Arnold Schönberg, nacido este día, es conocido por ser el chico malo de la tonalidad: el hombre que dio la nota a fines del siglo XIX y prácticamente rompió el reglamento de la armonía occidental de los últimos mil años.
Pero al igual que Pablo Picasso en pintura o que James Joyce en literatura, Schönberg estaba en condiciones de hacerlo únicamente porque había estado rigurosa e inteligentemente entregado a lo que lo había precedido. (Dicho de otro modo: ese niño prodigio de tres años que conocen ustedes no habría podido hacer una cosa así.)
Cuando era joven, utilizaba el dinero que ganaba enseñando alemán para comprar todas las partituras que se cruzaban en su camino. Sentía una fascinación especial por Beethoven, estudiaba los manuscritos de sus sinfonías y sus primeros y últimos cuartetos para cuerdas.
Con el tiempo se produjo una importante reacción en el compositor en ciernes. «Desde entonces —confesó Schönberg—, sentí deseos de escribir cuartetos para cuerdas». Según él, aprendió de Beethoven «el arte de desarrollar temas y movimientos». Podemos percibir esta influencia en esta jugosa y gratificante obra temprana, en la que encuentro cosas nuevas cada vez que la oigo.
Clemency Burton-Hill
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