El austriaco Erich Korngold fue un niño prodigio cuya capacidad musical fue detectada ya en su infancia por Gustav Mahler. Estudió con Alexander von Zemlinsky. Su primer ballet se representó cuando tenía once años. Huyó del régimen nazi en 1934, aterrizó en California y acabó siendo el padrino de la música elegante de las películas de Hollywood.
Nadie sabe lo que habría pasado si hubiera podido quedarse en Europa, donde prevalecían los aires vanguardistas de la atonalidad y los ritmos irregulares, pues su lenguaje musical parece regresar a un romanticismo sentimental y lírico. Pero es que en los Estados Unidos de mediados de siglo, y sobre todo en el mundo del cine, Korngold pudo dar rienda suelta a sus intensas ideas sentimentales.
Korngold puso música a dieciséis películas de Hollywood y en el proceso obtuvo varios Óscar y otros premios importantes. Es un recordatorio útil, pues, de que es absurda la suposición, habitual entre los puristas clásicos, de que los compositores cinematográficos son inferiores a los demás cultivadores de la música clásica.
Hijo de un influyente crítico de cine, escribió tanto para el cine como para las salas de conciertos y es evidente que los dos géneros salieron ganando. Decía que afrontaba los guiones cinematográficos como si fueran libretos de ópera y estos como aquellos: en muchas obras clásicas suyas hay algo de mística fílmica y no es una excepción este tremendo concierto para violín, cuya primera versión data de finales de los años treinta, cuando componía ya algunas de sus mejores partituras cinematográficas (lo revisó en 1945). Personalmente siento un aprecio especial por las dramáticas pinceladas fílmicas de este lento y agridulce movimiento.
Clemency Burton-Hill
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