la pena repetirlo: durante casi toda la historia humana, la única forma de escuchar música era escucharla tocar en directo. Y para la mayoría de los compositores que han desfilado y desfilarán por estas páginas, sobre todo para las mujeres, las oportunidades de escucharla eran escasas.
Si Leonarda escuchaba música con regularidad, es de suponer que era de la variedad coral sacra. Lo cual vuelve más notable su enfoque de la música instrumental. Fue una de las dos únicas italianas (conocidas hasta la fecha) que escribieron música instrumental y no vocal, pero su hazaña no fue reconocida. Veinte años después de su muerte, un eminente crítico francés afirmó: «Las obras de esta ilustre e incomparable compositora son tan hermosas, tan elegantes, tan brillantes y al mismo tiempo tan inteligentes que lo que más lamento es no tenerlas todas».
Clemency Burton-Hill
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