Rodo Lambaré
Besé el musgo final de mi podrida
estancada, podrida, sí, podrida fuente:
parecían hipocampos las larvas
del Aedes, y nenúfares
los flotantes restos del otoño,
descomponiéndose en mí.
Una burbuja marrón encerraba
un no sé qué de tu impudicia.
Cargué las esporas en la boca,
y llegada, amor, llegada la humedad
las suelto sobre techos
de fibrocemento.
El oeste culposo, hoy,
ha recibido tanta pena,
tantos ocres y naranjas,
acidez y semilla.
Tu desusado ombligo,
¿ya no estalla en bagualas?
Absorto, embolsillo
la daga del verso.
El Caburé ríe, sobre un laurel.(Del 6 de octubre de 2018)
Con las suelas rotas por el pedrerío
avanzo en procesión hacia las torres santas
de mi centro.
Rasguñado por el chaguaral y el vino,
no me empuja a andar la necesidad
sino la luna sonriente de un octubre
salvaje, transpirado, florecido en tambores.
Sé que no habrá claros para el rayo de plata,
que no se calmará mi sed en los charcos salobres...
y que ya me acerco, Luna, diosa,
de caderas y vientre tallados para el amor
y el descanso.
En tu excitante belleza reposaron
el Alfa y la Omega, soltando para siempre
el trueno,
el cero,
el perdón.
Luna erótica y virginal, quinceañera:
nada tengo que pedirte y te encuentro,
al fin, en mí, al darte gracias,
por los dones de la fiesta.
Cansado. Aturdido de amores,
uvas, viento, desando.
Abroquelo uñas, pelos,
dientes en payé.
Voy a trepar la Dolichandra
hasta la copa,
y voy a beberte entero,
álamo gigante, mujer lienzo
en quien pintaba la ira,
el amor, el destiempo.
Lunática felpa de oro incierto,
cierto es que rezaste por mí, bien,
¿pero, a qué dioses de una Hispania
bárbara y sangrienta?
Yo, en mi vendaval,
te forjé un cuenco:
cenizas
pequeña llama
un candil negro.
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