La Patagonia, esa región en la que el gobierno ganó las elecciones pero la deja librada a su suerte en medio de un temporal de nieve, mientras aprueba el RIGI para extraerle sus recursos naturales sin dejarle nada a cambio. El temporal de nieve que está azotando a las provincias de la Patagonia sorprendió a sus habitantes sin poder contar con información oficial precisa para moverse porque el gobierno de Milei -como parte de su plan de privatizar los medios públicos- dispuso que las repetidoras de Radio Nacional no difundieran programación local, sino que solo retransmitieran la que se genera desde Buenos Aires. Así, alguien asilado en un pequeño poblado en medio de la nieve prendía la radio con la intención de escuchar noticias sobre el estado de los caminos o las precauciones para moverse, y solo se enteraba del estado del tránsito en las avenidas porteñas, o si funcionaban correctamente los subtes.
Muchos pasos fronterizos están cerrados y hay rutas cortadas porque a las inclemencias del tiempo, hay que sumarle que el gobierno no envía los fondos para reparar y mantener en funcionamiento equipos pesados de Vialidad Nacional, o no compró -como se hace habitualmente- sal para evitar la formación del hielo sobre la calzada: delicias de la motosierra y la licuadora, que impactan en la vida cotidiana de muchos argentinos. O muestras de lo absurdo de la pretensión de vivir sin Estado, o reducirlo a su mínima expresión, tal el credo oficial impulsado por quien dice estar feliz de ser el topo que vino a destruirlo desde adentro.
Es muy posible que muchos de sus votantes crean en el estereotipo de lo público que se ha creado desde los medios hegemónicos afines al gobierno, y desde las oficinas de propaganda oficiales: una maquinaria pesada, enorme e inservible, compuesta en su totalidad por gordos comiendo bizcochos y tomando mate en las oficinas, mientras se acumulan los expedientes sin resolver, y contribuyentes sin nadie que atienda sus quejas, o les resuelva sus trámites.
El Estado, ciertamente, puede ser eso en muchas ocasiones, pero es bastante más; y en muchos lugares de nuestra dilatado y extenso país, es casi la única muestra visible de la civilización, que permite a muchos argentinos contar con los servicios esenciales, o enfrentar los rigores del clima y la distancia. También es, por supuesto -como en muchos países de los que nos ponen como ejemplo, pero desconocen como funciona en realidad- el que impulsa el conocimiento científico o el desarrollo tecnológico, las obras de infraestructura, la industria o el acceso masivo a servicios que representan una mejora en el standard de vida.
Tomemos el caso de los medios de comunicación públicos, amenazados hoy en su subsistencia (porque el plan del gobierno ni siquiera parece ser reemplazarlos por otros operados por privados, como con los ferrocarriles) por el plan motosierra; y bruscamente resignificados en su rol por las malas, en una región -como la Patagonia- en la que Milei se impuso en el balotaje en todas las provincias, y en la que sus gobernadores casi en su totalidad -con las solitarias excepciones de Tierra del Fuego y La Pampa- aportan "gobernabilidad" al experimento libertario con seres vivos.
Si la intención del gobierno fuera simplemente que los medios públicos compitan con los privados y que la gente elija como informarse, hubiera instrumentado concursos para adjudicar a grupos privados licencias de radio y televisión en todo el país, incluyendo a la Patagonia. Pero no lo ha hecho porque no le interesa ni la competencia ni el pluralismo comunicacional -obligar a retransmitir los contenidos generados en Buenos Aires es una forma de uniformar el discurso y las fuentes de acceso a la información-, y porque sabe que a los privados no les interesa acceder a esas frecuencias: el plan motosierra aplicado a Radio Nacional y sus repetidoras y a la TV pública (como en otras áreas del Estado) se reduce a ponerles banderas de remate, con la perspectiva de algún negocio inmobiliario redituable para los sponsors del presidente, como Elsztain.
A lo que se suma el absoluto desconocimiento (que es una forma de desprecio) por la realidad concreta de un país al que en el fondo detestan, y por las condiciones concretas de vida de la mayoría de sus habitantes, a los que suponen simples cobayos que les permitirán probar las bondades de su experimento social.
Lo dicho para los medios públicos o Vialidad Nacional, aplica al cierre de sucursales del Correo Argentino para privatizarlo, o de delegaciones del PAMI o la ANSES, o a la entrega de rutas de Aerolíneas Argentinas pretendiendo reemplazarla en sus funciones con empresas "low cost" truchas que baten récords de impuntualidad, accidentes y cancelaciones de vuelos, en un país enorme como el nuestro.
Es el país reducido a una planilla de Excel en la que se puede demostrar que los números cierran, sin importar las consecuencias económicas y sociales. O una simple cantera de la que los extranjeros pueden venir a extraer los recursos naturales sin límite, y sin dejar nada a cambio.
