¿En qué consiste el día ideal?
Para el compositor británico Thomas Adès, por lo que parece, consiste en «quedarme en casa y tocar las obras para clave de Couperin: cada página suya contiene un motivo de inspiración». Puede que esto sea especializarse demasiado, pero si el resultado es una joya musical como esta, francamente, Tom, tú sí que sabes.
Couperin, que venía de una familia de músicos, tuvo mucho éxito en su día. Fue clavecinista y organista de Versalles. En 1713 apareció su primer libro de obras para clavecín y desde entonces lo llamaron «Couperin el Grande». Su música se caracteriza por una elegancia natural, casi improvisada, y una inteligencia que en ningún momento parece recargada. Fue un auténtico músico de músicos. Brahms contribuyó a preparar la primera edición completa de sus obras para clavecín adaptadas para piano, y las ejecutó en público; Richard Strauss tomó la música del francés como base para varias obras orquestales suyas; Ravel denominó Le tombeau de Couperin, «La tumba de Couperin», la famosa suite fúnebre que escribió durante la Primera Guerra Mundial.
Les barricades mistérieuses procede de un volumen de obras para clavecín y el título, que se entiende perfectamente, ha intrigado a los musicólogos durante siglos. Las sugerencias más estrafalarias dicen que las barricadas en cuestión podrían referirse a la virginidad de la mujer, a su ropa interior, al cinturón de castidad y a las pestañas. Otros se preguntan si no se trataría de una broma personal de corte técnico por parte del propio Couperin: la continua cadena de suspensiones y resoluciones que construye sería una «barricada» de la armonía fundamental. Yo creo que ninguna es particularmente instructiva; así que limitémonos a gozar de esta música caleidoscópicamente compleja pero deliciosamente directa, que por si fuera poco gana en agudeza y complejidad en las prodigiosas manos de Adès.
Clemency Burton-Hill
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