Schubert, que murió de sífilis a los treinta y un años, no se casó ni tuvo relaciones de larga duración. Este arrebatado himno al amor eterno nos permite echar un vistazo al corazón de una persona muy sentimental que seguramente habría aspirado a una relación romántica permanente si la cruel enfermedad no lo hubiera apartado del mundo.
Como ya vimos, Schubert no solo fundó el lied alemán como forma artística significativa, sino que compuso más de seiscientos Lieder, muchos de los cuales fueron auténticas obras maestras de la melodía que sirvieron de piedra de toque para compositores futuros, entre ellos los principales autores de canciones pop del siglo XX. Schubert fue tan extraordinario y prolífico y se especializó tanto que a veces componía hasta cinco canciones en un solo día.
«Compongo todas las mañanas —explicó en cierta ocasión—, y cuando acabo una pieza, empiezo otra». (Además de las canciones, nos legó 8 sinfonías, 22 sonatas para piano, 35 obras de cámara, diversas miniaturas pianísticas, 6 misas y 15 tentativas de ópera. Es como si hubiera sabido desde siempre que vivía un tiempo prestado.)
Las canciones abarcan un amplísimo espectro emocional. Esta es de 1823 y pone música a un poema sin título de Friedrich Rückert, un experto en literatura oriental. Sensualidad e idealismo se funden y las palabras de amor, anhelo y devoción se combinan con una melodía de sencillez exquisita.
Sería una pasada poder cantar esto a una persona a la que se ama:
Der Friede mild, la dulce paz,
Die Sehnsucht du el anhelo
Und was sie stillt y lo que lo calma.
Clemency Burton-Hill
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