Tranquilos, seguro el mercado lo resuelve apenas tenga tiempo. https://t.co/gqe78WFwRG
— La Corriente K (@lacorrientek) June 22, 2024
Muchos pasos fronterizos están cerrados y hay rutas cortadas porque a las inclemencias del tiempo, hay que sumarle que el gobierno no envía los fondos para reparar y mantener en funcionamiento equipos pesados de Vialidad Nacional, o no compró -como se hace habitualmente- sal para evitar la formación del hielo sobre la calzada: delicias de la motosierra y la licuadora, que impactan en la vida cotidiana de muchos argentinos. O muestras de lo absurdo de la pretensión de vivir sin Estado, o reducirlo a su mínima expresión, tal el credo oficial impulsado por quien dice estar feliz de ser el topo que vino a destruirlo desde adentro.
Es muy posible que muchos de sus votantes crean en el estereotipo de lo público que se ha creado desde los medios hegemónicos afines al gobierno, y desde las oficinas de propaganda oficiales: una maquinaria pesada, enorme e inservible, compuesta en su totalidad por gordos comiendo bizcochos y tomando mate en las oficinas, mientras se acumulan los expedientes sin resolver, y contribuyentes sin nadie que atienda sus quejas, o les resuelva sus trámites.
El Estado, ciertamente, puede ser eso en muchas ocasiones, pero es bastante más; y en muchos lugares de nuestra dilatado y extenso país, es casi la única muestra visible de la civilización, que permite a muchos argentinos contar con los servicios esenciales, o enfrentar los rigores del clima y la distancia. También es, por supuesto -como en muchos países de los que nos ponen como ejemplo, pero desconocen como funciona en realidad- el que impulsa el conocimiento científico o el desarrollo tecnológico, las obras de infraestructura, la industria o el acceso masivo a servicios que representan una mejora en el standard de vida.
Y a De Loredo, que las quiere privatizar. https://t.co/rPB5i4qIDb
— La Corriente K (@lacorrientek) June 20, 2024
Y es sobre todo -aunque le pese al fundamentalismo de Milei y sus ensoñaciones- el que se hacer cargo de los problemas que el mercado no puede ni quiere resolver porque no le reportan ganancias, y de los que ese mismo mercado crea cuando se lo deja librado a sus propios impulsos.
Tomemos el caso de los medios de comunicación públicos, amenazados hoy en su subsistencia (porque el plan del gobierno ni siquiera parece ser reemplazarlos por otros operados por privados, como con los ferrocarriles) por el plan motosierra; y bruscamente resignificados en su rol por las malas, en una región -como la Patagonia- en la que Milei se impuso en el balotaje en todas las provincias, y en la que sus gobernadores casi en su totalidad -con las solitarias excepciones de Tierra del Fuego y La Pampa- aportan "gobernabilidad" al experimento libertario con seres vivos.
Si la intención del gobierno fuera simplemente que los medios públicos compitan con los privados y que la gente elija como informarse, hubiera instrumentado concursos para adjudicar a grupos privados licencias de radio y televisión en todo el país, incluyendo a la Patagonia. Pero no lo ha hecho porque no le interesa ni la competencia ni el pluralismo comunicacional -obligar a retransmitir los contenidos generados en Buenos Aires es una forma de uniformar el discurso y las fuentes de acceso a la información-, y porque sabe que a los privados no les interesa acceder a esas frecuencias: el plan motosierra aplicado a Radio Nacional y sus repetidoras y a la TV pública (como en otras áreas del Estado) se reduce a ponerles banderas de remate, con la perspectiva de algún negocio inmobiliario redituable para los sponsors del presidente, como Elsztain.
A lo que se suma el absoluto desconocimiento (que es una forma de desprecio) por la realidad concreta de un país al que en el fondo detestan, y por las condiciones concretas de vida de la mayoría de sus habitantes, a los que suponen simples cobayos que les permitirán probar las bondades de su experimento social.
Lo dicho para los medios públicos o Vialidad Nacional, aplica al cierre de sucursales del Correo Argentino para privatizarlo, o de delegaciones del PAMI o la ANSES, o a la entrega de rutas de Aerolíneas Argentinas pretendiendo reemplazarla en sus funciones con empresas "low cost" truchas que baten récords de impuntualidad, accidentes y cancelaciones de vuelos, en un país enorme como el nuestro.
Es el país reducido a una planilla de Excel en la que se puede demostrar que los números cierran, sin importar las consecuencias económicas y sociales. O una simple cantera de la que los extranjeros pueden venir a extraer los recursos naturales sin límite, y sin dejar nada a cambio.
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